Estos tres conceptos están tan unidos, que se puede decir que una persona que tiene “mal genio” y no sabe controlarse, ese mal genio termina en una explosión de “ira” y la causa de todo ello es la “soberbia”.
Hay un ejemplo gracioso de soberbia, yo diría “menor”, que es la vanidad: Dos amigos se encuentran por la calle. Se saludan y comienzan a charlar. Uno de ellos es escritor. Durante mucho tiempo, el escritor le habla de sí mismo, sin parar un instante. En un momento determinado, calla, hace una pausa y le dice, como avergonzado: Bueno, ya “hemos” hablado bastante de mí. Hablemos ahora de ti: ¿qué te ha parecido MI última novela?
Como se ve, esta clase de vanidad, es una soberbia descafeinada, como se dice ahora, o bastante simple. Lo que de verdad podemos llamar soberbia, se manifiesta bajo formas más complejas que las de ese escritor vanidoso. Tiende a presentarse de forma más retorcida.
La soberbia siempre aparece disfrazada de actitudes aparentemente positivas. Una veces aparece disfrazada de espíritu de servicio (“soy el único que hace algo”), de generosidad (de una generosidad ostentosa que ayuda humillando), de dignidad cuando no es otra cosa que susceptibilidad (sentirse ofendidos por tonterías o por sospechas irreales), etc. etc.
A pesar de presentarse en el último lugar de los conceptos que figuran en el título de este escrito, creo que debería estar en primer lugar, pues la soberbia suele ser el origen del “mal genio”, primer paso para llegar a un ataque de “ira”.
¿Cuál es la solución para desarraigar estos tres vicios? La única solución es la virtud de