Por Enric Barrull
Los adolescentes de esa generación son muy vulnerables emocionalmente, hasta el punto de que se derrumban ante cualquier contrariedad. La psiquiatra Lori Gottlieb afirma que son indecisos y miedosos; en un riguroso estudio comprobó que el problema proviene de padres demasiado pendientes y apegados a sus hijos, que, al protegerlos excesivamente, no les dan la oportunidad de afrontar las dificultades por sí mismos y de desarrollar así la tolerancia a la frustración y la resiliencia. Estos padres hicieron sentirse a sus hijos muy “especiales” y “únicos”, infundiéndoles un sentido exagerado del “yo” que les eximía del esfuerzo.
Barry Schwartz, psicólogo del Swartmore College en EE.UU. afirma que hoy los padres tienen miedo al sufrimiento de los hijos. Para que no sufran les sobreprotegen y miman en exceso. Crean así el “Síndrome del niño consentido”, con un nivel de tolerancia a la frustración muy bajo, debido a no pueden soportar una negación o que se les contradiga.
Los niños consentidos crecen con una falsa autoestima. La falta de “entrenamiento” en afrontar dificultades por sí mismos les hace inseguros y desvalidos. No son capaces de adaptarse positivamente a situaciones adversas: carecen de resiliencia, un término tomado de la resistencia de los materiales que se doblan sin romperse para recuperar la situación o forma original.