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«Fui comprada y vendida. Ninguna manera de adornarlo cambia esa realidad»: la verdad de los vientres de alquiler

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¿Qué sucede cuando el anhelo de ser padres se convierte en un acto que despoja a un recién nacido de sus primeras certezas ? Esta pregunta plantea la atrocidad ética y humana que subyace en los vientres de alquiler, una práctica que no solo afecta a las mujeres involucradas, sino también a los niños nacidos bajo estas circunstancias. Los cuales se enfrentan a las profundas consecuencias de un nacimiento marcado por la desconexión y la mercantilización de la vida.

Las mujeres que prestan su cuerpo para este proceso son reducidas a una condición de servidumbre moderna, al servicio de un deseo de paternidad o maternidad convertido en una exigencia a cualquier precio.

Esto y mucho más esta reflejado en la obra El grito silencioso de un niño (Lindau, 2024), donde la psicóloga y psicoterapeuta belga Anne Schaub-Thomas explora las secuelas psicológicas de la práctica de los vientres de alquiler. La autora señala que la separación inmediata de un recién nacido de su madre genera en el niño una asociación con la pérdida y un temor al abandono, debido a que un bebé carece de una «conciencia de sí mismo plenamente desarrollada» fuera del entorno materno.

El vínculo esencial entre madre e hijo

«Fui comprada y vendida. Ninguna manera de adornarlo cambia esa realidad». Con estas palabras, Jessica Kern, nacida a través de un vientre de alquiler, señala el sufrimiento que ha generado esto en su vida.

Ignorar la conexión que se forma entre madre e hijo desde los primeros momentos del embarazo es apartarse de una verdad elemental.

Los meses prenatales y el periodo inicial tras el nacimiento son cruciales para el desarrollo emocional del niño y su vida adulta. Desde que llega al mundo, el bebé está preparado para interactuar con su entorno, y la relación con la madre que lo trajo al mundo constituye la base de su desarrollo emocional y psicológico.

Quitarle esa presencia materna implica generar un «sufrimiento silencioso, persistente e imborrable» que impacta en su bienestar a largo plazo. Como lo demostró el médico, psicólogo y psicoanalista británico John Bowlby, creador de la teoría del apego, el vínculo con la madre provee la seguridad emocional esencial para un neonato. Inclusive una separación breve puede alterar profundamente este sentido de seguridad, y cuando la figura materna no está presente, el niño se enfrenta una ruptura que afecta su desarrollo.

De hecho como dice John Bowlby , existe «una conciencia afectiva, prerracional, que permite al niño, mucho antes de nacer, percibir y discriminar finamente, entre la masa de percepciones, las que significan una relación con otro ser vivo».

El recién nacido tiene una interacción emocional temprana con su madre y está «naturalmente esperando un vínculo ininterrumpido de amor con su madre, a quien conoce íntimamente desde hace nueve meses». Es decir, «percibe negativamente tanto estados de estrés intenso y repentino, latente o repetido, como estados de olvido prolongado, falta de atención o incluso negación general de su presencia en el vientre materno».

Además, la conexión entre madre e hijo en el vientre materno materno a nivel celular también está involucrada a nivel psicológico. Cuando el niño nace, cuenta con una serie de recuerdos sensoriales y emocionales que actúan como soporte, dándole una sensación de continuidad en su existencia y, por tanto, esa seguridad que le permite enfrentarse a lo desconocido.

Por otro lado, «la fase esencial de la construcción de la identidad de un recién nacido consiste en encontrar fuera, cuando nació, a la persona que conoció cuando estuvo dentro. No encontrarlo, perderlo, conduce a una ruptura fundamental», también porque el recién nacido «percibe cualquier situación de pérdida con una intensidad considerable».

Secuelas psicológicas profundas

Anne Schaub-Thomas, en su obra, señala tres grandes rupturas que caracterizan a los bebés fruto de los vientres de alquiler.

En primer lugar, la manipulación técnica y médica desvincula el acto reproductivo de la unión física entre hombre y mujer.

En segundo lugar, el embarazo ocurre en el útero de una mujer que no tiene relación biológica con el niño, generando una dinámica social y psicológica compleja para la gestante.

Finalmente, la separación abrupta del recién nacido de su madre de alquiler representa una ruptura profunda, que lo priva de todo lo que lo sostuvo durante los nueve meses de gestación.

Los niños nacidos mediante esta práctica son sometidos interiormente de forma inevitable  a interrogantes que muchas veces no llegan a expresar en palabras, pero que los persiguen: ¿Quién es mi madre? ¿Quién es mi padre? ¿Por qué fui vendido? Estas dudas pueden manifestarse en forma de angustia existencial, baja autoestima, sentimientos de culpa, dificultad para formar relaciones sólidas, entre otros problemas emocionales y psicológicos.

Anne Schaub-Thomas subraya que el recién nacido necesita experimentar una continuidad entre el ambiente prenatal y el postnatal.

Cuando esta continuidad se rompe, se genera una herida esencial que dificulta la construcción de su identidad, un proceso que ya de por sí es complejo y delicado en los primeros años de vida.

Así lo expresa, Jessica Kern, que como mencionamos antes nació a través de un vientre de alquiler «Cuando sabes que una gran parte de la razón por la que viniste al mundo se debe únicamente a un cheque de pago, y que después de que te paguen eres desechable, regalado y nunca más se piensa en ti, afecta cómo te ves a ti mismo».

La tensión entre derechos y deseos

Los vientres de alquiler abren un conflicto ético entre el deseo de los adultos de ser padres y los derechos fundamentales del niño.

El deseo de tener un hijo no puede equipararse a un derecho, especialmente cuando este «derecho» implica sacrificar el interés superior del menor, un principio reconocido por la Convención de la ONU sobre los Derechos del Niño.

Este tipo de práctica destroza la maternidad y somete al niño a un abandono programado. Al separar al recién nacido de su madre, se le priva de una parte esencial de su desarrollo emocional y se distorsionan los lazos biológicos y sociales que conforman su identidad.

Respetar el vínculo esencial entre madre e hijo no solo es una obligación moral, sino también una necesidad para garantizar el bienestar de futuras generaciones y preservar la dignidad humana en su más amplio sentido.

 

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