Nada más ridículo que una persona engreída y soberbia. Nada más verdadero que una persona humilde y sencilla. La soberbia es fruto de una grave distorsión de la mirada sobre sí mismo. Al soberbio le falta la perspectiva necesaria para descubrir su propia insignificancia. Al viajar en avión se comprueba que a medida que se aleja uno de la tierra descubre la exacta y real dimensión del entorno en el que vivía inmerso. Nos sucede a todos que carecemos del sentido de la proporción. Quien eleva sus ojos al cielo en una noche estrellada puede exclamar con el salmista: “Señor Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra. Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos, la luna y las estrellas, que has creado. ¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder?
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