Leer es una aventura fabulosa. Como dice un amigo: cuando uno lee, pasan cosas. La frase es tan cierta como enigmática ¿no creen? No obstante –y mi amigo estaría de acuerdo– lo verdaderamente interesante no es que pasen cosas, sino que pasen cosas buenas.
Tomemos un ejemplo. Estaba San Ignacio convaleciente en su casa de una herida de cañón en la pierna. Encontrándose mejor, pidió un libro de sus lecturas favoritas: novelas de caballerías. Él amaba esas novelas o, más aun, sus efectos: excitaban su imaginación y enardecían su vanidad a cotas en que incluso perdía de vista que eran del todo imposibles. ¡Pobre san Ignacio! Iba camino de ser otro don Quijote…
Pero sucedió que en aquella casa no había tales libros y solo pudieron ofrecerle vidas de santos y una vida de Cristo. No parece que Ignacio se quejara de aquello; probablemente en su aburrimiento estaba dispuesto a matar el tiempo con cualquier lectura… y leyendo pasaron cosas. ¿Qué pasó entonces en el interior de Ignacio?
Recurriendo a Dostoyevski igual podamos descifrar algo de aquellas cosas. Dice el gran escritor ruso que “quien deja de leer libros, deja de pensar”; es cierto que no dice que quien lee piensa, pero al menos lo pone como condición… y ésa la cumplió Ignacio pues cuenta que leyendo, se puso a pensar. No obstante, si antes con las lecturas del “mundo” el bueno de Ignacio se pasaba horas en sus fantasías y en su gran señora, le sucedió luego que aquellos pensamientos se trocaron en otros bien diversos y “leyendo la vida de nuestro Señor y de los santos, se paraba a pensar” y reflexionar sobre sí mismo.
Siguiendo con el gran “lector” Dostoyevski, otro pensamiento suyo sale en nuestra ayuda y es éste: “una buena enseñanza vale toda una vida”. Y he ahí otra cosa que le sucedió al bueno de Ignacio: en aquellos libros aprendió una enseñanza que le valió toda su vida; admirando la grandeza y la elevación de la vida de aquellos santos, emergió el valiente soldado ”razonando consigo: ¿qué sería, si yo hiciese esto que hizo San Francisco, y esto que hizo Santo Domingo? y así discurría por muchas cosas que hallaba buenas, proponiéndose siempre a sí mismo cosas dificultosas y graves, las cuales cuando proponía, le parecía hallar en sí facilidad de ponerlas en obra”, según nos cuenta en su propia biografía.
Aquellas lecturas excitaron las semejantes pasiones que las novelas caballerescas pero en un dirección bien diversa: cuando leía éstas “se deleitaba mucho; mas cuando después de cansado lo dejaba, hallábase seco y descontento”, pero cuando leía y veía todo lo que habían hecho los santos “no solamente se consolaba cuando estaba en los tales pensamientos, mas aun después de dejando, quedaba contento y alegre.”
Ya ven, tantas cosas pasaron que el maestro de la discreción de espíritus hizo “ahí su primer discurso de las cosas de Dios” y se valió bien de él en sus ejercicios espirituales.
Así, leyendo o como diríamos hoy “enfrascado” en aquellas lecturas y los pensamientos que le seguían “comenzó a pensar más de veras en su vida pasada, y en cuánta necesidad tenía de hacer penitencia della. Y aquí se le ofrecían los deseos de imitar los santos, no mirando más circunstancias que prometerse así con la gracia de Dios de hacerlo como ellos lo habían hecho.”
A San Ignacio, en un buen libro le salió Dios al encuentro… y pasaron muchas grandes y buenas cosas.
Siguiendo este acertado consejo nosotros le ofrecemos las historias anoveladas de la vida de algunos santos escritas con mucho encanto por Louis de Wohl y apropiadas para todas las edades especialmente para los jóvenes.