Desde luego, hay que estar prevenidos frente a estereotipos, propios o ajenos, tan típicos de las redes y del predominio de la cultura audiovisual basada en sentimientos más que en la razón: de ahí el sorprendente exceso de tribus en la sociedad postmoderna, que apoya a los propios sin fisuras, mientras niega el pan y la sal al otro, al distinto, al potencialmente enemigo.
Todo esto no se resolverá con leyes, a pesar del quizá bien intencionado esfuerzo europeo: la abundancia de normas sobre privacidad, protección de datos, responsabilidad de las plataformas, derecho al olvido o protección de los autores, no dará resultados si no se abordan los problemas de fondo, culturales y éticos: afectan sobre todo al respeto de la persona.
En cualquier caso, a mi juicio, la democracia está en condiciones de superar las amenazas que la harían degenerar en demagogia, por imparable que parezca tanto algoritmo de inteligencia artificial, mientras no perdamos la fe en la dignidad humana.