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Adviento y Esperanza: Cristo, fundamento para la vida eterna

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El Adviento es un tiempo de espera activa y llena de esperanza, un momento para preparar el corazón a la llegada de Cristo. Como dice la liturgia, nos invita a vivir «aguardando la feliz esperanza y la manifestación de la gloria del gran Dios» (Tito 2,12-13). Pero esta espera no es pasiva: nos reta a cimentar nuestra vida sobre una base sólida, como en el cuento de los tres cerditos, donde solo la casa construida sobre roca resistió las adversidades. ¿Y cuál es esa roca? Es la palabra de Dios y la confianza en su promesa de salvación.

La esperanza como luz para el camino

El papa Benedicto XVI, en su encíclica Spe salvi, advierte que nuestra vida se vuelve pesada y vacía si nuestra esperanza se limita únicamente a lo que podemos alcanzar con nuestras propias fuerzas o lo que ofrecen los poderes humanos. Dice: «Si no podemos esperar más allá de lo que el mundo ofrece, nuestra vida se ve abocada muy pronto a quedar sin esperanza». Sin embargo, nuestra verdadera esperanza trasciende lo que se puede ganar o merecer: es un don que Dios nos ofrece gratuitamente. Así como el amor no se puede exigir, el Reino de Dios no se merece; se recibe.

Esta comprensión transforma nuestra relación con Dios. Él no nos ama porque seamos perfectos o dignos, sino porque somos sus hijos. Como un padre que responde al enfado de su hijo diciendo «yo sí te seguiré queriendo siempre», así es el amor de Dios: constante, fiel e incondicional, incluso cuando nos alejamos.

El poder transformador del amor

Este amor incondicional tiene el poder de cambiar vidas. Un ejemplo conmovedor es el de un niño rebelde que, esperando un castigo, recibió un beso de su maestra. Años después, ya adulto, escribió para agradecerle ese gesto que marcó un antes y un después en su vida, siendo «el primer beso que recuerda». Ese acto de amor lo ayudó a redirigir su camino. Esto nos recuerda que la misericordia y el amor auténtico, lejos de ser débiles, tienen una fuerza redentora que puede transformar incluso las situaciones más oscuras.

En una sociedad centrada en el bienestar material, el Adviento nos invita a mirar más allá, hacia nuestra verdadera vocación: ser felices en Dios. No se trata solo de lo que somos ahora, sino de lo que estamos llamados a ser. Esto requiere ensanchar nuestro corazón, permitir que Dios lo llene según nuestra capacidad, y responder con acciones concretas.

Construir sobre roca

Jesús nos llama a construir nuestra vida sobre roca, escuchando su palabra y poniéndola en práctica. Esto implica obras que reflejen la solidaridad, el amor al prójimo y la justicia. Como decía Benedicto XVI, nuestras acciones, aunque no «ganen» el cielo, no son indiferentes para Dios ni para la historia. Podemos abrir nuestro corazón al amor divino y contribuir al bien común, como hicieron los santos, que con su testimonio abrieron puertas a la salvación para muchos.

Por tanto, esta esperanza de Adviento no es solo personal. Está abierta a toda la humanidad, pues cada persona, sin importar su origen, lengua o religión, está llamada a participar en esta filiación divina, este encuentro con el Padre que se renueva en Navidad.

Twitter: @lluciapou

Jesús nos llama a construir nuestra vida sobre roca, escuchando su palabra y poniéndola en práctica. Esto implica obras que reflejen la solidaridad, el amor al prójimo y la justicia Share on X

 

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