El Papa confía, tras el Acuerdo con el Gobierno del país, que los católicos en China, como ciudadanos de pleno derecho, contribuyan a promover el desarrollo integral de la sociedad, asegurando un mayor respeto por la persona humana, también en el ámbito religioso. Se trata del inicio de un camino inédito que debe ayudar a sanar las heridas del pasado, pero el Papa advierte que el Acuerdo firmado es sólo un instrumento, y que resultaría inútil sin un compromiso profundo de renovación personal y eclesial. Con esta Carta, Francisco ha escrito una nueva página en la historia de la Iglesia en China.