Véase primera parte: Una reflexión necesaria (I)
La ocultación del papel de la homosexualidad. Una buena parte de las denuncias por pederastia corresponden por la edad del afectado a relaciones homosexuales. Según la Congregación para la Doctrina de la Fe, a la que llegan los casos diocesanos más graves, el 60% corresponden a relaciones homosexuales, el 30% hacia mujeres, y solo el 10% son de naturaleza pedófila. En España se asume, impasible el ademán, la regulación legal vigente que permite las relaciones sexuales entre un adulto y un mayor de ¡13 años! Aquí la ley es generosa con el pederasta y casi nadie protesta. Lo que en el área anglosajona sería un delito grave, aquí no lo es.
La mentira. Se propaga que la Iglesia condena a excomunión a las víctimas que denuncian el delito, cuando en realidad establece lo contrario en la instrucción de “Crimen Solicitacionis“, de 1962 (actualizada en la revisión del Código Canónico de 1983, “Delictis gravioribus”). También se ha prodigado que el Papa “tapó” determinados casos. Siempre han acusado al Papa de turno de actuar así, Juan Pablo II, Benedicto XVI, ahora Francisco. Aunque en este último caso todo sea más doloroso porque surge de responsables de la propia Iglesia. Es la insensata idea de arreglar las cosas lanzando piedras al propio tejado.
Se ataca al sacramento de la confesión como una forma de encubrimiento, como si su práctica no exigiera la reparación del mal causado para alcanzar el perdón. ¿Cuáles eran las bases para acusar a los Papas? Ninguna. Sospechas elevadas a la categoría de cosa privada, maledicencia, pero el The New York Times y sus palmeros han llenado páginas con todo ello. La implicación del celibato sacerdotal con la pederastia es otro ejemplo. La literatura científica señala que no existe ninguna relación. Una de tantas referencias puede encontrarse en el estudio “Sexual Abuse in Social Context: Clergy and Other Professional”. A pesar de ello, se insiste, como si la concomitancia fuera cierta. Además, si es la homosexualidad el principal motor ¿cómo lo van a arreglar dejando que los curas se casen con una mujer? ¿O quizás la idea subyacente es otra?
Fuera de contexto. El efectismo se multiplica al eliminar todo contexto. En España un estudio de 1994 del doctor Félix López, encargado por el Ministerio de Asuntos Sociales, señaló que los abusos a menores cometidos por maestros y profesores afectaban al 23% de las niñas y al 10% de los niños. El Departamento de Educación de Estados Unidos consideraba en el 2004 que entre el 3,5% y el 6% de los alumnos habían sido objeto de una actuación sexual inadecuada por parte de sus profesores, cifra coincidente con la encuesta oficial del 2003 que sitúa el dato en el 6,7%. Si los sacerdotes católicos hubieran actuado igual, y considerando solo las escuelas, el número de casos en los últimos 50 años debería haber sido de unos 225.000 a 300.000 para igualar la ratio de los seglares, pero solo fueron 4.392, es decir, sesenta veces menos.
La reiteración y el equívoco. Se acusa a la Iglesia de no haber hecho nada sobre esta cuestión. Es falso. De hecho, es la única gran organización que trata con menores que ha adoptado medidas decisivas. Ningún gobierno de ningún país ha hecho nada parecido, a pesar de que la lacra es mucho mayor en los centros públicos. Nadie más lo reconoce públicamente. Ningún periódico ha pedido jamás la cabeza de un ministro de educación o un secretario general por esta causa. La Iglesia desde 1983 ha establecido, revisado y ampliado normas, o adoptado decisiones públicas de gran dureza, como con el padre Maciel. Ni ha suspendido sacerdotes, cerrado las parroquias, aportado dinero sin obligación judicial. ¿Quién puede decir lo mismo? Con muchos menos motivos ha hecho mucho más.
Todo esto no significa menospreciar los delitos que se hayan cometido, sino situarlos en su contexto real. La pederastia es una maligna tentación humana. Si practicáramos el método descrito, los españoles, aparecerían como unos pedófilos empedernidos. No digamos ya los maestros y profesores. Pero sabemos que unos y otros son personas normales, con excepciones. Pues bien, esa excepcionalidad en la Iglesia es todavía mucho mayor, y al presentarla como si fuera lo contrario, se comete una gran injusticia.
La realidad sacerdotal es otra:
Cuando en el lugar más remoto y violento, la ONU y las ONGs abandonan el territorio, los misioneros, las monjas, permanecen. Centenares de ellos mueren cada año por esta causa. En el lugar más cercano, cuando el pobre o el desesperado busca ayuda, acude a una parroquia. Cientos de miles de familias de aquí confían sus hijos a escuelas católicas. Son millones en el mundo. Así continuará siendo, sin que los escándalos sobre la pederastia les afecten, porque confían en la Iglesia y en sus sacerdotes. Esa es la realidad. Juzgarla exige medirlo todo y medirlo bien.