Hace poco tiempo he leído un poema de Mario Andrade, poeta y novelista brasileño. Ello me inspiró para hacer mi propia reflexión con motivo de mi setenta aniversario y por encontrarme casi sin darme cuenta en el gran club de los setenta.
Ahora, contando mis años, descubro que tengo menos tiempo para vivir de aquí en adelante que el que he vivido hasta ahora. Ya no tengo tiempo para reuniones de trabajo interminables y que ahora entiendo servían de poco. Tampoco tengo tiempo para lidiar con mediocridades. No quiero estar en reuniones donde desfilan egos inflados. Me molestan los envidiosos que tratan de desacreditar a los capaces.
Detesto, si soy testigo, los defectos que genera la lucha por un cargo. No me gustan las prisas. Quiero vivir al lado de la gente humana, que sepa reírse de sus errores, que no se envanezca con sus triunfos. Que no huya de sus responsabilidades, que defienda la libertad humana, que desee tan solo andar del lado de la verdad y la honradez, y que sepa tocar el corazón de las personas.
Lo que se hace con amor es lo que hace que la vida valga la pena. Muchas personas no discuten los contenidos: quiero conocer la esencia de las cosas y de las personas.
Deseo vivir con la intensidad que sólo el afecto maduro y la experiencia de la vida pueden dar. Mi meta es llegar hasta el final en paz con mis seres queridos y con las demás personas, y en la misericordia de Dios.
Espero que la tuya sea la parecida, porque de cualquier manera llegarás.