Y ahora vayamos a la mirada específicamente cristiana. ¿Cómo hemos de intervenir eficazmente en la vida política?
Como explicaba el papa Francisco en una audiencia a un grupo de católicos de América Latina reunido en Roma para tratar del papel en la política, los católicos debemos intervenir en ella teniendo claro que los partidos no agotan todos los caminos. Concretamente decía: «Una nueva presencia de católicos en política es necesaria en América Latina. (…) nuevos métodos que permitan forjar alternativas que simultáneamente sean críticas y constructivas. Alternativas que buscan siempre el bien posible, aunque sea modesto. Alternativas flexibles pero con clara identidad social cristiana «. Y también afirmaba: «Ser católico en la política no significa ser un recluta de algún grupo, una organización o partido, sino vivir dentro de una amistad, dentro de una comunidad. Si tú en formarte en la Doctrina social de la Iglesia no descubres la necesidad en tu corazón de pertenecer a una comunidad de discípulos misioneros verdaderamente eclesial, en la que puedas vivir la experiencia de ser amado por Dios, corres el riesgo de lanzarte un poco a solas a los desafíos del poder, de las estrategias, de la acción, y terminar en el mejor de los casos con un buen lugar político pero solo, triste y con el riesgo de ser manipulado «.
Las presentes elecciones, los debates que hemos visto, los contenidos políticos que se proponen y la experiencia personal de muchos de nosotros, ponen de relieve la dificultad que tenemos como cristianos para escoger una opción que nos represente mínimamente. En principio la idea de que no debe existir un partido cristiano que concentre todo el voto, sino que es mejor que éste se reparta, responde al pluralismo católico.
Pero el problema comienza cuando no es factible acogerse a él sin renunciar a cosas muy importantes, y todavía es menos asumible supeditar la opción cristiana a un determinado planteamiento político por justo y excelso que a uno le pueda parecer. Pero estas dificultades lo son en la medida que nos limitamos a planteamientos muy simples y podemos superarlas si vemos la política en toda su dimensión y no solamente con el voto cada cuatro años. Esto, lo veremos, servirá de poco si a lo largo de los 4380 días restantes somos ciudadanos pasivos. Este es el problema principal. La respuesta radica en abordar organizadamente, como cristianos, todo el potencial, todos los mecanismos de participación, para intervenir en las cosas concretas de la política, y sobre todo si nos sacamos el sueño de las orejas y decidimos dejar de ser subalternos y situamos sobre la plaza pública una clara identidad cristiana, como pide el Papa.