El Papa Francisco participó de la la II Jornada Mundial de los pobres, cuya Misa tuvo lugar en la Basílica de San Pedro: “La injusticia es la raíz perversa de la pobreza. El grito de los pobres es cada día más fuerte pero también menos escuchado, sofocado por el estruendo de unos pocos ricos, que son cada vez menos pero más ricos”, afirmó el Santo Padre.
En ese sentido, el Papa Francisco reivindicó la figura del otro, del prójimo, que puede ser pobre o no como una oportunidad para santificarnos a través de nuestras acciones con él. Por eso, el obispo de Roma afirmó que tanto Dios como el prójimo son «los auténticos tesoros de la vida».
El obispo de Roma se sirve del pasaje que explica la tormenta en la que Pedro se hunde en medio de la tormenta temeroso y pide a Jesús: «Señor, sálvame» mientras éste extiende su mano hacia él.
“Podemos ponernos en la piel de Pedro – propuso el Papa – somos gente de poca fe y estamos aquí mendigando la salvación. Somos pobres de vida auténtica y necesitamos la mano extendida del Señor, que nos saque del mal. Este es el comienzo de la fe: vaciarnos de la orgullosa convicción de creernos buenos, capaces, autónomos y reconocer que necesitamos la salvación. La fe crece en este clima, un clima al que nos adaptamos estando con quienes no se suben al pedestal, sino que tienen necesidad y piden ayuda”.
La confianza en la escucha
Según Francisco, el hijo de Dios escucha el grito de Pedro, por lo que nosotros debemos confiar en que el Padre escuchará el nuestro: “El grito de los pobres: es el grito ahogado de los niños que no pueden venir a la luz, de los pequeños que sufren hambre, de chicos acostumbrados al estruendo de las bombas en lugar del alegre alboroto de los juegos. Es el grito de los ancianos descartados y abandonados. Es el grito de quienes se enfrentan a las tormentas de la vida sin una presencia amiga. Es el grito de quienes deben huir, dejando la casa y la tierra sin la certeza de un lugar de llegada. Es el grito de poblaciones enteras, privadas también de los enormes recursos naturales de que disponen. Es el grito de tantos Lázaros que lloran, mientras que unos pocos epulones banquetean con lo que en justicia corresponde a todos. La injusticia es la raíz perversa de la pobreza. El grito de los pobres es cada día más fuerte pero también menos escuchado, sofocado por el estruendo de unos pocos ricos, que son cada vez menos pero más ricos”.
Además, el Papa recuerda que el buen creyente extiende su mano al prójimo como lo hizo Jesús. En ese sentido, Francisco llamó la atención sobre una sociedad, la actual, impasible a veces ante el sufrimiento ajeno, que o observa con inmovilidad: «El creyente extiende su mano, como lo hace Jesús con él. El grito de los pobres es escuchado por Dios, ¿pero, y nosotros? ¿Tenemos ojos para ver, oídos para escuchar, manos extendidas para ayudar? «Es el propio Cristo quien en los pobres levanta su voz para despertar la caridad de sus discípulos» (ibíd.). Nos pide que lo reconozcamos en el que tiene hambre y sed, en el extranjero y despojado de su dignidad, en el enfermo y el encarcelado».
“El Señor extiende su mano: es un gesto gratuito, no obligado. Así es como se hace. No estamos llamados a hacer el bien solo a los que nos aman –finalizó el Santo Padre– corresponder es normal, pero Jesús pide ir más lejos, dar a los que no tienen cómo devolver, es decir, amar gratuitamente. Miremos lo que sucede en cada una de nuestras jornadas: entre tantas cosas, ¿hacemos algo gratuito, alguna cosa para los que no tienen cómo corresponder? Esa será nuestra mano extendida, nuestra verdadera riqueza en el cielo”.