La aspiración a la verdad es un antídoto frente a la obstinación que hace de cada opinión un dogma incontestable, como explicaban los profesores Robert R George y Cornel West en una importante declaración:
«Quien huye de la idolatría de poner sus opiniones por encima de la verdad querrá escuchar a personas que ven las cosas de forma diferente, para entender qué consideraciones -pruebas, razones, argumentos- les han llevado a un lugar diferente de aquel en que, de momento, se encuentra».
Es esta disposición a tomarse en serio a las personas con las que discrepamos -y no la indiferencia relativista- lo que «nos vacuna contra el dogmatismo y el pensamiento de grupo, tan tóxicos ( … ) para el funcionamiento de las democracias».
Los investigadores de More in Common señalan que a la polarización han contribuido más las dos tribus -de las siete en que dividen a la sociedad, estadounidense- cuyas visiones del mundo son más rígidas:
los que llaman «progresistas activistas» y «conservadores devotos«. Pero la rigidez parece alimentarse más de la identidad de grupo, la antipatía o el miedo al diferente que de las propias convicciones.
Así, «el tribalismo se refleja en la importancia que las personas atribuyen a su pertenencia a un grupo en particular, en su sentido de solidaridad con los demás miembros de la tribu, en su hostilidad hacia los miembros de un grupo rival, en su tendencia a pensar de forma parecida a los de su tribu en un amplio abanico de temas, y en las narraciones que comparten sobre los valores morales con otros miembros de su tribu».