Sufrimos graves y crecientes problemas que ni tan solo están en la agenda de los partidos políticos. La carencia de natalidad es uno de ellos, la marginación de las familias con hijos y el desamparo de la maternidad, constituyen otros ejemplos. Como también lo son la erosión de la clase media y de la capacidad adquisitiva de los salarios, la precariedad del trabajo, el crecimiento de la desigualdad y la parálisis del ascensor social. Han arrasado todo lo que significa la tradición cultural, en gran medida movidos por la voluntad de negar sus raíces cristianas.
La identidad personal se ve destruida por la descristianización, por la destrucción del significado de ser hombre y mujer, esposo y esposa, padre y madre, a causa de la ideología de la perspectiva y el feminismo de género, que estigmatiza al hombre, al marido, al padre, al adolescente y al joven, penaliza a las madres, descalifica y ningunea la maternidad, se olvida de las viudas. El principal factor de desigualdad laboral y profesional radica en el hecho de ser madre, y al mismo tiempo se niega todo valor al trabajo en el hogar y la atención a la familia. Se acepta con toda impunidad el gran entramado que significa el tráfico de mujeres y la prostitución, a pesar de constituir el mayor acto de violencia social contra ellas. La perspectiva de género se burla de la desigualdad creando ministerios para la igualdad sin la más mínima competencia económica, mientras crece una gran fuente de desigualdad: el trabajo precario, que destruye todo sentido de realización personal y lo reduce a un simple modo de subsistencia, a la vez que enfrenta a los trabajadores entre ellos a causa del low cost. No hay low cost sin low salary. Esta pérdida de identidad, de inseguridad, por lo tanto, combinada con los flujos inmigratorios mal regulados, alientan reacciones a menudo que son descalificadas sin comprender sus causas.
La cultura que se nos impone y domina detrae nuestro derecho y deber a educar moral y religiosamente a nuestros hijos. La concepción de matrimonio y familia como unión estable de un hombre y una mujer abiertos a la descendencia, es despreciada. Se niega el valor de este compromiso fuerte y se incentivan relaciones débiles que multiplican las rupturas, la violencia contra la mujer. Aumentan los hijos de madres solteras, que es la gran vía de feminización de la pobreza con todas las consecuencias negativas que comporta para las personas y la sociedad.
El cristianismo, y en especial la Iglesia, se ve sistemáticamente vituperado. Ninguna de sus decisivas aportaciones sociales y solidarias es valorada, y las fechorías de algunos de sus miembros son transformadas en categorías generales. Condenan a los cristianos a ser ciudadanos de segunda porque somos el único grupo que no podemos expresarnos como tales en la vida pública, nuestros puntos de vista nunca son atendidos por los gobiernos y parlamentos. Somos silenciados antes de que podamos ser escuchados. Toda diferencia merece consideración, excepto la cristiana.
La memoria histórica ha derivado, no en la profundización de la reconciliación con el pasado, sino en una instrumentalización del recuerdo de las víctimas del bando republicano, y el desprecio, cuando no el negacionismo, de las víctimas provocadas en la retaguardia republicana, por el hecho de ser simplemente católicas.
España vive un intenso enfrentamiento entre los partidos políticos españoles que avivan hasta el paroxismo las diferencias, y se muestran incapaces de construir nada. La política en lugar de ser un debate racional entre opciones diferentes de cómo realizar el bien común, lo han convertido en una pugna entre enemigos. En Cataluña la fisura entre dos colectivos, los partidarios de la independencia y los que se oponen a ella, ha dividido comunidades de todo tipo, desde familias a la propia Iglesia. Solo cuando impera el silencio sobre el conflicto la conversación resulta posible.
Nada bueno puede salir de todo esto.
Los partidos han transformado la política, que es el servicio al bien común, en un enfrentamiento destructivo para lograr el poder, la han convertido en un fin en lugar de ser el medio para servir a los ciudadanos.
Los partidos políticos y las instituciones en las que intervienen, gobiernos y parlamentos, son los responsables de procurar los bienes comunes y generales, pero en realidad muestran un penoso escenario de peleas y diálogos de sordos. ¡Qué callejón sin salida!: quienes tienen que resolver los problemas colectivos se han convertido ellos mismos en uno de los principales problemas de la sociedad.
¿Cómo podemos superar este callejón sin salida? ¿Cómo podemos lograr el bien común si los políticos se muestran incapaces de ni siquiera dialogar constructivamente?
La situación que vivimos y que hemos resumido en pocas palabras señala una situación muy crítica que va a peor. Solo una respuesta moral cultural y política puede resolver la crisis. Y esta respuesta integral solo puede surgir del cristianismo. Empieza en el ámbito de la fe vivida, se extiende a la evangelización, y señala el sentido de la acción, necesariamente colectiva, para transformar la práctica política, la forma de gobernar y las leyes.
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