La reciente confesión de Bonnie Blue, quien asegura haber roto un récord mundial al mantener relaciones sexuales con 1.057 hombres en un lapso de 12 horas, no es solo un titular grotesco.
Es un síntoma alarmante de una degradación moral y social que amenaza con devorar nuestra humanidad.
La pornografía, en sus distintas manifestaciones, no es un fenómeno nuevo.
Sin embargo, su mutación en los últimos años hacia un modelo de «emprendimiento» digital a través de plataformas como OnlyFans ha generado una narrativa insidiosa que confunde explotación con empoderamiento.
Este caso particular, que ha sido publicitado con una impudicia aterradora, expone una cultura que ha perdido totalmente el sentido de la dignidad humana.
La deshumanización como norma
No podemos analizar este hecho sin detenernos en la logística y las implicancias de tal «maratón» sexual. De acuerdo con los cálculos, cada hombre tuvo menos de 41 segundos de interacción con Bonnie Blue.
Esto no es sexo el sexo no fue creado para esto; es una mecanización de la intimidad, una reducción de lo humano a lo utilitario.
La representación de los participantes como simples números en una fila interminable es una imagen que encapsula perfectamente el vacío existencial que subyace a esta hazaña.
Más allá de los aspectos físicos y psicológicos que una experiencia de este tipo puede tener en quienes participan, lo más perturbador es el mensaje subyacente: el cuerpo humano es una mercancía, un objeto de consumo cuya única finalidad es satisfacer una demanda sin fin.
Esta idea, normalizada y celebrada, no solo destruye a los individuos involucrados, sino que también corroe el tejido social.
La farsa del empoderamiento
Uno de los aspectos más insidiosos de esta narrativa es la presentación de Bonnie Blue como una mujer «empoderada» que ha tomado el control de su sexualidad.
Esta narrativa, que encuentra eco en muchas defensoras de la industria del sexo, es una trampa peligrosa. C
La prostitución, en cualquiera de sus formas, es siempre violenta y traumática. Las mujeres que participan en estas prácticas a menudo recurren a la disociación, un mecanismo de defensa psicológico que les permite desconectarse de la realidad de su abuso. Los aplausos y el dinero actúan como paliativos momentáneos, pero no pueden ocultar los estragos emocionales y físicos a largo plazo.
La celebración de actos como este también alimentan la mentira de que la pornografía y la prostitución digital son opciones viables para quienes buscan independencia económica.
Las cifras desmienten esta narrativa: solo una pequeña élite de creadoras en plataformas como OnlyFans obtiene ganancias significativas. Para la mayoría, la realidad es de explotación, precariedad y abuso.
Un legado de desensibilización
Quizá lo más aterrador de esta situación sea la desensibilización colectiva que permite que tales actos sean no solo tolerados, sino también glorificados
El hecho de que miles de personas hayan participado o apoyado este «evento» refleja una sociedad que ha normalizado la cosificación y la explotación sexual. Las plataformas digitales, que disfrazan estas prácticas son meras facilitadoras. Son cómplices activos en la promoción de un sistema que deshumaniza y destruye.
El mensaje que estamos enviando a las nuevas generaciones es alarmante. Al aplaudir a personas como Bonnie Blue, estamos diciendo que la explotación sexual es una opción aceptable, incluso deseable. Estamos reforzando la idea de que el valor de una persona se mide por su capacidad de satisfacer las demandas del mercado, sin importar cuán degradantes o destructivas puedan ser.
La responsabilidad de una sociedad dormida
La dignidad no es negociable y el silencio solo perpetúa el abuso.
Es hora de reconstruir una cultura que valore la humanidad y que vea en cada persona algo más que un objeto de consumo. Solo así podremos comenzar a sanar las heridas profundas que esta degradación moral y social ha infligido en nuestro mundo.
