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Algo más sobre judaísmo e Israel

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Hace unos días se publicaron en Forum Libertas dos interesantísimos artículos del Sr. Llucià Pou Sabaté sobre el judaísmo. Sobre el primero hice un comentario al final de este, comentario al que el autor del artículo respondió amable y ampliamente, lo que le agradezco. El segundo también me ha dado materia para pensar (que es lo mejor que puede hacer una lectura) y como mis elucubraciones son largas, he preferido exponerlas en este artículo.

El Sr. Pou se refiere al marxismo como una copia en negativo del cristianismo y más adelante hace unas muy interesantes consideraciones sobre el mesianismo político judío. Al respecto me gustaría hacer algunas reflexiones.

Ciertamente, los nexos entre Marx y el cristianismo son grandes y paradójicos. Marx recibió una importantísima influencia de autores del romanticismo católico centroeuropeo. La más decisiva fue tal vez la del filósofo y erudito Franz von Baader, un conservador y al mismo tiempo uno de los primeros grandes críticos del capitalismo y del liberalismo y promotor de los derechos políticos y económicos del proletariado, así como miembro muy destacado del círculo vienés de San Clemente María Hofbauer.

Podría decirse que el marxismo pretende ser una especie de cristianismo sin Dios

Podría decirse que el marxismo pretende ser una especie de cristianismo sin Dios, lo que genera una serie de contradicciones radicales e irresolubles[1]. La renuncia del marxismo a toda trascendencia y su creencia en la posibilidad de lograr una redención y un paraíso terrenos posiblemente tiene una de sus raíces en el mesianismo judío[2], que tampoco es verdaderamente trascendente, sino inmanente, terrenal, político. El choque entre este mesianismo “secular” y el magisterio de Cristo como Mesías “trascendente” se manifiesta ya claramente en el Nuevo Testamento.

Precisamente el mesianismo político judío es uno de los principales fundamentos ideológicos del estado israelí y de la ambición de restaurar un Gran Israel bíblico, reivindicando sus fronteras máximas (a veces puramente fantasiosas y de todos modos efímeras) de hace más de dos milenios[3]. Entender este contexto es importante para entender también el conflicto palestino-israelí.

A menudo el estado de Israel es presentado como una consecuencia histórica de las persecuciones sufridas por los judíos entre 1933 y 1945, lo cual no es del todo cierto.

El sionismo

Los verdaderos orígenes de Israel están en el movimiento sionista surgido a finales del siglo XIX y cuyo fin era la fundación de un estado judío en Tierra Santa. En el sionismo se materializan y concretan las aspiraciones políticas de un muy antiguo mesianismo político. Ahora bien, como este tipo de ambición político-religiosa era poco convincente en el cada vez más secularizado siglo XIX, hacía falta una coartada más o menos “laica”.

El argumento elegido fue la protección de las numerosas minorías judías sometidas a persecuciones en la Europa Central y Oriental. Ciertamente, estas persecuciones tenían lugar, pero casi exclusivamente en Polonia y en Rusia, y al mismo tiempo se producía en toda Europa un proceso de integración, ascenso social, crecimiento de la potencia económica y de la influencia política y cívica de los judíos sin precedentes en la historia europea.

En el sionismo se combinaban el mesianismo político y el nacionalismo, este último, como es habitual, fuertemente teñido de victimismo.

En la Primera Guerra Mundial, la ocupación británica de Palestina, hasta entonces parte del Imperio Otomano, y su posterior conversión en colonia del Reino Unido, dio lugar a la Declaración Balfour de 1917, por la cual el gobierno británico apoyaba la fundación de un estado judío en Palestina. Desde un punto de vista jurídico y moral estamos ante una flagrante violación de los derechos de la población local. La Declaración Balfour es una manifestación del colonialismo más duro.

Fue éste el pecado original de las Naciones Unidas, que aprobaron la fundación de Israel.

Las persecuciones y masacres sufridas por los judíos bajo el nazismo reforzaron las tesis sionistas y las potencias hegemónicas en 1948 dispusieron de Tierra Santa casi como si hubiera sido tierra de nadie. Fue éste el pecado original de las Naciones Unidas, que aprobaron la fundación de Israel.

