¿Es bueno y legítimo o el deseo de ser padres? Por supuesto. Es muy bueno este deseo natural de descendencia, de tener hijos, de formar una familia junto a mi mujer (o mi marido) y varios hijos. Pero no estamos ante un derecho que justifique cualquier modo de actuar. Y no faltan parejas que, pensando que es la mejor opción, recurren a técnicas de reproducción artificial para conseguir este objetivo. En España, por ejemplo, ya son más del 10 % los niños que nacen por estas técnicas Pero cuidado, que estas técnicas no son tan buenas como parecen.
Antes de responder, quizás visceralmente, ante estos “procedimientos”, conviene analizar el problema y conocer cómo “lo solucionan”. No olvidemos que el deseo de tener hijos es legítimo, fuerte, y puede llegar a ser un tanto obsesivo u desconcertante. Esto no significa justificar cualquier acción, pero sí ayuda a comprenderla, a enmarcarla. En la sociedad de las prisas y de la eficacia, donde queremos todo para ya, aplicamos este mismo patrón al deseo legítimo de paternidad.
¿Qué es la reproducción artificial?
Dicho coloquialmente, es una técnica que permite tener hijos a quienes naturalmente tienen algún problema para concebir o para llevar a cabo un embarazo, La llamamos “artificial” porque sustituye la relación natural entre un hombre y una mujer por un procedimiento técnico en un laboratorio. Esta actuación artificial se traduce, o bien en colocar un óvulo de espermatozoides para que se produzca la fecundación en una placa Petri, o bien en insertar un espermatozoide, previamente seleccionado y tratado, en el núcleo de un óvulo, provocando así su fecundación, la fusión de sus núcleos. En términos científicos, una FIV clásica, o una FIV-ICSI, o inyección intracitoplasmática.
La ejecución de esta técnica se realiza en un laboratorio, contando previamente con los gametos femeninos y masculinos, o sea, óvulos y espermatozoides, y bajo la vigilancia y selección de los técnicos del laboratorio. Una vez realizada la fecundación, el embrión resultante (o sea, el bebé pequeñito) es insertado, colocado, en el útero de la mujer, para que continúe su desarrollo gestacional.
Hasta aquí la teoría, porque a continuación empiezan los matices, y los problemas científicos y éticos de esta técnica.
El proceso es caro, económicamente hablando, y no tan efectivo como nos vende la publicidad. Para abaratar costes y tiempos, y como corresponde a cualquier técnica industrial, el proceso se realiza en cadena y a gran escala: No se utiliza un único óvulo de cada paciente, sino varios. Para ello, previamente se ha hiperestimulado a la mujer, con el fin de que produzca varios óvulos en el mismo ciclo, y estos le son extraídos con una punción.
El siguiente paso es fecundar los distintos óvulos extraídos, creando, a la vez, varios embriones de la misma paciente. Dicho de modo coloquial, la mamá tiene varios hijitos en el laboratorio. Y no podemos colocar a la vez varios embriones, 4, 5 o más, en el útero de la mujer; sería peligroso, tanto para la madre como para los embriones. ¿A cuál elegimos y a cuál descartamos? Y pregunta de Pepito Grillo: ¿quién soy yo, técnico del laboratorio, para elegir unas vidas y descartar otras? Es la aplicación del modelo industrial a esta producción de hijos: debemos implantar un control de calidad, que elija a unos y descarte a otros.
Muchas personas provida se lamentan, y con razón, de los numerosos abortos que se realizan todos los años; España ya ha sobrepasado, un año más, la cifra de 100.000 abortos anuales. ¿Y cuántos abortos silenciosos se realizan en estos laboratorios, “ocultos” para la sociedad y “ocultos” para las madres de esos pequeños bebés?
Otro de los grandes mitos, con frecuencia escondido o maquillado, es la eficacia del método. Según los últimos datos disponibles (año 2022) en España nacieron 35.215 niños, en 33.439 partos. Es decir, que solo una de cada cinco mujeres que se sometió a esta técnica durmió con un recién nacido en casa. Cuatro de cada cinco no consiguieron nada; bueno, gastar dinero, salud, y probablemente perder a varios de sus hijitos, además de erosionar sus básicas convicciones y principios.
Habría que hablar ampliamente de los embriones congelados, la “solución” al elevado “stock” de embriones, pero eso merece un tratamiento más amplio.
Este procedimiento, esta técnica, tiene un único fin: que la mujer se quede embarazada, que se vaya a su casa con un embrión en el útero. Pero las mujeres son algo más que “úteros andantes” y el fin de la medicina debe dirigirse mucho más allá: cuando la mujer, mejor dicho, la pareja, sufre infertilidad, esta situación nos está hablando de uno o varios problemas de salud que subyacen a su situación de infertilidad. La medicina no está para dar hijos, sino para curar esas posibles enfermedades o desequilibrios previos. La humedad en la pared se soluciona arreglando la tubería, no pintando sobre la mancha.
En cada paso del “procedimiento” está el punto más preocupante: la cosificación a la que se ve sometida la persona, la mujer hiperestimulada, la ausencia casi total del padre, la producción, selección y descarte de los embriones, el entorno frío e industrial en el que esos embriones empiezan a vivir. Un problema que tiene otras soluciones, si ponemos un poco de orden, si nos ajustamos al deseo ordenado de ser padres.
¿Y cuántos abortos silenciosos se realizan en estos laboratorios, “ocultos” para la sociedad y “ocultos” para las madres de esos pequeños bebés? Share on X