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“Los niños de 10 ó 12 años están expuestos a una sexualidad de adultos”, afirma un pedagogo

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¿Niños sin pudor ante imágenes sexuales extremas? ¿Darle el móvil a un niño para que no llore o moleste durante el postre en un restaurante es una buena idea a largo plazo? “Los niños de 9 o 10 años de hoy día son alucinantes, parecen de otra galaxia”, dice el psicopedagogo César de la Hoz, con sus 20 años de profesión a sus espaldas y especializado en mediación escolar y familiar.

“Los niños de 10 o 12 años están expuestos a una sexualidad de adultos”, afirma en una entrevista con La Vanguardia, tras conocer la noticia de la existencia de pornografía infantil, sexo explícito y zoofilia en un grupo privado de Facebook realizado por los fans de ElRubius, que publica este diario. Mientras todos nos ruborizábamos en la clase de sexualidad de la escuela – tendríamos… ¿14 años?- los niños de esta edad, ya en contacto con móviles, ordenadores y conexión a internet, están más o menos familiarizados con la pornografía. Pocos hay que no hayan visto algo sexual mente explícito. “Si hay adolescentes y conexión a internet, habrá porno -sentencia de nuevo De la Hoz-. Y si se le prohíbe a un adolescente usar internet en casa, verá lo que quiera ver en casa de un amigo”.

Las tecnologías están plenamente normalizadas entre los más jóvenes. Un niño de 4 años puede quedar completamente fascinado por un smartphone y llorar lo que sea necesario para tenerlo entre sus manos. “El padre o el profesor ya no tienen tanto poder como ElRubius”, dice De la Hoz, aunque lo mismo pasaba hace décadas con Los Beatles o Los Rolling Stones.

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“Los principales referentes sociales de los niños de antes eran los padres, el grupo de iguales y la escuela, pero ahora ha aparecido internet y me atrevería a situarlo en el primer puesto de esa lista”, dice el psicopedagogo. ¿Por qué esa fascinación? “Porque internet te da lo que quieres, cuando quieres y todo lo que quieres”. Es decir, “lo realmente importante es la adicción, más que las cosas feas que se lleguen a ver”.

Una de las primeras maneras de evitar que un menor se encuentre con imágenes sexuales o violentas inapropiadas para su edad es activando los filtros de control parental en las principales aplicaciones de internet. En paralelo, los problemas que llegan desde la pantalla del ordenador pueden ser muchos. Un menor puede ser víctima de grooming –que un adulto le engañe o chantajee sexualmente-, ser víctima de acoso durante las 24 horas del día –la clave del mundo online es que nunca se detiene-, que desarrolle una adicción –por ejemplo, a los videojuegos y que apagar el ordenador sea un drama- o que vea imágenes o vídeos que puedan perturbarle.

En este último caso, el menor puede sufrir “estrés” por haberlos visto, “que no pueda sacárselos de la cabeza y que le influyan de tal manera que piense repetidamente en ellos”, lo que podría generar cambios en su comportamiento como “que comience a no estar atento en las clases o se vuelva protestón”, dice el experto sobre los síntomas más evidentes de ese shock.

El factor clave: la confianza con los padres

¿Qué se puede hacer cuando un niño ha visto un contenido no adecuado para su edad? Dice el experto que lo mejor que le puede pasar a cualquier padre, madre o tutor es “que el menor se lo explique”. Para ello, es fundamental que exista un clima previo de confianza. “Los problemas que tenemos para detectar el bullying es que los chicos no confían en el profesor”, lamenta De la Hoz. “Pero si el niño tiene confianza en sus progenitores, les dirá: hoy he visto esto en internet”.

Y si el momento ya es complicado, queda una segunda parte que lo es todavía más. La primera regla del experto es: “no te muestres más alterado que él”. Y la segunda pasa por “hablar con el niño, preguntarle qué ha visto y dónde lo ha visto, intentar normalizarlo, explicarle que eso es una cosa de la vida pero que no tiene sentido a su edad”. Todo es una prueba de confianza y de diálogo familiar: “Que en casa se hable de las cosas no adecuadas, en lugar de empezar a poner filtros y convertirlas en tabús” es una gran inversión, dice De la Hoz, firme defensor de la prevención como fórmula para evitar muchos problemas.

Para que exista confianza entre padres e hijos en el momento crucial tiene que haber pasado antes muchas cosas en casa: “compartir tiempo de calidad, no estar enganchados a los móviles –padres e hijos- y normalizar las cosas”. Compartir largos momentos, como un día de paseo o actividad conjunta, son los que más favorecen una buena comunicación y algunas confesiones del estilo “jo mamá, lo que me ha pasado”. Pero tampoco hay que generar equívocos, porque “los padres son padres, no amigos” y la infancia “tiene que ser analógica, con algunas pinceladas tecnológicas, pero con mucho ensuciarse en la calle y juegos creativos”, dice De la Hoz, quien “nunca le daría un móvil a un niño de 5 años, porque no tiene consciencia de móvil, de saber emplearlo correctamente, y creo que se empieza por ahí”.

Dice que el dispositivo –móvil, tableta u ordenador- no es el verdadero problema sino que hay que darle un buen uso: “Si le das un móvil a un niño para que no llore, en realidad tienes que conseguir tú que deje de llorar, porque un móvil no sirve para detener rabietas, no se le puede dar tanta responsabilidad a un aparato”.

De la Hoz tiene un amplio repertorio de experiencias. Como, por ejemplo, el episodio que conoció en un colegio, en el que dos alumnos de sexto de Primaria que eran novios –unos 12 años- tuvieron un gran problema cuando el chico grabó a su novia mientras ella le hacía una felación y, finalmente, las imágenes fueron vistas por toda la clase. O el caso de la menor constantemente provocativa en Instagram, red a la que subía imágenes con muy poca ropa y que, en cambio, se negaba tímida a mostrar su cuerpo en la piscina.

“Los menores no hacen muchas cosas en público porque les da vergüenza, pero sí a través de una red social porque es guay”, observa De la Hoy. Otra de las claves reside en que los menores vean que no hay dos mundos paralelos –el real y el virtual-, sino uno solo, con unas mismas reglas de comportamiento y unas mismas leyes.

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Es importante que el crecimiento de esos niños sea sano. “En general –dice el psicopedagogo- es una generación hiperestimulada que tiene todo a su alcance para poder elegir. Su abanico es tan amplio que viven no al día, sino a la milésima, con una enorme intensidad pero, al mismo tiempo, una enorme superficialidad, porque el tener algo fácil hace que, también, pierda cierta importancia”, dice. El carácter más extremo de lo que define puede verse en algunas actitudes adolescentes extremas, como la aparición de arriesgados juegos de bebidas alcohólicas o peligrosos campeonatos sexuales.

“Como sus relaciones son más despersonalizadas, se van alejando del otro -dice De la Hoz- de tal manera que podrían llegar a convertirse en adultos muy egoístas que, acostumbrados durante años a que un ordenador que les obedezca, no encuentren esa sumisión en el mundo real y, para conseguirla, puedan emplear la violencia”.

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