El historiador israelí Shlomo Sand, catedrático de la Universidad de Tel Aviv, en su interesantísimo libro La invención del pueblo judío, comparaba al Estado de Israel con un niño nacido de un embarazo producido por una violación. Acertadamente, afirmaba que el acto fundacional había sido profundamente injusto, pero que matar al niño fruto de esta violación también sería una solución inapropiada y que lo que hay que hacer es educarlo para que no cometa los mismos delitos que su padre.

Los cristianos en Tierra Santa

En el artículo que comento también hay acertadas consideraciones acerca de la situación muy desfavorable de los cristianos en Tierra Santa. Yo añadiría que en los últimos 1700 años (es decir, desde el Edicto de Milán del año 313 que acabó con las persecuciones contra los cristianos en el Imperio Romano) nunca la proporción de población cristiana en Tierra Santa había sido tan baja como en el presente, cuando ya no es más que residual. Ello se debe sin ninguna duda a las inimaginables dificultades que los cristianos tienen en Israel. En el pésimo trato dado a los palestinos no se hacen diferencias entre cristianos y musulmanes.

Los cristianos árabes tienen inmensas dificultades para acceder a los lugares santos de Belén y Jerusalén, resultándoles a menudo imposible, incluso en fiestas como la Navidad. El pretexto que esgrimen las autoridades israelíes son “motivos de seguridad”. El escupir por la calle a los cristianos o hacerlo al pasar frente a una iglesia es una vieja “tradición” judía que en el Israel actual está muy ampliamente extendida.

El abad benedictino del monasterio de la Dormición en Jerusalén, Nikodemus Schnabel, contaba recientemente que casi no pasa un día sin que en la calle los judíos le escupan en la cara[4]. Tampoco son raras las profanaciones y los actos de vandalismo contra las iglesias (y por supuesto también contra mezquitas).

El Sr. Pou escribe:

Los judíos hacen oídos sordos a la regla ética básica universal que contiene la Biblia como las demás tradiciones espirituales, la regla de oro: “No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti”.

Sin ninguna duda esta actitud es la de los gobiernos israelíes desde hace 75 años. Pero no la de “los judíos” en su totalidad. Siempre en estos tres cuartos de siglo ha habido judíos que se han opuesto a tales atrocidades. En los últimos tiempos, y muy concretamente en los últimos meses, ha ido en aumento el número de judíos que ha mostrado de modo explícito y activo su escándalo y su rechazo por los cotidianos crímenes en masa contra los palestinos. Desde luego todavía son una minoría, pero una minoría que crece lentamente y en la que hay desde ortodoxos religiosos hasta liberales agnósticos, tanto en Israel como fuera del país. Merecen reconocimiento, respeto y respaldo.

El Holocausto

Es muy interesante lo que dice el Sr.Pou en las siguientes frases:

El horror del Holocausto está como levitando como un peso en la cultura occidental, pero esa nube de compasión ha de justificar la existencia del Estado de Israel, pero no los crímenes que pueda cometer que solo levantarán más odio e intransigencia.

Uno de los problemas más serios de la política internacional es el modo en que se ha utilizado y utiliza la memoria del “holocausto”. Nadie dudará de que fue una serie de acontecimientos incalificables por su crueldad y su criminalidad. Desgraciadamente, no es este holocausto un fenómeno único en la historia de la humanidad, ni muchísimo menos. Ha habido incontables horrores comparables, pero han tenido muchísima menos publicidad y han despertado muchísima menos piedad.

En los mismos campos de concentración que los judíos padecieron iguales tormentos los gitanos, pero de ellos apenas nos acordamos. Por no hablar del genocidio armenio, de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, de los crímenes de Stalin, Mao y Pol Pot o de la pesadilla que fue el colonialismo en el Congo Belga y en muchos otros lugares del África y del Asia, etc., etc., etc.

La lista de “holocaustos” es larguísima. En ningún caso reconocemos privilegios a las víctimas o a sus descendientes. Sin duda haría falta un reconocimiento simbólico de las injusticias cometidas, pero ¿puede alguien imaginar que se concedieran especiales derechos políticos, o aunque más no sea morales, a los descendientes o compatriotas o correligionarios de todos los que sufrieron persecuciones, masacres y tormentos? ¿Sería posible? Y si no es posible para todos ¿por qué sólo para un grupo concreto?

Por desgracia, la respetabilísima memoria del holocausto judío ha sido malversada, convertida en un motivo de extorsión moral y en un cheque en blanco para el estado israelí. Está claro que el holocausto jamás debería servir para justificar las atrocidades actuales ni para desacreditar a quienes las condenan.

