No es difícil constatar las tremendas dificultades que tiene el hombre moderno para leer la realidad simbólica. La excesiva sobreaceleración en que vive instalado incide, convirtiendo en provisional todo lo que piensa y hace; y oscureciendo los grandes temas que constituyen la esencia del ser humano y que dan sentido a su vida. Esencia que en el lenguaje simbólico hace histórico lo eterno, presente lo pasado y lo futuro, y visible lo invisible. Tal vez por ello sea incapaz de comprender el sentido profundo que penetra la Navidad: que el señor de la historia, el salvador que todo hombre espera, es un Niño. No, esto no es una evasión poética, ni un anuncio sin sentido.
La Navidad es la constatación real de que nuestra salvación llega a través del amor y la ternura. Tal vez por ello nuestra anodina sociedad atrapada por el consumo y la dinámica enfermiza del “usar y tirar” se pasee indiferente ante ciertas realidades hirientes de nuestro mundo actual: niños que mueren a consecuencia del hambre, o de la guerra, o debido al egoísmo lacerante que les impide nacer.
Esta realidad se escenifica y se hace presencia activa a través de una progresía dulzona, virtual, que incapaz de traspasar la frontera de su ideología trasnochada no puede penetrar en la realidad simbólica de la auténtica utopía y concentra todo su poder en intentar eliminar símbolos navideños de gran calado existencial. De esta manera fría y descarnada, la nochebuena se va en una sociedad enredada entre múltiples lucecitas de colores y reflejos bobalicones.
Pero también es verdad, que en este mundo nuestro, que no ha sido ni es ni será un mundo en blanco o negro, sino un mundo de matices, el Niño se hace presencia activa y realidad simbólica, iluminando la auténtica utopía liberadora de millares de voluntarios que ayudan a tantas personas sin futuro a reencontrarse en su dignidad; o cuan ángeles anunciadores rescatan a refugiados y emigrantes, perdidos e indefensos; o a aquellos, que con la mirada puesta en la Estrella caminan al encuentro de su belén existencial. Sí, gracias a estas lucecillas iluminadoras también hoy podemos cantar como lo hacíamos antaño: la nochebuena se viene, la nochebuena se va.