No insistas por ahí, hermano, mi hermana del alma. A cabezazo limpio no conseguirás nada, a menos que forzando la situación te impongas con tu conocido despotismo; pero de esta manera, ni conseguirás nada enriquecedor ni serás feliz… ni mucho menos obtendrás el reconocimiento de aquellos que tú fuerzas. Las cosas buenas y llamadas a perdurar son aquellas que fluyen, se diría que por sí solas; tú lo único que has de hacer es despertarlas y encauzarlas, reconduciéndolas con delicadeza, respeto y autonomía. Así sí que crearás paraísos de prosperidad, y crecerá tu fortuna material y espiritual. Y te ganarás el cielo.
¿Te has fijado en aquellas personas que −como tú− van a matar, violentando estados y personas, circunstancias y entornos, sacando pecho como el chucho callejero depauperado por sus propias deficiencias que le ladra a tu pastor alemán adiestrado para sacar partido al concurso internacional del Canis Universalis? (¡No lo busques en internet, acabo de inventármelo! Solo te lo describo para que adviertas la diferencia entre un vulgar quincallero que avanza a bramidos y el sabio que atrae todas las miradas sin levantar un dedo. ¡Aprende!).
¿Para qué discutir? El discutir por discutir solo trae discordia. Porque cuando una conversación no avanza con voluntad de acuerdo, siempre acaba en pipiripao de insignes degenerados que permanecen contrapuestos. Sucede como con aquel que va y cuando le presentas una persona de valía, actúa pavoneando y acabas teniendo que insistirle en que no le busque los tres pies al gato (que todos, tu interlocutor también, tenemos), sino lo bueno que tu invitado hace en vida; él mismo −el que creías amigo− va y te escupe una retahíla en contra de su imaginario contrincante, con la que se pone por todas en evidencia.
Otra manera de ver
Abre los ojos, afina tu visión. ¿No ves que cuando él mismo expone como opuesto a tu elocución lo que tú previamente le has afirmado incluso por escrito, lo defiende sin advertir que es eso mismo lo que te está rebatiendo? Y lo tristemente manifiesto no es solo esa incoherencia, sino lo hace solo por imponer su preeminencia aun a costa de contradecir un criterio que niega sus creencias. Eso (no podía ser de otra manera) le hace merecer no solo tu desatención, sino tu desconfianza (no hablemos ya del Cielo)… además de que siempre sale con chichones en la frente que le provocan dolores de cabeza permanentes, que perduran aun días y años después de su desatino. No es de extrañar, pues a los chichones y a los dolores los persigue con afán de niño viciado con ganas de atención, como el pibe criaturesco que repele a los compañeros que en el patio se le ofrecían para aviar milagros con la bola con que imitan a los grandes jugadores de la tele.
Ciertamente, eso suele ser: que tu oponente se busca a sí mismo, y no la Verdad. Porque todos sabemos que todos tenemos un lado oscuro que no queremos dejar ver, y debemos respetar a los que, aun ejerciendo en vida proezas que pocos tienen a bien tratar de conseguir, sufren también ese pimpollo infecto que tratan de superar cual acné juvenil en su lucha por la excelencia. Y no olvides, hermano, mi hermana del alma, que hasta la sabiduría popular lo sentencia al alimón: “Haz el bien y no mires a quién”. Y, sobre todo, no hables mal de tu hermano, so pena de trompicar tú con tu propia piedra de tropiezo: tu orgullo embriagado, tu grano en la punta de la nariz, ebrio de tu propia avidez. ¿Qué te sucede con tu oponente? Tu porfía te delata: ¡querrías ser como él!
Twitter: @jordimariada
¿No ves que cuando él mismo expone como opuesto a tu elocución lo que tú previamente le has afirmado incluso por escrito, lo defiende sin advertir que es eso mismo lo que te está rebatiendo? Share on X