Nos referimos a las diferencias sociales, y no a las biológicas, derivadas de una naturaleza distinta dentro de la unidad de la especie. Es, lo que otros denominan brecha de género.
Como en todo, en el feminismo de la supremacía, el woman power, la mirada solo funciona en una determinada dirección. En su ejercicio, la brecha de género solo se dirige a señalar aquellos desequilibrios sociales en los que la mujer se encuentra en una situación de desigualdad. Esta mirada, además, se concentra solo en aquello que puede engrosar la extraña teoría de que la mujer en nuestra sociedad está oprimida y discriminada. En la práctica, se dedica solo a aquello que otorga relieve o poder, y así surge la idea de paridad y cuotas en cargos directivos, listas electorales, consejos de administración, dirección de cine y un largo etcétera, que destruyen toda meritocracia. También la brecha salarial, que ciertamente existe, pero no siempre ni con la magnitud con la que nos es presentada, es decir, cuando las retribuciones se calculan en términos reales de salario hora y depuradas de determinados sesgos, como horas extraordinarias y estructuras de cargos de responsabilidad, entre otros.
Pero hay otros casos que la mirada supremacista no atisba a ver nada. Es cuando la discriminación se produce entre las propias mujeres. Un paradigma bien femenino es el del embarazo, que demasiadas empresas castigan con la marginación -y el despido si encuentran el motivo legal. Es el caso de la investigadora que se ha visto apartada por aquel motivo, en benéfico de otra de sus compañeras que ocupará su lugar sin que ninguna de ellas proteste de la discriminación que sufre la futura madre. Si quiere hijos, que acepte las consecuencias. La casuística de la discriminación por maternidad es inmensa, pero el feminismo guarda silencio.
Aquella mirada nunca atiende cuando la brecha es negativa para los hombres. A pesar de que se trate de situaciones muy graves, porque condenan a quien las sufre para toda la vida por la desigualdad de oportunidades que entraña.
Se trata del abrumador fracaso escolar en términos de abandono temprano que experimentan los jóvenes. Quienes dejan los estudios antes de completar su ciclo, entre los 18 y 24 años, verán mermadas sus posibilidades con casi total seguridad para el resto de sus días. A este tipo hay que añadir otro, más grave todavía, el de quienes lo dejan antes de terminar la ESO. Además, todos estos contingentes alimentarán al gran grupo de quienes ni estudian, ni trabajan, los ninis. Pues bien, ahí la brecha de género es colosal, más de uno de cada cinco hombres jóvenes (el 22%) abandona antes de tiempo. Es una cifra insólita en términos europeos. Mientras que las mujeres se quedan en un inadecuado, pero mucho más discreto, 14,5%, La diferencia es de más de siete puntos, en términos relativos para así ver mejor su importancia. Esto significa que el abandono es un 50% superior entre los hombres que entre las mujeres. Es una diferencia abrumadora, condenatoria, la muestra de que el sistema educativo no ayuda a los chicos, porque tal distancia no se da en ningún otro país. Pero a nadie parece importarle. Naturalmente esto se prolonga después, en los estudios universitarios, donde la diferencia entre los hombres y mujeres que terminan es del 36,5%.
Pero eso no parece importar a nadie, ni gobierno, ni oposición, ni tan siquiera a las familias de los hijos. Pero ese desprecio tiene un coste. Este país nunca conseguirá superar su desventaja educativa con Europa, mientras no consiga reducir el menosprecio que se comete con sus hombres jóvenes.