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‘Etapas del desarrollo’, de Rebeca Wild

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En la historia humana hubo un largo proceso hasta que se llegó a la formulación de que “todos los niños tienen derecho a la educación”. Pero de alguna manera esta resolución llevó al paradigma, cada vez más difundido, de la “obligatoriedad de la educación”.

Actualmente está aumentando el número de personas preocupadas por las prácticas educativas vigentes y sus resultados, basadas en la sujeción a la autoridad y en relaciones directivas manipuladoras o hasta agresivas. Muchos comienzan a preguntarse si los métodos que utilizan el miedo al fracaso y la avidez de sacar buenas calificaciones para cumplir con programas predeterminados, a lo mejor, implican un riesgo para el desarrollo a largo plazo, porque sin tener en cuenta el historial y el ritmo de cada niño, tal cosa lleva a una clasificación sistemática en inteligentes e ineptos que puede tener un efecto problemático para toda su vida.
Esta creciente aprensión hacia los métodos educativos más difundidos en el mundo actual ha llevado a Rebeca Wild al deseo de comprender los elementos fundamentales de los procesos de vida. No está buscando un nuevo sistema educativo sino que su interés se centra en comprender mejor el significado de las actividades espontáneas de los niños, lo que implica no dirigir sus interacciones con el caos externo sino, en la medida de lo posible, por un lado brindarles circunstancias enriquecedoras sin peligros activos, y por el otro darles mucha atención y respeto a sus procesos de vida.
Al hablar de “etapas del desarrollo”, Rebeca Wild se refiere a los primeros 24 años de la vida humana, en los cuales la naturaleza tiene sus propias estrategias de crecimiento biológico, lo que implica que de acuerdo con un plan inherente al potencial humano los individuos puedan crear los instrumentos necesarios que les permitan vivir en este planeta con sentido.
La etapa prenatal
“Está comprobado que las malas experiencias intrauterinas limitan la espontaneidad y que empujan al niño a adaptarse a las exigencias y distracciones que vienen desde fuera. Hasta pueden inducir a una hiperactividad y a la falta de autocontrol. En cambio, las experiencias positivas favorecen el desarrollo del lazo entre madre e hijo y también con el padre si este se incluye en esta relación; un enlace que va creciendo y haciéndose cada vez más amplio y flexible a lo largo de los años y que da al niño la seguridad suficiente para aventurarse en muchas vivencias nuevas. Por tanto, es de suma importancia para el nuevo ser que su madre lo acepte, no solamente desde el punto de vista hormonal sino también, y una vez que ella sabe que está embarazada, con sus sentimientos y pensamientos”.
La primera infancia, de 0 a 3 años
“Mucho contacto físico, unido a la atención tranquila de su madre, son en esta etapa la base para la creciente independencia del niño. Lo primero que el niño necesita son fundamentos seguros sobre los cuales puede seguir creando estructuras cada vez más complejas. El bebé que ha pasado meses en posición fetal en un entorno acuático necesita una alfombra ni muy dura ni muy suave donde, acostado de espalda, pueda encontrar un nuevo equilibrio. Entonces comienza poco a poco a estirarse, alzar las piernas, sin saber qué le espera cuando ve el mundo desde esta posición. De repente, descubre que puede coger una mano con la otra, ve cosas que quiere coger pero todavía no tiene la estructura de comprensión necesaria para juzgar las distancias. Es una de las primeras experiencias sobre los límites que puede tener el niño y se pone a llorar. Si el adulto enseguida le acerca la cosa, el niño aprende que la solución de sus problemas viene de afuera y que sólo tiene que llorar para conseguir lo que quiere”.
La etapa preoperativa, de 3 a 7/8 años
“La época de transición de la etapa preoperativa a la operativa se ubica, aproximadamente, entre los 5 y los 8 años, con variables que dependen de circunstancias vitales y del estado de los niños. Hay aquellos niños que han insistido en la máxima autonomía respecto a todo lo que empendían y que de repente tienen miedo o pereza de hacer cosas que antes realizaban con mucho ímpetu. Por ejemplo, pedir que les ayuden a ponerse los zapatos, algunos empiezan a lloriquear o hablar como bebés… Todos estos comportamientos son un intento inconsciente de reestructurar y asegurarse de las vivencias anteriores y coger fuerzas para aventurarse en la próxima etapa”.
La etapa operativa, de 7/8 a 13/14 años
“La mejor manera de imaginarnos la entrada a esta etapa es recordando lo dramático que es el nacimiento del niño. Todo lo que el feto había logrado desarrollar dentro del vientre de la madre, tuvo que ser reactivado para responder a las realidades del mundo exterior. Que esta transición sea realmente una oportunidad para explorar las posibilidades de encontrar su camino en las nuevas circunstancias dependía de la disposición de los padres de encontrar un equilibrio entre la relación de sus necesidades de supervivencia y las de desarrollo de acuerdo a su época sensible. Lo mismo se aplica en esta etapa operativa; se trata de una nueva oferta vital para que los adultos se pregunten cuál es el meollo de esta época sensible y que se esfuercen en preparar los ambientes en sintonía con las necesidades que corresponden a este próximo nivel para, a lo largo de los años que dure esta etapa, poder seguir el hilo de los procesos de un desarrollo auténtico”.
La adolescencia y transición a la adultez, de 13 a 24 años
“Es posible que nos sintamos incómodos cuando los mismos niños que antes gozaban de nuestro cariño y querían compartir muchas actividades con nosotros, casi de la noche a la mañana prefieran tomar distancia y reaccionar con señales de desaprobación cuando nos acercamos a ellos. Sin embargo, si los adultos aprovechamos estas situaciones para tratar de comprender qué es lo que pasa dentro del organismo del adolescente, estos comportamientos más o menos dichosos se convertirán en la oportunidad para crear nuevas relaciones”.
La etapa de desarrollo de los adultos
“Si hemos dicho que es preferible no someter a los niños a enseñanzas transmitidas desde fuera sino ofrecerles condiciones que favorezcan sus actividades espontáneas y con ellas, su creatividad, los mismos principios son válidos para los adultos que quieren activar su potencial de ampliar su contacto con la vida y llevarlo a otros niveles. Este contacto consiste en un recibir espontáneo”.
La autora
Rebeca Wild (Alemania, 1939) estudió Filología Germánica, pedagogía musical y pedagogía de Montessori en Munich, Nueva York y Puerto Rico. Desde 1961 reside en Ecuador, donde en 1977 fundó, junto a su marido, el Centro Educativo Pestalozzi, también conocido como “Pesta”, un centro compuesto de jardín de infancia, escuela u educación permanente, que se vio ampliado por un tipo particular de economía alternativa. Rebeca y Mauricio Wild viajan regularmente por Europa, impartiendo conferencias y seminarios acerca de su novedoso concepto pedagógico. Rebeca Wild es autora de Aprender a vivir con niños, Calidad de Vida, Educar para ser, La vida en una escuela no directiva y Libertad y límites.
Rebeca Wild
Herder Editorial
128 pásginas

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