Representa la muerte de millones de mujeres, pero no suele aparecer en los medios. Probablemente porque tiene que ver con ese sacrosanto tabú de la modernidad que es el aborto, auténtico tótem intocable sobre el que no se puede expresar ni la más mínima duda a no ser que uno quiera desencadenar la ira de los dioses laicos.
Lo cierto es que el ratio biológico normal es que por cada 104/106 varones nacen 100 mujeres. Todos los análisis realizados han encontrado que esta proporción se mantiene estable cuando no actúan variables externas.
Por lo tanto, se puede afirmar que cuando el ratio alcanza o supera los 109 varones por cada 100 mujeres que nacen, estamos ante la constatación de que se están realizando actos que alteran la proporción normal.
Estos actos son, en el caso de niños concebidos de forma natural, pruebas prenatales que informan del sexo y el subsguiente aborto si el niño por nacer ha resultado ser una niña. En el caso de uso de técnicas de fecundación artificial, se suele realizar un diagnostico genético de preimplantación para determinar el sexo del embrión y se escoge un embrión de sexo masculino, siendo los de sexo femenino descartados.
The Lancet ha publicado un estudio este mismo año en el que señala que hay, en la actualidad, 63 millones de chicos más que de chicas en la India
La lista de los países con ratios anormales, esto es, aquellos en los que se detecta a las mujeres y se las elimina antes de que nazcan, es la siguiente según el Fondo de Naciones Unidas para la Población (la cifra indica el número de varones que nacen por cada 100 mujeres que también nacen):
Otro ámbito en el que este proceder está muy extendido es en algunos países del antiguo bloque soviético, como es el caso de Armenia, Azerbaiyán y Georgia. En 2000 el ratio en Armenia alcanzó los 120 niños por cada 100 niñas, si bien desde entonces ha declinado. Pero en la misma Armenia, si el primer hijo es una chica, el ratio para el segundo hijo llega hasta a 156 niños por cada 100 niñas. Dos hijas parece una combinación inaceptable para muchos armenios.
En los otros dos países reseñados se llegaron a picos de 118 varones en Azerbaiyán en 2003 y de 119 varones en Georgia en 1999, pero al igual que en el caso de Armenia han declinado muy levemente desde entonces, estabilizándose en cifras no muy lejanas. Un dato sobre Georgia nos da información sobre el alcance y extensión que durante el régimen comunista soviético alcanzó el recurso al aborto: en la década de los 70, Georgia alcanzó el macabro honor de ser el país con mayor tasa de abortos del mundo, con 1,1 abortos por cada embarazo que acababa en nacimiento.
La eugenesia tuvo un gran desarrollo a principios del siglo XX, cuando tantos pensaron que a través de leyes que impidieran el matrimonio con las personas genéticamente inadecuadas y con programas de esterilización masivos iban a procrear solo los “superiores” y la raza humana iba a mejorar así de modo sustancial. Los programas eugenésicos adoptados por la Alemania nazi hicieron que muchos de los defensores de la eugenesia se camuflaran o renunciaran a ese nombre, aunque siguieron promoviendo este tipo de prácticas, a las que se añadió la extensión del aborto entre las clases populares, como Margaret Sanger, la fundadora de Planned Parenthood, siempre propugnó.
Las esterilizaciones forzadas continuaron en Estados Unidos hasta bien entrada la década de los 70 y California aún esterilizaba a presos en los 90. Ahora la detección y asesinato por aborto o abandono de niñas, consideradas un peor “capital” que los hijos varones, están enormemente extendidos en amplias regiones del mundo sin que nadie diga nada.
Hablábamos hace poco del genocidio que se está produciendo con los niños con síndrome de Down, otra práctica eugenésica que se aplica en todo el mundo casi sin excepciones. Pero podemos afirmar que los abortos para seleccionar el sexo, práctica común en China, la India y algunos países ex soviéticos, son el mayor “feminicidio” de nuestros días.
Un feminicidio sobre el que las militantes feministas y los ministerios de igualdad guardan un estremecedor silencio.