¿Es bueno y legítimo el deseo de ser padres? Por supuesto. Es muy bueno este deseo natural de descendencia, de tener hijos, de hacer crecer mi familia junto con mi mujer (o mi marido), y tener varios hijos. Más aún: para los cristianos, que creemos en la Biblia como Palabra reveladora del plan de Dios, es incluso un mandato del Creador: “Creced, multiplicaos, sed fecundos, llenad la tierra”. Es un mandato que Dios dio al primer hombre, varón y mujer, cuando creó el cosmos, y que ratificó nuevamente a Noé después del diluvio.
Tres cosas debes hacer en la vida, dicen algunos: escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo. Más allá de lo anecdótico de esta frase, el sentir popular siempre ha querido y valorado tener hijos. Estos son la alegría en el presente y la ilusión para el futuro, aunque como las bellas rosas también traen algunas espinas. Todas las civilizaciones han querido aumentar su descendencia. Incluso algunas civilizaciones antiguas que descartaban a los niños enfermos, y en ciertas ocasiones a las niñas, no vivían cerrados a su crecimiento numérico, a las generaciones de niños que serían el futuro de su sociedad.
Sin embargo, encontramos un hecho aparentemente contradictorio. ¿Por qué hay tantos matrimonios, tantas parejas, que no pueden tener un hijo, o que solo han podido tener uno? No hablo aquí de problemas socioeconómicos que pueden empujar a reducir el número de hijos, sino de aquellos que quieren, ponen los medios, y la biología no se lo concede. Hablamos de unas 800.000 parejas en España, una de cada 6. Y la situación en muchos países es parecida.
Aquí cobra importancia el título del artículo: “El deseo ordenado…”. ¿Cualquier deseo constituye un derecho, un derecho que debe ser satisfecho a cualquier precio? Un deseo ordenado es aquel que se somete a una prioridad, a un orden. El objeto del deseo, por sí mismo, no está en la cima de las prioridades humanas, y no todo está justificado por un “deseo bueno”. Un fin bueno no justifica por sí mismo el uso de cualquier medio. Salvar a un paciente necesitado de un trasplante de corazón no justifica matar a otro enfermo para conseguir el órgano a trasplantar. Como dirían hoy los jóvenes, obvio.
¿Qué hacer, entonces, ante esta aparente contradicción, el querer y no poder? La respuesta la aplicamos a diario ante cualquier enfermedad o problema de salud que se nos presente: recurrir a la medicina, al buen médico, a aquel que analiza el problema y busca la solución integral. Si tengo el brazo roto no voy a la farmacia para que me den unas tiritas; acudo al traumatólogo para que mire la rotura, y si es necesario inmovilice o escayole el brazo.
La llamada “Medicina restauradora de la fertilidad”, o en una de sus aplicaciones tal vez más conocida, la Naprotecnología es la mejor especialidad médica para este tipo de problemas. Ante esta aparente contradicción de la infertilidad o la esterilidad analiza la situación a fondo, tanto en la mujer como en el varón. La fertilidad de la pareja depende de los dos. Y hoy sabemos que las deficiencias pueden venir de uno u otro, casi a partes iguales. Esta medicina ayuda y colabora con la naturaleza de ambos miembros de la pareja para que el embarazo se produzca de modo natural.
Es cierto que el estudio del varón suele ser más sencillo y directo que el de la mujer, con un sistema cíclico, periódico, que varía de día en día, y que interactúa mucho con su entorno, tanto interno como externo. En cada ciclo suben y bajan varias hormonas, provocando cambios a nivel fisiológico (ovarios, útero, moco cervical…). Y en este baile participa el cerebro, sistemas endocrinos y hormonales, el metabolismo y nutrición… Un cúmulo de factores, muy detallados, pero que también nos muestran lo detalladamente que estamos hechos.
Realizado un buen diagnóstico se puede empezar a actuar, a ayudar médicamente a la pareja, respetando la naturaleza, ese orden de prioridades que vemos en el cosmos. Deseo ordenado y no a cualquier precio.
Hay distintos grupos y personas que realizan estos estudios, tanto en España como en muchos países de Europa y América. En mi caso tuve la suerte de ser acompañado por Naprotec (www.naprotec.es), una Asociación que tiene por finalidad ayudar a los matrimonios que viven situaciones de esterilidad/infertilidad; también atiende a las mujeres con problemas de salud en relación con el ciclo menstrual.
Allí encontramos, mi mujer y yo, acompañamiento, asesoría y estudio médico profesional. Los hijos no pudieron llegar, no es la prioridad más alta de la vida, pero sí llegó una mejora importante en la salud física y una fecundidad matrimonial que va incluso más allá de la fertilidad biológica, el deseo ordenado de ser padres, de ser fecundos.
Realizado un buen diagnóstico se puede empezar a actuar, a ayudar médicamente a la pareja, respetando la naturaleza, ese orden de prioridades que vemos en el cosmos. Deseo ordenado y no a cualquier precio Share on X