La Diputación Provincial de Zaragoza expone hasta el día 6 de enero en el palacio de Sástago la colección pictórica privada Santamarca, del célebre pintor aragonés Francisco José de Goya y Lucientes destacando la serie “Juegos de niños”. Según la analista de arte J. A. Tomlinson, la serie descubre uno de los temas troncales de Goya: la nostalgia por la alegría de los niños. Con todo, hoy nos podemos preguntar, ¿dónde queda ese deseado bullicio de los niños cuando, estando en el seno materno, se les priva de la vida?
Durante décadas se ha pensado que la democracia era el remedio de los regímenes totalitarios, sobre todo en el preludio del siglo XX, algo concebido para garantizar inalterablemente la estabilidad del sistema. Y llegó para quedarse. No obstante, las sociedades representadas, en teoría por la clase política, tienen parte de responsabilidad cuando sus gobiernos se permiten el lujo suicida de desertar de la observancia de aquellos derechos que sirven para sustentar las estructuras más fundamentales de aquellas.
Cuando el relativismo (retazos de ciencia, fetichismo posmoderno y grandes dosis de sentimentalismo), la molicie y la presunción invaden el espíritu de los pueblos, es muy fácil manipularlos. Una sociedad sin discernimiento está sometida al albur de los vientos pasionales que coyunturalmente con más fuerza soplen. De ahí que los políticos astutos impongan “democráticamente” aquella moral de Estado que el pensamiento único dicta como categóricamente verdadera. Hablar hoy del derecho a la vida supone, generalmente, un hostigamiento hacia quienes defienden este precepto constitucional frente al indiscriminado exterminio fetal.
La sentencia del Tribunal Constitucional (TC) 53/1985, de 11 de abril, (BOE núm. 119, de 18 de mayo de 1985) afirmó que “la vida humana es un devenir, un proceso que comienza con la gestación” y “señaló la vida del niño por nacer como un bien a proteger” negando, a priori, la posibilidad de legalizar el aborto libre, es decir, de desproteger sin más la vida del no nacido. Desde entonces ha habido millones de abortos, unos filtrados por el sumidero de la ley del 1985, y otros por medio de la vigente ley de plazos, o la barra libre de la muerte. Pero, ¿por qué esta contradicción? Por que el propio TC dio la clave para abrir esa letal caja de Pandora al introducir el concepto de la “ponderación de derechos”, todos menos los del no nacido, claro está.
Un estudio reciente de la Fundación RedMadre concluye que el conjunto de las Administraciones Públicas destinan 9 de cada 10 euros en financiar abortos, por solo 1 euro para apoyar la maternidad. Quizá esto de pié a pensar que detrás de esa industria mortífera de inocentes haya un entramado mercantil que genere pingües beneficios económicos como base a un capitalismo que encubre el más mohíno de los progresismos. Claramente es un efecto más del suicidio social a manos de gobiernos aparentemente democráticos, pero intrínsecamente totalitarios.
Me temo que si Goya viviera en el presente, seguiría nostálgico y atormentado por los niños que no podrán jugar jamás al negárseles la vida, y rabia al no poderles pintar en un futuro alegres, unos jugando a soldados, otros jugando al balancín, o buscando nidos, o peleándose por castañas. Sin duda, esta angustia engrosaría el número de “Pinturas Negras” ubicadas en los muros de la Quinta del Sordo, una etapa tan tenebrosa como tétricas y macabras son las ejecuciones en los fríos abortorios.