Habría mucho más que comentar sobre los sustanciosos artículos del Sr. Pou, pero todo debe tener un límite. Lo único que queda es desear que lo más pronto posible lleguen la paz y la justicia y que sean duraderas, por el bien de todos, tanto cristianos como musulmanes y judíos.

 

[1] Si bien hay que reconocer que ningún régimen marxista ha sido verdaderamente consecuente en la aplicación de las teorías de Marx.

[2] Otra serían las utopías de inspiración platónica.

[3] Existen, sin embargo, dentro del propio judaísmo corrientes religiosas tradicionalistas minoritarias que se oponen a la existencia de un estado judío, ya que consideran que el judaísmo es una religión y no una comunidad de otro tipo (étnico, político, etc.).

[4] https://www.kirche-und-leben.de/artikel/praktisch-taeglich-angespuckt-benediktiner-ueber-christen-in-israel

Las persecuciones y masacres sufridas por los judíos bajo el nazismo reforzaron las tesis sionistas y las potencias hegemónicas en 1948 dispusieron de Tierra Santa casi como si hubiera sido tierra de nadie Share on X

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4 Comentarios. Dejar nuevo

  • Llucià Pou Sabate
    14 diciembre, 2023 17:03

    Muchas gracias por el artículo, Sr. Messerschmidt, y por las referencias que hace al mío. Me permito elogiar algunos puntos de su escrito:
    – Los nexos entre Marx y el cristianismo para mí no dejan de ser misteriosos, por eso te agradezco las referencias a la influencia de Franz von Baader. Sí, pienso yo también que «el marxismo pretende ser una especie de cristianismo sin Dios»… Su materialismo ya está trasnochado y su utopía en la historia se ha demostrado fallida, solo ha servido para enriquecer la oligarquía de los que mandan. Para mí lo peor es que no existe verdad, solo praxis de poder, por desgracia en el socialismo español a los dos últimos líderes les pasa lo mismo. Me parece acertado relacionarlo con el mesianismo judío “secular”. Me da miedo que su expansionismo sea también parecido (recuperar todos los territorios palestinos, al igual que Rusia recuperar lo que fue territorio de la URSS).
    Por lo demás, aprendo de sus comentarios históricos. Pero yo añadiría que la idea de buscar un Estado de Israel, tan controvertida hoy, es una salida para un pueblo que tuvo un gobierno propio y que fue expulsado de su territorio (aunque siguieron viviendo allí sin tener gobierno propio durante estos últimos dos milenios). En cualquier caso, como bien dice usted, una vez está la “criatura” ahora lo importante es educarla “para que no cometa los mismos delitos que su padre”.
    Es una pena que “nunca la proporción de población cristiana en Tierra Santa había sido tan baja como en el presente, cuando ya no es más que residual”. También es penoso que permitan escupir por la calle a los cristianos.
    Como también que hay genocidios que no han sido denunciados con claridad, o que no se conocen: los gitanos, el armenio (recuerdo una película, Ararat, del 2002, al respecto), el de Hiroshima y Nagasaki, los crímenes de Stalin (millones de personas, entre purgas y hambrunas provocadas en Ucrania, etc.), de Mao (el que más millones de muertos provocó) y Pol Pot (varios millones de muertos) o de la pesadilla que fue el colonialismo en el Congo Belga (he leído “El corazón de las tinieblas” donde Conrad habla del tema de modo tan fuerte, que sirvió de guión a la película sobre Vietnam “Apocalypse now” de 1979), el de los hutus-tutsis en los Grandes Lagos (Rwanda sobre todo, con varios millones de muertos), la cobarde retirada de fuerzas de la ONU en Timor oriental cuando empezó otra masacre…
    Me uno al deseo del Sr. Messerschmidt de que lo más pronto posible lleguen la paz y la justicia y que sean duraderas, por el bien de todos, tanto cristianos como musulmanes y judíos.

    Responder
  • Fernando Ugalde Abaroa
    15 diciembre, 2023 15:16

    Creo que el marxismo, de acuerdo a Marx mismo, es un intento humano de auto redención, es decir, de la pretensión de que el hombre puede «hacerse bueno» a si mismo a fuerza de voluntarismo buenista, prescindiendo de Dios, lo que es imposible, pues somos pecadores en esencia y no podemos salir de ese estado sin el perdón y la gracia santificante, que solo viene de Dios. Es, siguiendo una analogía física, como pretender revertir la entropía, violando la 2a. Ley de la termodinámica.

