El pesebre de Navidad es más que un simple adorno navideño, simboliza el misterio del nacimiento de Cristo, recordando la humildad con la que Dios se hizo hombre.
Orígenes bíblicos del pesebre
El origen del pesebre se encuentra en los Evangelios de San Mateo y San Lucas, que relatan el nacimiento de Jesús en Belén. Según San Lucas, María dio a luz a Jesús y lo recostó en un pesebre porque no había lugar en la posada (Lc 2,7). Este humilde escenario —el pesebre, el establo y la presencia de animales— simboliza la humildad y la sencillez con la que Cristo vino al mundo.
El pesebre también evoca las palabras del profeta Isaías, quien había anunciado que el Mesías nacería en un lugar humilde, trayendo esperanza a los más pobres. De esta manera, el pesebre no solo es un relato histórico, sino también un símbolo teológico de la cercanía de Dios con la humanidad.
La creación del primer belén: San Francisco de Asís
Aunque las raíces del pesebre se encuentran en los textos evangélicos, su representación como la conocemos hoy tiene su origen en el siglo XIII.
En 1223, San Francisco de Asís creó el primer belén viviente en la localidad italiana de Greccio. Profundamente conmovido por el misterio de la Encarnación, San Francisco quiso recrear el nacimiento de Jesús para que los fieles pudieran contemplarlo de manera tangible.
Para ello, San Francisco utilizó un pesebre, un buey y una mula reales, e invitó a los aldeanos a participar en una misa nocturna.
Durante la ceremonia, el sacerdote celebró la Eucaristía frente al pesebre, mientras los fieles se acercaban a venerar la escena. Este primer belén viviente tuvo un impacto enorme, despertando una profunda devoción entre los presentes y marcando el inicio de una tradición que se extendería rápidamente por toda Europa.
El desarrollo del pesebre en la Europa medieval
Tras la experiencia de San Francisco, la costumbre de representar el nacimiento de Jesús se consolidó en los monasterios y las iglesias. Durante la Baja Edad Media, los pesebres comenzaron a incorporar figuras de barro o madera que representaban a los personajes del relato evangélico: la Sagrada Familia, los pastores y los Reyes Magos. Estas figuras, elaboradas por artesanos locales, se convirtieron en verdaderas obras de arte.
En el siglo XV, las familias nobles empezaron a instalar pesebres en sus hogares como expresión de su devoción.
Este fenómeno coincidió con el auge del arte renacentista, que influyó en la sofisticación y el realismo de las representaciones. En Italia, por ejemplo, los pesebres napolitanos alcanzaron un nivel extraordinario de detalle, incorporando escenas cotidianas que integraban el mensaje de la Navidad en la vida diaria.
La expansión del belén en España y América Latina
En España, el pesebre se popularizó especialmente durante el reinado de Carlos III, quien, inspirado por los pesebres napolitanos, promovió su difusión en todo el país. Las figuras de barro, talladas a mano por artesanos locales, comenzaron a incluir elementos culturales y paisajísticos propios de cada región, dando lugar a una tradición diversa y rica.
Con la expansión colonial, el pesebre llegó a América Latina, donde se fusionó con elementos de las culturas indígenas y mestizas. En países como México, Perú y Guatemala, los nacimientos adquirieron características únicas, combinando la tradición cristiana con símbolos y materiales locales, como hojas de maíz, cerámica y tejidos autóctonos.
El belén en la cultura española
En toda España, los belenes vivientes han adquirido gran popularidad, incluso en algunas localidades se reúnen miles de personas participan en recreaciones detalladas del nacimiento. Estas representaciones no solo son actos religiosos, sino también comunitarios, que fortalecen el sentido de fe, pertenencia y tradición.
En Cataluña, el belén se convirtió en una expresión cultural particularmente arraigada. Además de las figuras tradicionales, el belén catalán incluye al caganer, una figura peculiar que simboliza fertilidad y humildad.
El belén en el arte y la espiritualidad contemporánea
En la actualidad, el pesebre sigue siendo una pieza central de la Navidad cristiana.
Artistas y artesanos continúan innovando en el diseño de belenes, explorando nuevos materiales y estilos, desde los tradicionales de madera y cerámica hasta versiones modernas de vidrio y metal. Sin embargo, el mensaje espiritual permanece inalterado: el pesebre invita a reflexionar sobre la grandeza de un Dios que se hace pequeño y accesible para todos.
La historia del pesebre no es solo la historia de una tradición religiosa, sino también la de una expresión cultural que trasciende fronteras.
En los últimos años, el pesebre de Navidad, símbolo central de la celebración cristiana del nacimiento de Jesús, ha sido objeto de reinterpretaciones que han diluido, cuando no ignorado completamente, su profundo significado religioso. Muchos ayuntamientos y entidades han optado por sustituir el belén tradicional por instalaciones artísticas o abstractas que, lejos de enriquecer el mensaje, lo despojan de su esencia espiritual.
Un ejemplo alarmante de esta tendencia es el caso de la Plaza de Sant Jaume en Barcelona, donde durante décadas se instaló un pesebre que evocaba el nacimiento de Cristo.
En los últimos años, sin embargo, el Ayuntamiento ha reemplazado esta representación por instalaciones de carácter más laico, ajenas al simbolismo cristiano.
En 2024, la tradicional escena del pesebre fue sustituida por una estrella luminosa de 20 puntas, una decisión que generó fuertes críticas.
La secularización del pesebre: ¿diversidad o desvirtuación?
Esta tendencia no se limita a Barcelona.
En varias ciudades de España y Europa, las representaciones tradicionales del nacimiento de Jesús han sido progresivamente reemplazadas por interpretaciones «modernas» que buscan reflejar la diversidad cultural o la secularización de la sociedad.
Sin embargo, estas iniciativas suelen generar un debate profundo, ya que muchas veces terminan desnaturalizando el mensaje cristiano de la Navidad, reduciendo la celebración a un evento estético o comercial.
El argumento de la inclusión cultural, a menudo esgrimido para justificar estas decisiones, plantea preguntas inquietantes.
¿Es realmente inclusivo borrar el fundamento religioso de una tradición que nació de la fe cristiana? ¿No supone esto una forma de relegar las creencias de millones de personas que ven en el pesebre un símbolo de esperanza y salvación?
La reinterpretación del pesebre no es solo una cuestión de estilo o modernidad. Es un reflejo de cómo la sociedad actual está abordando (o ignorando) el valor espiritual y cultural de las tradiciones cristianas.
Desvirtuar el pesebre es desvirtuar estos principios, dejando a las generaciones futuras una versión vacía y descontextualizada de una de las tradiciones más significativas del cristianismo.
Preservar el significado del belén no es solo un acto de fe, sino también un compromiso con la historia y la identidad de nuestra cultura.