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El nacionalismo mexicano en los quinientos años de la muerte de Cuauhtémoc

La conmemoración del 500 aniversario de la muerte de Cuauhtémoc refleja cómo el nacionalismo mexicano reinventa tradiciones históricas, culpando a España por problemas internos derivados de dos siglos de independencia

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Durante el pasado mes de febrero se produjo el 500 aniversario de la muerte de Cuauhtémoc, al que algunos consideran el último tlatonai o emperador mexica. Más allá de publicaciones historiográficas o encuentros académicos, esta efeméride ha sido ocasión de algo inusual: un funeral de Estado, encabezado por la presidente de México, Claudia Sheinbaum.

Rodeada de militares uniformados a la europea, y vistiendo tanto ella como los demás políticos al uso occidental, presidió una ceremonia en la que no faltaron otras personas disfrazadas de mexicas, es decir, como en la prehistoria prehispánica. Y todo ello, por supuesto, mientras en un perfecto castellano volvía a exigir a los españoles que pidiesen perdón por lo que, hace quinientos años, habían hecho quienes siguieron a Hernán Cortés. Es decir, los antepasados de los mexicanos allí reunidos.

El nacionalismo como distorsión del pasado

Se ha escrito mucho sobre las contradicciones del revisionismo histórico, relanzado por López Obrador en 2019, pero omnipresente en el antiguo virreinato de Nueva España desde el inicio de la Revolución Mexicana de 1910.

Por ello no sé si es necesario este artículo, pero no me resisto a escribirlo porque me parece especialmente grotesco lo que hemos presenciado en pleno 2025. No solamente por el ridículo del acto en sí, sino también por haberse dado en un momento de reconfiguración del orden internacional en el que, entre otras cosas, desde Estados Unidos se ha cambiado el nombre de “Golfo de México” por el de “Golfo de América”. En lo que quiero centrarme es en el hecho de que todo lo que ha impulsado Sheinbaum tiene sentido, porque se ha de leer desde la óptica de la Edad de las ideologías.

En ella nos situamos desde la disolución de la Cristiandad y el inicio de la Edad Contemporánea. En esta ocasión, concretamente en la ideología nacionalista, que pesa en este sentido más que la socialista, aunque se entremezcla con ella.

El nacionalismo no es patriotismo. No es este el momento de extenderse en definiciones, baste indicar que lo segundo es una virtud y lo primero un sentimiento y una ideología. Un sentimiento y una ideología que recurre a dos cosas: el sesgo de correspondencia y la invención de la tradición.

El sesgo de correspondencia, también llamado error fundamental de atribución, es un concepto de la psicología. Básicamente, consiste en atribuir el fracaso a enemigos externos y la victoria al esfuerzo personal. Es lo que, probablemente desde tiempos inmemoriales, escuchamos todos los profesores o hemos dicho los estudiantes: cuando las cosas ban bien, “he aprobado”; pero cuando van mal, “me han suspendido”. Esto mismo hace el nacionalismo, y lo vemos de forma muy clara en el nacionalismo mexicano actual.

La independencia de México en 1824, que acabó con una sociedad próspera y de gran potencialidad, dio paso a guerras civiles y revoluciones, al exterminio de indígenas, la subordinación económica y cultural al mundo anglosajón…Todo ello ha desembocado en un Estado en gran medida fallido, con graves problemas de delincuencia, narcotráfico, analfabetismo, discriminación…Pero en lugar de buscar responsabilidades en los políticos que han manejado, sin España, el destino de México en los últimos dos siglos, se atribuye de forma ridícula el origen del mal a lo ocurrido hace quinientos años.

Algo que tiene tan poco sentido como si los españoles, por ejemplo a la hora de explicar la Guerra Civil de 1936, atribuyésemos el fracaso del Estado liberal a los conquistadores romanos de hace dos mil años. Y de paso, exigiésemos a Giorgia Meloni que nos pidiese perdón.