    Es lo que también pretendió la Revolución francesa: crear un «hombre nuevo» y una civilización nueva. Al final, después de ríos de sangre, sólo quedó ese ridículo lema de «Liberté, egalité et fraternité»….como si la fraternidad pudiera imponerse por decreto. Y después de asesinar al rey y la reina ( y buena parte de la nobleza y muchos religiosos ) pusieron un emperador. También pretendieron eliminar la religión y que el hombre se rigiera exclusivamente por la «razón».

    Marx pensaba que la raíz del mal estaba en la propiedad privada. Por tanto, como en el conocido chiste del sofá de Don Otto ( alemán al fin y al cabo ), acabando con eso se terminaba el mal en el mundo.

    Pero para lograr esto hay que necesariamente pasar primero por una fase de Dictadura del Proletariado en la cual se elimina de golpe la propiedad privada y «gentes buenas» dirigen un proceso de Educación Socialista el cual, al cabo de algunas generaciones, redime completamente al hombre de su codicia y se llega a la condición idílica de los primeros cristianos en que «ponían sus bienes en común – la palabra comunismo viene de ahí – y se le repartía a cada uno según su necesidad». Lenin reformuló este mismo ideal ( con otras palabras ) 20 siglos más tarde.

    Ya hemos visto cómo han terminado estos experimentos. Cuando se acabó el régimen comunista en la Unión Soviética; muy lejos de ninguna forma de comunismo, se desató un verdadero festival de latrocinio.

    En Cuba también se prometió un «hombre nuevo» ( y prosperidad ) y ya vemos el resultado al cabo de 63 años de eterna «Revolución».

    En Chile, mi país, también hubo un intento refundacional mediante una propuesta de Nueva Constitución, que iba a refundar el país, tener un «buen vivir» y hacer «buena» a la gente y que también terminó en un rotundo fracaso.

    Sólo Jesús nos puede sanar y salvar.

    Responder
  • Es un magnífico trabajo tanto de su presentación como de la investigación. realmente no es nada fácil de asimilar y o comprender a las primeras. Veo que estas narrativas van muy de la mano con los temas bíblicos, pero veo una discrepancia en cuanto que hay un espacio de tiempo que se omite, tal es el de Abraham hasta la llegada del pueblo liberado de Egipto a Canán. Porque el pueblo elegido por Dios ya había sido enviado a Canan desde antes de la ida a Egipto. Pero seguiré leyendo sus reportajes para estar mejor documentado. reconozco que hay mucho o muchísimo qué aprender de ustedes los investigadores y estudiosos. mi reconocimiento y felicitaciones por tanto conocimiento compartido.

    Responder
    • Hola @Legorretac, como veo que el autor no ha visto el comentario, me permito decir algo yo: gracias por lo bueno que dice usted (por la parte que me toca). Abraham podría situarse en torno al 2000-1800 a.C., y aunque detalla las compras que hizo de tierras, hay una promesa de la tierra de Canaán. Pero no recuerdo grandes conquistas, sino pactos entre familias de ganaderos. En sus hijos Isaac, y sus nietos Esaú-Jacob, no recuerdo tampoco eso conflictos. Abraham, Isaac, Esaú y Jacob son figuras fundamentales en la historia del pueblo judío, pero en términos de la conquista de la tierra de Canaán, sus contribuciones son más bien limitadas. La historia de Abraham se centra más en su peregrinaje y en la relación con Dios. La de Isaac igual, no incluye acciones significativas en términos de conquista de tierras. Esaú y Jacob tampoco destacan por su participación en la conquista de Canaán. Jacob, más tarde llamado Israel, es un personaje clave en la historia del pueblo judío, pero su contribución a la ocupación de la tierra de Canaán se manifiesta más tarde en la historia, a través de sus descendientes. Por tanto es un tiempo de patriarcas desde el punto de vista meramente religioso y de asentamiento pacífico, de gran riqueza espiritual.

      La verdadera conquista de Canaán, según la narrativa bíblica, se lleva a cabo bajo el liderazgo de Josué, quien sucede a Moisés. Josué guía a los israelitas en la toma de Jericó y en la conquista de varias otras ciudades y territorios en la región. Este período, conocido como la conquista de Canaán, se desarrolla unos 500 años después (alrededor de 1250 a.C.).
      Saludos!

      Responder

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