La sed de Jesús, cuando pide agua a la samaritana, “no era tanto sed de agua sino de encontrar un alma endurecida”, nos introduce el Papa. Y, en el Evangelio (Juan 4, 4-43), ¿qué es lo que nos revela que la samaritana es un alma endurecida? El velado reproche que le hace Jesús: “Bien dices: no tengo marido; porque cinco tuviste, y el que ahora tienes no es tu marido” (v. 17-18). Y esta mujer responde reconociendo que lo que dice Jesús es verdad y apreciando que le habla de parte de Dios: “Señor veo que tú eres un profeta” (v. 19).
Nos dice el Papa que la mujer encontró el agua viva de la misericordia. “La mujer quedó transformada, […] dejó su cántaro” (v- 28). “Cántaro”, símbolo de todo lo que aparentemente es importante, pero que pierde valor ante el “amor de Dios”. Y pregunta el Papa: “¿Cuál es tu cántaro interior, ése que te pesa, el que te aleja de Dios?”.
Comentemos cuál es según el Evangelio el “cántaro interior” de la samaritana: su vida promiscua y que convivía con quien no era su marido. Ello es similar a lo que sucede actualmente con un divorciado (-a) que convive con quien no es su esposa (-o). Es su cántaro interior lo que le aleja de Dios.
[En la obra de la mística italiana María Valtorta se nos dice, además, que la samaritana había cometido varios abortos, había negado la luz del día a sus criaturas. Y cómo Jesús le muestra su miseria espiritual y le dice “sólo con un sincero arrepentimiento, por medio del perdón de Dios, y por consiguiente el perdón de tus criaturas, puedes volver a ser rica (espiritualmente)”. (María Valtorta, El Hombre Dios, vol. II, págs. 12 y ss., edición 1979). También en nuestra sociedad no son pocos y pocas las que han negado la vida a sus hijos concebidos].
A la samaritana le dice el Señor que “los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad” (v. 22). Y encamina a la mujer a andar en la verdad reconociendo sinceramente sus errores, la verdad de su vida, la verdad de sus pecados, junto con una confianza grande en la misericordia de Dios.
San Agustín nos dice que la samaritana de pecadora se convierte en apóstol, ya que propaga entre sus vecinos del poblado samaritano que ha conocido a alguien que “me ha dicho cuanto he hecho” (v. 39) y vienen por su palabra a conocer a Jesús.
En la citada obra de María Valtorta se nos dice que en adelante la samaritana, que en esta obra tiene el nombre de Fotinai, lleva una nueva vida de conversión y de penitencia adorando a Dios en espíritu y en verdad.
La misericordia de Dios es infinita, y no hay caso humano de promiscuidad, de abortos y de un largo etcétera, que no pueda cubrir con su manto de compasión sin límites, sacándonos del frío helador de la muerte espiritual.
Pero, como una lección a extraer del episodio que comentamos, subrayemos que Dios quiere ser adorado en espíritu y en verdad. Y su misericordia, pues, supone que quien se acoge a ella camina en la verdad con sincero reconocimiento de los bueno y de lo malo que haya en él. Sin este reconocimiento no puede existir verdadero arrepentimiento ni conversión, y por tanto no se aplicaría la misericordia infinita de Nuestro Señor, rico en piedad.
Por eso, aquéllos que quieren justificar unas segundas (o terceras) nupcias irregulares son de una crueldad atroz precisamente para quienes aparentan defender, pues les privan, les cierran el camino de la conversión, de retornar a la amistad de Dios, rico en clemencia con nosotros, pecadores. Les privan de la alegría más íntima y pura de sentirse perdonados y amados por Dios, de esa “agua (…) que se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna”. (v. 14). Para quien ha probado esa agua que conlleva el perdón de Dios, y que alegra hasta “la juntura de los huesos”, esa conversión es el gozo más intenso que se puede experimentar.