La invención de la tradición y la omisión de la realidad

El segundo elemento nacionalista es la invención de la tradición. Las ideologías, al contrario de la auténtica filosofía, no buscan desvelar la realidad, sino crearla desde un laboratorio mental. Un marxista, al que intuyo que Obrador y Sheinbaum no han leído, Eric Hobsbawm, acuñó esta expresión. Habría que matizar muchas cosas sobre ella, porque las nociones de invento y tradición siempre van de la mano. Precisamente un defensor del patriotismo, Vázquez de Mella, escribió con acierto en 1903 que “el primer invento ha sido el primer progreso; y el primer progreso, al transmitirse a los demás, ha sido la primera tradición que empezaba”. Pero a lo que se refería Hobsbawm es más bien a algo que también afirmó un autor de referencia en el llamado “nacionalismo cívico”, Ernest Renan: para consolidar una nación moderna, no basta con recordar, pues también hay que olvidar. Es decir, inventar lo que realmente ocurrió.

Todo lo que plantea el nacionalismo mexicano es un invento ajeno a la realidad histórica (un oxímoron, porque no existe realidad que no se desarrolle en la historia).

Tampoco entraré en ello. Solamente recordaré algo que dijo un mexicano con una cultura infinitamente superior a la de quienes dirigen el destino del México actual: “la conquista la hicieron los indígenas”, recordó José Vasconcelos. No fueron los 600 españoles de Hernán Cortés los que derrotaron a los 200.000 mexicas, sino los 300.000 indígenas que vieron en el conquistador extremeño a un auténtico libertador. Y esto es así porque, sin ninguna duda, entre los cientos de miles de personas que exterminaban los mexicas año tras año, estaban los familiares de esos cientos de miles de supervivientes que se beneficiaron después con su integración en la Monarquía Hispánica. También los propios mexicas se vieron favorecidos por la conquista: entre los muchos nombres que se podrían recordar, Isabel de Moctezuma, hija del tlatonai del mismo nombre y durante un breve tiempo esposa de Cuauhtémoc, que llegó a ser una de las mujeres más poderosas de la Nueva España.

Tal y como ha escrito Marcelo Gullo, el de los mexicas fue un “imperio antropófago”, y aquí vemos cómo los nacionalistas mexicanos inventan la tradición desde el olvido. Si realmente López Obrador y Sheinbaum se consideran descendientes de Cuauhtémoc, su teatro no ha sido completo. Para ser fieles a quienes dicen admirar, deberían de haber capturado a algunas decenas de miles de mexicanos, descendientes de lo que ahora llaman los “pueblos originarios” (cempoales, tlaxcaltecas…porque los mexicas venían de los actuales Estados Unidos).

Podrían haber matado a 60.000, como parece ser que ocurrió al inaugurase en 1486 el templo de Huitzilopochtli en Tenochtitlán. Y después, Sheinbaum podría haberse comido algunos muslos humanos, que dicen las crónicas que es lo que al tlatonai Moctezuma más le gustaba. Luego, sus chamanes deberían de haber engullido unos corazones y, para ser solidarios, paliar un poco el hambre de los pobres de Ciudad de México repartiendo entre ellos los restos de los demás cadáveres. E incluso, para ser menos mexicana y más mexica, Sheinbaum debería haber hecho algo importante: dimitir, porque en la Monarquía Hispánica era posible una mujer poderosa como Isabel de Moctezuma, pero no en la época prehispánica. Allí solamente le habría cabido ser parte de la única sororidad que conocían los mexicas: la de la poligamia.

En definitiva, en un momento de conflicto diplomático con Estados Unidos, que arrebató en 1848 a México tres cuartas partes de su territorio y que se ha esforzado durante dos siglos por mantenerlo en la pobreza y la división, los nacionalistas mexicanos escurren el bulto de su responsabilidad manipulando la historia para culpabilizar a España de su decadencia. Es decir, se culpan a sí mismos, porque el México actual no procede de la Confederación Azteca, sino del Virreinato de Nueva España, tanto en su territorio (el de los mexicas era ínfimo) como en su identidad, que es la del mestizaje católico.

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1 Comentario. Dejar nuevo

  • Imaginemos que los españoles no hubieran llegado nunca a México.

    Y que los ingleses y colonos de EEUU se hubieran quedado en EEUU.

    Y que los nativos mexicanos hubieran continuado su vida sin «sufrir» colonizaciones extranjeras.

    ¿Sería México mejor de lo que es actualmente?

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