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De la crisis moral al puritanismo: la excepcionalidad homosexual

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La cultura Occidental ha evolucionado de la amoralidad a un puritanismo bizco.  Como es sabido este último movimiento de cariz religioso y político tiene dos acepciones. Las dos son de aplicación a nuestro caso.  Por una parte, es aquella concepción religiosa que se inició en Inglaterra y Escocia en los siglos XVI y XVII con el fin de “purificar” a sus confesiones de las doctrinas y ritos católicos y por defender una rigidez moral extrema y una absoluta adecuación de las costumbres a la moral evangélica, que adoptaba un cariz parecido al de judaísmo y el cumplimiento de sus normas. Si sustituimos la concepción calvinista que lo inspiró por el fervor religioso del feminismo de género, tendremos nuestro equivalente cuatro siglos después. La segunda acepción nos habla simplemente de la rigidez excesiva en el cumplimiento de determinadas normas de conducta moral pública o privada. En este caso, las normas se refieren a la forma de abordar las relaciones entre hombres y mujeres, tanto personalmente como en el imaginario cultural, la canción, la literatura.

La sociedad desvinculada en la que vivimos parte de una ontología moral de naturaleza liberal, a derecha y a izquierda, lo que permite afirmar con propiedad que tal diferenciación ya señala muy poco. Esta concepción, que tiene en Rawls uno de sus máximos exponentes, sostiene -y la política predica- que las sociedades no han de basarse en ningún acuerdo moral fundamental que no sean las leyes, y aun estas no pueden prejuzgar lo que cada persona considera como un bien. Esta visión ha sido criticada desde diversas perspectivas, aunque sin duda la más importante corresponde al comunitarismo. Un ejemplo espectacular de este enfoque es la sentencia del Tribunal Supremo de los EE. UU., “Roe contra Wade”, que despenalizó el aborto en aquel país. Su fundamento es el del derecho a la intimidad de la mujer, que le permite abortar sin entrar a considerar la naturaleza y las consecuencias del acto sobre un tercero.

En realidad, aquella concepción da lugar, a partir de la segunda mitad del siglo XX, a la supremacía del imperio del deseo, que es el fundamento de la sociedad desvinculada, el imperio de la cuspiditas, de la posesión de lo del otro, y del otro, incluso por encima de su voluntad. Es un hachazo a la ley natural del Decálogo, y específicamente sobre el noveno y décimo mandamiento, que están en el fundamento de toda relación de respeto con los demás. El impulso de esta transformación es el deseo sexual, uno de los deseos primarios más fuertes en el ser humano, al no estar limitado por la ley biológica del celo, como sí sucede con la mayoría de los mamíferos. Eclosiona con las revueltas del “mayo 68” y su mejor ejemplo es un film emblemático de la época interpretado por Marlon Brando y dirigido por Bernardo Bertolucci, “El último Tango en París”. Lo que entonces fue celebrado como una exposición libre y progresista, hoy es censurado como una relación sexual no consentida, una manifestación de sexismo. Lo que entonces mereció nominaciones a Oscar, Globos de Oro y premio de los críticos de Nueva York, hoy no podría visionarse sin gran escándalo. Lo que entonces la Iglesia criticaba como inmoral, hoy censura con acritud y descalificaciones el feminismo de género. Los casos son innumerables, “Nabokob” y otra obra para algunos críticos memorable, “Lolita”, siguen la misma suerte, y de ahí a la censura sistemática de canciones y grupos musicales adoptada por los poderes públicos locales y regionales, con una intransigencia que supera la aplicada por la perspectiva religiosa, que en pleno siglo XX se limitaba a desaconsejar a sus fieles, más que exigir, la prohibición pública para todos. Ha desaparecido aquel mantra progre de “no se debe prohibir porque el que no quiera que, no vaya”

Pero toda esta censura moral en la relación entre el hombre y la mujer, que no deja de ser una reacción lógica a los excesos y, como tal, respuesta a los mismos, también excesiva en muchos casos, tiene un límite, en las prácticas homosexuales. Lo que es visto como sexismo, la presentación insinuante de cuerpos semidesnudos, el deseo sexual llevado más allá de la voluntad inicial de otro, incluso contra el otro como muestra el “Último Tango”, todo eso se esfuma ante la cultura homosexual, que normaliza prácticas tan aberrantes y excesivas como el chemsex y el cruissing, que en muchos casos no son nada más que “últimos tangos” aplicados de manera masiva y sistemática. En este caso, como se hace prolijamente evidente en las celebraciones del día del orgullo Gay, el exhibicionismo sexual de los homosexuales es celebrado como un acto progresista y libre, como en su tiempo fue el Último Tango en París

Viven en un caos moral que da lugar a una sociedad de contradicciones y reglas confusas. ¿Cómo quieren que luego todo eso no se traduzca en crisis ramificadas de tanto sinsentido?

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