En los años setenta, el reto era demostrar que la vida comienza desde el vientre materno. Hoy, superada la evidencia científica, el desafío ha evolucionado: es el momento de abrazar la totalidad de la belleza sobre la familia.
El italiano Gianluigi (Gigi) De Palo, presidente de la Fundación para la Natalidad italiana, al cual entrevistamos hace tiempo en este medio, insiste en muchas ocasiones: «Si queremos defender la vida, no podemos descuidar la promoción de la familia». Y tiene razón.
Cada esfuerzo para proteger al no nacido debe ir acompañado de una defensa vigorosa e inquebrantable de la institución familiar.
Porque no es posible hablar del derecho a la vida sin hablar del lugar donde esa vida es acogida, formada y amada: la familia.
La Iglesia
La preocupación de la Iglesia por el matrimonio y la vida familiar no es algo nuevo. Ya en 1880, el Papa León XIII advertía sobre aquellos que despreciaban la restauración del matrimonio a su perfección original. La encíclica Casti Connubii de Pío XI añadió otros peligros a la lista: la anticoncepción, el aborto, la eugenesia y la infidelidad conyugal. La claridad de estos documentos demuestra que la Iglesia siempre ha entendido que la degradación de la familia conduce inexorablemente a la de la sociedad.
Sin embargo, no podemos limitarnos a estrategias políticas. Ayudar a las mujeres, los bebés y las familias a prosperar es un bien positivo que está en el interés de todos. Pero esto implica reconocer una realidad dolorosa: muchas de las mujeres que buscan sanar tras un aborto vienen de hogares rotos, marcados por el abuso, la disfunción y la ausencia de amor.
El hogar, que debería ser un refugio de consuelo y ternura, se convierte con frecuencia en un lugar de horror y vergüenza. Este contexto nos exige algo más que un reconocimiento de cuando comienza una vida. Necesitamos evangelizar desde el testimonio personal, mostrando la belleza de una vida familiar plena y armónica.
Pues vivir la plenitud de la vida familiar natural inspira. Tener hijos, disfrutarlos y no avergonzarse de ello es un acto de rebelde esperanza.
La grandeza sobrenatural de la familia se revela en su florecimiento natural.
Es crucial reconocer que la política, tal como se practica hoy, puede trabajar en contra del objetivo de construir una Cultura de la Vida. La política partidista a menudo maximiza la discordia, fomentando el juicio y la división en lugar de la armonía.
Defender la vida no puede limitarse a oponerse al aborto, ya que esto puede llevar a tácticas contraproducentes, como demonizar. Es importante cambiar el enfoque hacia una promoción positiva de la paternidad y la maternidad. Al redirigir nuestros esfuerzos hacia políticas que apoyen a las familias y reduzcan la pobreza, se podría disminuir significativamente la demanda de abortos sin recurrir a la confrontación.
La vida es un don
En este sentido, el papa Francisco nos ofrece un recordatorio fundamental: «La vida humana no es un problema, es un don». En su reciente libro La esperanza no defrauda nunca, escribe: «Cada vez que miramos el rostro de una madre embarazada, sabemos que la verdadera esperanza de la humanidad está creciendo en su interior». Promover tasas de natalidad más altas y celebrar la llegada de nuevas vidas es una forma de contrarrestar la cultura que desprecia la dignidad de la persona.
No obstante, cualquier esfuerzo por proteger la vida debe estar profundamente arraigado en la promoción del matrimonio como una unión exclusiva entre un hombre y una mujer. Este compromiso con la familia no se reduce a una cuestión política; es una labor eterna que trasciende partidos y agendas temporales. Y esa tarea se cumple mejor a través del testimonio de familias que viven en plenitud.
La familia, como enseñó san Juan Pablo II, es «la célula fundamental de la sociedad». Solo recuperando su belleza y dignidad podremos construir una cultura que defienda verdaderamente la vida.
