No existe ninguna organización, grupo social o etnia (y son tres realidades humanas bien distintas) que celebre algo parecido al orgullo LGBTIQ. Claro que puede entenderse como la autoafirmación y reivindicación de lo que uno es. En este sentido, se puede hablar de orgullo nacional, orgullo racial y orgullo LGBTIQ. Pero la verdad es que la referencia a la nación y a la raza ha pasado a la historia en gran medida, y solo queda como identidad la LGBTIQ, que en la práctica se reduce a dos: el homosexualismo y el transgénero, estrechamente relacionados con la ideología queer.
En la actualidad, el Día del Orgullo ha superado todos los límites para transformarse en celebraciones a lo largo de un mes y, gracias a los poderes políticos, económicos y mediáticos, se convierte en una celebración de una minoría del establishment, del poder establecido, porque solo este dispone de los recursos necesarios para alcanzar tal grado de saturación de los medios de comunicación y de las instituciones políticas.
Y, como en todo poder, esta minoría caracteriza al orgullo como los que poseen un concepto exagerado de sí mismos, una definición que encaja como un guante con lo que vemos y leemos. ¿A qué otro grupo social los poderes públicos pagan con el dinero de todos páginas y páginas de publicidad en los medios de comunicación o exhiben su bandera en las instituciones de todos? Eso es poder.
Como minoría del poder, lógicamente detenta privilegios. Y un privilegio es la ventaja exclusiva o especial que alguien goza por concesión de un superior. Se opone al moderno concepto de derechos y puede identificarse con el antiguo concepto de honor. Orgullo = honor = privilegio = aristocracia. Los grupos LGBTIQ son la nueva aristocracia del Estado y su ideología rompe con la condición liberal de aquel porque pasa a ser su ideología. Por eso se propaga por vías oficiales con abundantes recursos públicos; por eso dispone de leyes que establecen privilegios laborales en el ámbito de la educación y la justicia. ¿Existe un privilegio mayor que el de la inversión de la carga de la prueba? Cuando una persona de la nueva aristocracia denuncia a algo o a alguien, automáticamente el acusado pierde toda presunción de inocencia, que se convierte en condición de culpabilidad que, para superar, deberá demostrar su inocencia. ¿No es este un magnífico rasgo aristocrático?
La ideología LGBTIQ se presenta como una identidad; una de las pocas que asumen las instituciones de la cultura de la desvinculación, gobernadas por la gran alianza entre el liberalismo cosmopolita de la globalización y el progresismo de género en una época de destrucción de identidades: la de la patria, de la tradición y las fuentes culturales, la de la familia, el parentesco, la del matrimonio, la de ser padre y madre; hombre y mujer… Todo esto es malo, protofascista o sin el proto. Ahora, la identidad de la nueva aristocracia, bandera incluida, es digna del máximo reconocimiento oficial.
Pero no nos engañemos: todo esto es cierto en un número limitado de países, sobre todo de Europa, de la Occidental y nórdica, y también en buena medida, con notables excepciones, en Norteamérica. Pero en la mayor parte del mundo la cuestión es otra. Su distintivo de mayor alcance, el matrimonio homosexual, existe solo en una treintena de países del mundo de los 193 estados miembros de la ONU. Europa es el continente donde más países han legislado a favor de las uniones entre personas del mismo sexo; en total son 16. Es una excepción en las instituciones sociales, no una regla, y por consiguiente tenemos todo el derecho del mundo a pensar como la gran mayoría de la humanidad y a querer para nosotros lo mismo que ellos no han perdido: la identidad del matrimonio reservado al proyecto en común entre un hombre y una mujer, que sirve sobre todo al propósito de tener hijos y cuidarlos.
Ahora que a la Gran Alianza le da por descolonizar los museos y buscar las culpas de un pasado hegemónico, haría bien en no pecar en tiempo real de esta supremacía y acoger con más normalidad lo que la mayoría de la humanidad sostiene, en lugar de descalificar dañinamente a quienes queremos ser como todo el mundo, nunca tan bien dicho. Porque, amigos y amigas, cantemos con fuerza: “¡El rey está desnudo!”. Son una excepción y no la regla.
Pero tampoco debemos engañarnos. Estamos ante una de las ideologías políticas clave del Estado desvinculado que forja la alianza decadente del liberalismo cosmopolita de la globalización y el progresismo de género. La otra, lo sabemos bien, es el feminismo de la lucha de géneros.
Una realidad son las personas homosexuales, heterogéneas, distintas, como así somos los heterosexuales; y otra muy distinta el homosexualismo político, que persigue, en nombre de una identidad fija, monolítica, integral, totalizadora y autoritaria LGBTIQ. Esta concepción es una ideología y así debe ser tratada. Solo persigue transformar las instituciones y la cultura de acuerdo con sus postulados, que son sobre todo antropológicos, morales y culturales, que la política transforma en leyes y comportamientos colectivos; o al menos lo intenta. Y con esta ideología, con la que discrepamos, tenemos todo el derecho del mundo a oponernos en una sociedad democrática con una Constitución que reconoce en su artículo primero el pluralismo político.
Esta es una de las grandes tareas de nuestro tiempo: la de desmontar este constructo cultural ideológico del homosexualismo político y situar a la homosexualidad en el plano de la diversidad humana y el respeto a la misma que le pertoca, como a todas sus restantes dimensiones. Solo es la ciudadanía la que otorga derechos iguales para todos y no con quién se acuesta uno o la particular preferencia de cómo se relaciona en la intimidad.
Respetar la diversidad humana es crucial en una sociedad democrática. Debemos oponernos a cualquier ideología que busque imponer una única visión. ¿Cómo equilibrar este respeto con la lucha contra las imposiciones? 🤔 #Diversidad… Share on X
4 Comentarios. Dejar nuevo
Hablan y hablan de diversidad, pero en realidad lo único que quieren es uniformarnos a todos en lo que ellos se han propuesto.
Creo que el Orgullo gay es muy diferente al honor: por que este se fundamenta en una falacia en cambio el otro es un deber ser.
Poderosos, neoaristocráticos, … y todo lo que se quiera. Pero es inevitable: produce repugnancia verlos haciéndose arrumacos.
Decía San Agustín: «fue el orgullo lo que convirtió a los ángeles en demonios». Poco más se puede decir.