Vivimos en tiempos extraños, tiempos de silenciosas transformaciones sociales, donde lo excepcional se torna cotidiano, donde la excepción se convierte, lenta pero inexorablemente, en norma.
Nuestra sociedad occidental, orgullosa de su laicidad y de su supuesta neutralidad religiosa, está experimentando un proceso de adaptación gradual pero constante a las exigencias del islam.
Este fenómeno, que pasa desapercibido o se acepta con una cierta naturalidad tolerante, tiene consecuencias culturales, sociales y políticas profundas que merecen ser analizadas.
La normalización del Ramadán en Europa
Hace poco, en un partido de la Champions League entre el Lille y el Borussia Dortmund, el árbitro detuvo el juego tras ocho minutos para permitir que los futbolistas musulmanes rompieran su ayuno.
El Ramadán recibió así un reconocimiento internacional mientras la Pascua cristiana permanece ignorada e invisibilizada.
Resulta irónico que nuestra sociedad, hasta hace poco orgullosa de su tradición cristiana, ahora no encuentre reparos en ignorar la Pascua, mientras prioriza y normaliza el Ramadán.
Este fenómeno no es aislado. En Reino Unido, Londres celebra públicamente el Ramadán con iluminaciones en Piccadilly Circus y ofertas especiales en comercios como Harrod’s, que organiza banquetes para el Iftar. La sociedad europea no solo reconoce la presencia musulmana; la coloca en el centro de sus referencias culturales y comerciales.
En Italia, esta adaptación se ha institucionalizado de manera novedosa.
En Turín se ha creado un centro oficial para denunciar actos islamófobos, una iniciativa significativa pero reveladora del cambio cultural en curso.
El diputado Aboubakar Soumahoro incluso propuso el reconocimiento oficial del Eid Al-Fitr, lo cual refleja claramente cómo lo aceptable culturalmente se ha transformado silenciosamente.
Alemania muestra aceptación, con ciudades como Colonia celebrando oficialmente el Ramadán y usando señalización bilingüe en árabe para favorecer la integración. Francia, en cambio, busca contener esta transformación con prohibiciones explícitas en eventos deportivos y restricciones al uso de símbolos religiosos. El contraste entre ambos países evidencia distintas respuestas ante una realidad cultural emergente.
Nos hallamos ante un lento proceso de islamización cultural suave, poco visible pero eficaz.
Europa vive un momento delicado en que cualquier crítica al islam corre el riesgo inmediato de ser tachada de islamófoba, dificultando un debate necesario sobre los límites de adaptación cultural y social.
Este es un reto histórico trascendental: decidir qué tipo de sociedad queremos ser y hasta qué punto estamos dispuestos a adaptarnos sin diluir nuestra propia identidad cultural. La respuesta que demos hoy definirá, sin duda, el futuro cultural y espiritual de Europa.
Nos hallamos ante un lento proceso de islamización cultural suave, poco visible pero eficaz. Share on X