Hay una buena manera de comprobar si un amigo lo es o no lo es: pídele un favor; y si es de dinero y cuesta un poco, lo sabrás mejor. De cero a cien, verás hasta dónde puedes pedirle… o si lo pierdes. Es muy fácil ser amigo cuando nos interesa una relación, algo que vemos que podemos sacar de una persona, el halago de saberla amiga, su tiempo, su dinero, su prestigio, incluso su belleza… Pero, ¡ay!, cuando experimentamos en la propia piel que nos necesita y que nos cuesta a nosotros darle a él, a ella, y todo según nuestra escala de valores. ¿Yo darle a él?, ¿a santo de qué? ¡Si no saco nada a cambio!, ¡Si me siento desnudo!, ¡Si hago el ridículo! Entonces será el momento de ponernos a prueba a nosotros mismos, o a nuestro amigo, si somos nosotros los que lo necesitamos a él. Una enfermedad, un revés económico, un mal momento…; son ocasiones propicias para poner a prueba una amistad. Y, cuanto más ásperas sean las circunstancias, más a prueba se pondrá. Es el crisol en que se enriquece o se esfuma. Sin lugar a dudas, la piedra de toque es el amor. Pero no eso que llamamos amor cuando la vida nos sonríe y hablamos para vestirnos, para quedar bien más que para comunicarnos, repitiendo como loros frases e ideas que sacamos de otros, sin asimilarlas, sin hacerlas nuestras y aplicarlas a nuestras vidas. El amor, en una amistad como en cualquier cosa, la enciende con letras de oro y fuego. Más que pensar, pues, en qué sacaré yo de mi amigo, pensaré: “¿Qué puedo ofrecerle que le vaya bien?”, “¿Que necesita?”, “¿Qué le corresponde y no tiene?”, “¿Cómo puedo conseguir que lo tenga?”. Dar, más que esperar recibir… si es que el amigo te deja dar, puesto que hay personas que se sienten humilladas cuando les das, y te lo impiden de todas, todas. ¡Darme él a mí! No se trata, siendo realistas, de dar para halagar, sino que lo que en ocasiones (cada día más) necesita mi amigo es que yo le diga la verdad, que le haga crecer o desarrollar esa habilidad, esa virtud, corregir ese vicio. La amistad, en ocasiones, se demuestra estando dispuestos a perderla, para su propio bien… hasta que despierte, si es que algún día despierta. Es el máximo nivel de la amistad, previo a dar por ella la vida. Porque es muy fácil la amistad de amigotes, que hablan de cualquier cosa mientras comparten una cerveza; donde es más importante la cerveza, el sentirse colega, que la amistad propiamente dicha. Si analizamos muchas amistades, resulta que de amistad tienen poco. Son solemnes pérdidas de tiempo y energías, y llegan, tarde o temprano, a corromperse y corrompernos.
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