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Empoderados

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He ido a ponerme la vacuna de la COVID, y me ha dolido como nunca… y hasta me ha impactado: me ha tocado (y me ha dolido el alma) una enfermera que iba a piñón fijo, ignorando cualquier comentario que se le hacía dándole amablemente conversación, e imponiéndose con su sempiterna cara de mala leche, ya desde el primer contacto. Y (eso era de esperar) a la muy displicente le ha llegado el momento de mostrarme sus credenciales: va, y me clava el arpón (sin siquiera pasarme alcohol primero) como si se tratara de una ballena enana a la que debía dar caza para conseguir sobrevivir a un temporal que se avecinaba (y que ella misma genera, como se ve, desde que pone los pies cada día en el suelo). ¡Qué bestia!

Es la pobre desgraciada de ese tipo de féminas −que de fémina no tienen nada− que van a sacar por la fuerza lo que las pobres no consiguen por las buenas, porque no valen nada, y por tanto no sacan nada (que no sea licencioso). No se dan cuenta de que las cosas por la fuerza se rompen, como rompen en su vida cualquier intento de relación con un prójimo que para ellas de prójimo no tiene nada, porque es un contrincante. A base de forzarte, llega el momento en que también tú reaccionas, y le dices basta. Y así van, de basta en basta porque me toca, con el denominado Síndrome de Tarzán.

¿Qué les ocurre a esas pobretonas chiquillas? (tendría la pobre no más que unos veintiséis tiernos añitos). Ante su inseguridad patente, les han dicho que tienen que ser empoderadas, y se lo han creído. Ni a base de golpes aprenden, porque a base de torcerse, el cerebro es el primero que les da su veredicto, y se les planta con una patología que tiene su raíz tan escondida como su propia aspiración en la vida: lo que ellas le piden a la vida (enfrentamiento), la vida les da (a bastonazos).

Corrompidos de raíz

Pero todo no acaba ahí, sino que esa actitud de la que hablamos tiene consecuencias globalizantes en la Humanidad que todos formamos o deformamos. Por eso, en el otro lado de la balanza aparecen machos afeminados y asexuados, consecuencia de lo que ese tipo de mujer les exige: ser ella la que “lleva los pantalones”. En lugar de compartir cada uno una vida que es plena siempre que se vive desde la complementariedad, no por sexismo sino por aceptación de la realidad (la verdad) de cada uno, y no una simple elucubración en que cada uno lucha por ser quien se le antoja ser y no es; y no podrá nunca serlo hasta que se acepte como es: por eso es tan globalizante el mal social que sufrimos hoy día, y no tendrá remedio hasta que, como decimos, reparemos el nudo del que parte toda la tergiversación, que (dada su constitución física y anímica) afecta especialmente a la mujer.

¿De dónde viene, pues, ese anudamiento?, podríamos preguntarnos. La respuesta es clara: una sexualidad mal vivida porque está mal entendida, y por ello vivida incluso desde antes de la pubertad. ¿Cómo va a crecer sana esa planta, si ya desde el seno de sí misma brota torcida? De ella solo pueden surgir hombres poco hombres y mujeres poco mujeres; fibra errada (afeminada o masculinizada) o empoderada (sexo duro). Y tras ellos, la que era inexistente “guerra de sexos”. ¡¿Quién da más?!

Pero la vida sigue. Por ese camino, la planta sale bastarda; la complementariedad de los sexos se difumina:  a base de forzar la verdad de los dos sexos, el hombre deja de ser el dador-procurador y la mujer la dadora-portadora de vida que actúan como fieles instrumentos del único Dios Creador (“Así como la mujer procede del hombre, también el hombre nace de la mujer; pero todo proviene de Dios”: 1 Cor 11-12). Sea como fuere, por más que se intente evitarla, la esencia humana insiste en esa complementariedad de por vida, pues queda latente para siempre en su sino más íntimo: hombre como hombre y mujer como mujer.

A pesar de ello, roto el encaje, el bingo está cantado; y no lo cobramos más que cuando (en un futuro que puede ser ya) extendamos la mano al buen Pagador, que es nuestro Padre Dios. La ironía (para esas personas) es que cobrar cobraremos todos: unos, como ovejas; otros, como cabritos (Cfr. Mt 25, 33-46). Aprendamos. La lección es para todos, pero la elección es nuestra (de cada uno), y por ello también nuestra responsabilidad (y no del sexo opuesto).

Twitter: @jordimariada

Por ese camino, la planta sale bastarda; la complementariedad de los sexos se difumina: a base de forzar la verdad de los dos sexos Share on X

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