El 17 de junio de 2025 marcará, sin duda, una fecha de ignominia para la historia de Inglaterra y Gales. La Cámara de los Comunes aprobó legalizar el aborto hasta el mismo instante del parto. Sin límite y sin defensa para el más indefenso.
El Parlamento británico, con 379 votos a favor y apenas 137 en contra, ha sellado con apariencia de ley lo que no es más que un acto institucionalizado de barbarie.
Las enmiendas NC1 y NC20 son filosóficas. Representan un salto hacia el abismo: permiten a una mujer acabar con la vida de su hijo no nacido, por cualquier motivo, incluso en el momento previo al nacimiento natural. No hay límite, no hay justicia posible y no hay protección para los inocentes.
¿Puede una sociedad seguir llamándose civilizada cuando permite y normaliza la muerte de un ser humano? ¿Dónde hemos dejado la razón y el sentido mínimo de humanidad?
La crueldad legitimada
No estamos ante una mera ampliación de plazos nise trata de una modificación técnica de una ley de 1967 que ya permitía abortar hasta la semana 24.
Lo que se ha aprobado es un cambio de paradigma: la despenalización absoluta del aborto, convertido ahora en derecho absoluto, incluso por razones tan espurias como el sexo del bebé.
Como si el vientre materno se hubiera transformado en tribunal supremo, donde se decide arbitrariamente quién merece vivir y quién no.
La enmienda NC1, propuesta por la diputada Tonia Antoniazzi, consagra la impunidad total.
También para cualquier mujer que, en casa y con pastillas, decida acabar con la vida de su hijo, incluso horas antes del parto.
Y la enmienda NC20, impulsada por Stella Creasy, permite que ese acto no solo quede impune, sino que pueda realizarse por capricho, por maltrato, por presión o por discriminación sexual. Ni siquiera una pareja abusiva que cause la muerte del feto podrá ser llevada ante la justicia.
La lógica de la cultura de la muerte
Esta deriva no comenzó ayer. En 2022, Reino Unido ya avaló abortar a niños con síndrome de Down hasta el mismo momento del nacimiento. Aquel fallo del Tribunal de Apelación, que rechazó el recurso de Heidi Crowter, una valiente mujer con esta condición genética, anticipaba el camino. Un camino que conduce a la eugenesia y al infierno.
Lo grave no es solo la ley. Es el consenso social que la respalda.
Según datos de la Sociedad para la Protección del Niño No Nacido (SPUC), apenas un 14 % de los británicos considera que los bebés no nacidos deban tener protección legal.
Lo que antes se ocultaba como drama ahora parece una conquista. La cultura de la muerte ha dejado de pedir perdón: ahora exige aplausos.
El horror en cifras y en silencio
Hay algo demoníaco en esta pulsión por eliminar al más débil. Algo perverso en legislar la impunidad para quien destruye a su propio hijo. Pero lo más escalofriante es la frialdad con que se presenta todo esto: como si fuese progreso, como si fuera compasión. Se nos dice que es un derecho, un acto de autonomía, una elección personal. ¿Pero desde cuándo elegir matar es un acto de libertad? ¿Desde cuándo la libertad se define como la capacidad de destruir al otro?
Todo esto sucede en sociedades que se jactan de defender los derechos humanos, que lloran con razón ante los crímenes de guerra, pero que callan —o celebran— la matanza legal de los no nacidos. Esta contradicción moral clama al cielo.
La respuesta cristiana: luz en medio de las tinieblas
No podemos permanecer indiferentes. Ni tibios. El cristiano no está llamado a la resignación, sino al testimonio. Debemos recordar que cada ser humano, desde el instante de su concepción, es portador de una dignidad inviolable. Que no existe derecho alguno —ni social, ni político, ni médico— que justifique la eliminación de un inocente.
Y debe hacerlo con claridad, sin complejos. Porque el aborto es una herida en el corazón mismo de la sociedad.
Inglaterra y Gales han dado un terrible paso más hacia la oscuridad.
Nosotros, mientras tanto, seguimos rezando. Y dando la cara. Porque no hay causa más alta, ni más urgente, que defender al más pequeño.
1 Comentario. Dejar nuevo
Esta nueva ley no es una aberración. Se atiene a la lógica del aborto voluntario. La aprobación de la ley que permite abortar, sin más ni más, hasta le semana X de gestación ya llevaba implícita la ley actual. Ahora no han hecho más que explicitarla, después de esperar, por supuesto, a que la sociedad haya asumido, normalizado y celebrado el aborto como un derecho progresista. Y como el progreso nunca se detiene, en especial cuando se trata de progresar en maldad, pues ahí está esa ley, de la que deben de estar encantados quienes la han votado a favor. Ya solo les falta internar en un centro de reeducación a los desafectos que han votado en contra, a ver si les meten en la cabeza que si con todas las de la ley se puede matar a un ser humano a los 6 meses antes de nacer, no hay razón alguna para que se prohíba matarlo en cualquier momento. Siempre que no haya nacido, claro, porque no hay que olvidar el principio metafísico que fundamenta toda esa barbarie, y es que quien vive en el vientre materno no tiene una existencia per se, sino que es una mera función de su madre, por lo que tanto puede adquirir un valor infinito como igual a cero. Ello depende del deseo de la mujer en cuyo cuerpo está alojado, un deseo que a menudo está de lo más mediatizado, pero eso no importa, porque el axioma feminista de base declara que toda mujer tiene derecho a su propio cuerpo y punto, ahí no existe nadie más.
Lo sublime es que esa panda de 379 energúmenos que han implantado dicha ley se habrán ido a dormir con la satisfacción del deber cumplido y el orgullo de haber dado un paso más en beneficio de la Madre Tierra, al haber favorecido que esté siempre libre de seres humanos no deseados por el motivo que sea, y proporcionando una coartada legal al contubernio de matarifes, tanto a quienes encargan los crímenes como a quienes los perpetran.
Todo ello parece una monstruosidad incomprensible, pero tampoco hay que extrañarse tanto: hace tan solo 80 años los nazis de Alemania hicieron algo similar. Los demócratas de Reino Unido y Gales no han hecho más que imitarlos.