Hace ya unos años tuve ocasión de polemizar con el arquitecto Oriol Bohigas con motivo de su punto de vista sobre la Sagrada Familia, que a mi me parecía desmesurado en su menosprecio. Él tuvo la amabilidad de enviarme una carta, acompañando uno de sus libros en el que hacía un elogio de Gaudí y de su obra, y circunscribía la crítica a la continuación del templo y no a la obra del arquitecto católico. Ahora en unas declaraciones ha vuelto a la carga sobre el tema: "Debe hacer más de un año. Un desastre absoluto. Un insulto a Gaudí. Un disparate artístico. Se han cumplido todas las malas predicciones que hicimos hace años. Te diría que todas y muchas más. Es peor de lo que nos habíamos imaginado, de un mal gusto evidente. Y lo peor de todo es que Barcelona se ha desprestigiado con este objeto ridículo. Representaba que era una ciudad progresista y se hará famosa por todo lo contrario, por ser la más carca de Europa”.
Creo que su crítica continúa instalada en el tremendismo, en el que se mezclan dos cuestiones radicalmente distintas. Una, la valoración de la obra arquitectónica; y otra, su sentido religioso. No está nada claro que lo que le moleste más a este buen arquitecto sea el punto de vista constructivo, o el hecho de que se trata de un templo católico. Porque nada tiene que ver la excelencia estética y técnica con el calificativo de “carca”. Quizá lo que le moleste sea sobre todo el atractivo extraordinario que para propios y extraños posee el templo que se ha visto enormemente multiplicado por la visita del Papa, unida a las imágenes de la nave central.
Pero ahora en el debate intervienen más elementos. Uno es la validación mundial de la continuación de la obra de Gaudí, la belleza interior de la basílica, mostrada con extraordinario acierto por la TV catalana, la ha convertido en un icono intemporal de la arquitectura, tanto es así que este año ha recibido el premio de arquitectura ‘Ciudad de Barcelona’ un nuevo factor que nadie puede ignorar. Bohigas se olvida de este hecho y no aporta ningún argumento que contradiga esta decisión. Siendo lo que se ve lo más importante en una obra arquitectónica, no se puede menospreciar las soluciones técnicas que ésta aporta desde el punto de vista constructivo. Y en este ámbito, la Sagrada familia es el resultado de una compleja y singular tarea de producción arquitectónica de primerísimo nivel técnico. Lo que esconde su estética de vegetación petrificada es la aplicación de programas y tecnología punta al diseño constructivo, y no es justo que Bohigas olvide esto. Porque al hacerlo así excluye a la razón del juego. Prescinde de una consideración equilibrada de la obra que juzga.
Además nuestro arquitecto debería tener más consideración con la opinión de los ciudadanos porque, como señala la última encuesta del Ayuntamiento de Barcelona, el 95% de los encuestados considera que contribuye a difundir internacionalmente la imagen de Barcelona, y el 78,5% está de acuerdo en que conserva el espíritu de Gaudí. Si ello no es suficiente, la encuesta nos dice que, sobre 10, la Sagrada Familia puntúa un 8,6 el interior y un 8,3 el exterior, con una gran mayoría de opiniones que consideran la obra como excelente.
Oriol Bohigas es un buen arquitecto, excelente urbanista dotado de un fuerte compromiso cívico al que le pierde su pasión por épater les bourgeois, por escandalizar sacrificando así el criterio justo al titular fácil. Tampoco hay que rasgarse las vestiduras. La perfección no pertenece a la condición humana aunque, en ocasiones, Oriol Bohigas cuando se mira en el espejo tienda a pensar lo contrario.
Josep Miró i Ardèvol, presidente de E-Cristians y miembro del Consejo Pontificio para los Laicos