Las escuelas católicas son los hospitales de campaña de la Iglesia. Pues allí, un grupo reducido de educadores se enfrenta a las heridas más profundas de nuestra sociedad: la fragmentación de los valores, la soledad digital y las crisis de salud mental.
Todo esto con recursos limitados, pero con una visión firme: educar al niño en su totalidad, cuerpo y alma. Este reto adquiere una complejidad adicional en un mundo donde la tecnología, sin darnos cuenta, redefine nuestras formas de ser, aprender y relacionarnos.
El precio de la tecnología en la educación
En 2023, las estadísticas son elocuentes. Los niños de 8 a 12 años pasan un promedio de 5 horas y 33 minutos diarios frente a las pantallas, mientras que los adolescentes de 13 a 18 años superan las 8 horas.
Este uso intensivo no solo afecta la salud visual—con estudios que proyectan que la mitad de la población mundial será miope para 2050—, sino también moldea sus vías neurológicas y patrones de pensamiento.
Más alarmante aún es el impacto en su capacidad de encuentro y diálogo: lo virtual ha comenzado a suplantar las interacciones reales y encarnadas, redefiniendo qué significa el ser humano.
Las escuelas católicas no están exentas de esta realidad digital. Durante la pandemia, el uso de tecnología digital se convirtió en una necesidad para garantizar la continuidad educativa.
Gracias a subvenciones estatales, muchas instituciones pudieron equiparse con dispositivos y herramientas que antes eran impensables. Sin embargo, esta dependencia tecnológica ha generado un cambio profundo. Los niños que llegan hoy a las aulas no son los mismos que llegaban hace dos décadas; sus hábitos, expectativas y sensibilidades han sido moldeados por entornos digitales.
En palabras de Neil Postman, «después de que se introduce una nueva tecnología, no es el mismo mundo más la tecnología; es un mundo diferente».
Reconociendo los entornos formativos
Lo que importa no es solo lo que hay en las pantallas, sino la presencia constante de éstas y cómo reconfiguran los entornos educativos.
Esto nos lleva a una pregunta esencial: ¿Cómo están las escuelas católicas formando a los niños en su humanidad completa, centrada en Cristo, dentro de un marco tan condicionado por la tecnología digital?
Romano Guardini, en su obra Liturgia y formación litúrgica, analizó cómo la modernidad había desarraigado al ser humano de su conexión con el mundo creado, reduciéndolo a un individualismo práctico y mecanizado.
En contraste, la persona medieval vivía en una unidad vibrante con la creación, consciente de su lugar en un cosmos ordenado por Dios.
Aunque los tiempos han cambiado, la esencia del problema persiste: el entorno moldea nuestras sensibilidades, y esas sensibilidades determinan cómo vivimos nuestra fe y humanidad.
Una pedagogía para la era digital
El reto, por tanto, no es eliminar la tecnología, sino ordenarla correctamente. Esto implica preguntarse: ¿está el aula orientada al encuentro personal o a la interacción con dispositivos? ¿Cómo afecta la omnipresencia de las pantallas a los hábitos y sensibilidades de estudiantes y profesores?
Reflexiones como estas pueden guiar a las escuelas católicas a reorganizar sus ambientes hacia un modelo de formación integral.
Pequeños ajustes pueden marcar grandes diferencias.
Por ejemplo, fomentar el uso del papel y el lápiz sobre las herramientas digitales permite a los niños experimentar el aprendizaje con sus manos, reconectándolos con la materialidad del mundo. En lugar de crear modelos en un iPad, los estudiantes pueden construirlos físicamente.
Estas prácticas no solo enriquecen el aprendizaje, sino que también cultivan un sentido de asombro por lo creado, algo esencial para la vida cristiana.
Además, las escuelas deben enseñar a los niños a usar la tecnología de manera virtuosa, reconociéndola como herramienta y no como fin.
Modelar este uso en el aula puede ayudar a formar una conciencia crítica sobre cómo los dispositivos influyen en sus vidas. De la misma manera que se educa en virtudes, se puede formar a los estudiantes para que enfrenten la era digital con discernimiento y equilibrio.
Educar para la humanidad plena
Las escuelas católicas tienen una oportunidad única de liderar en la formación integral de los niños en un mundo digital. Esto requiere un compromiso renovado para evaluar cómo los entornos escolares moldean a sus estudiantes y para reorientarlos hacia el encuentro personal, la encarnación y la realidad. En palabras del Papa Francisco, «la tecnología no es neutra»; su impacto en nuestras vidas exige una reflexión crítica y una acción decidida.
Si las escuelas católicas pueden asumir este desafío, no solo responderán a las necesidades de los niños de hoy, sino que también cultivarán generaciones capaces de vivir plenamente su humanidad centrada en Cristo, en un mundo donde lo virtual nunca sustituya lo real.
Este es el verdadero hospital de campaña al que están llamadas a ser: un espacio donde los niños aprendan no solo a vivir, sino a vivir plenamente, en comunidad, en la verdad y en el amor.
Después de que se introduce una nueva tecnología, no es el mismo mundo más la tecnología; es un mundo diferente Share on X