En el pensamiento filosófico contemporáneo, pocos nombres transmiten la profundidad y la cercanía de Rémi Brague.
Estamos agradecidos de la posibilidad de esta conversación con Rémi, la cual fue facilitada por la Fundación NEOS y mantenida en una de sus dependencias.
Rémi Brague es un destacado filósofo francés profesor de la Sorbona de París y de la universidad de Munich, especialista en filosofía medieval. Pero no solo es un académico y así lo demostró durante la entrevista. Hablamos con Rémi en presencia de su mujer, su mejor apoyo, y bajo la atenta mirada de su esposa nos transmitió su capacidad única para exponer y explorar verdades universales.
Rémi es un hombre marcado por la precisión, el rigor y la generosidad en compartir su saber. Tal es así que su obra es un puente que conecta épocas, lenguajes y paradigmas.
Durante esta conversación con Rémi Brague nos centraremos en uno de sus trabajos más discutidos y provocadores: su libro «Sobre el Islam». Esta obra, invita a comprender el islam como un fenómeno tanto religioso como cultural, examinando sus raíces y su evolución en diálogo —y a veces en tensión— con las tradiciones occidentales.
Óscar Rivas- Rémi, ha publicado recientemente el libro al que me acabo de referir, Sobre el Islam. Es un libro sumamente respetuoso. Y, aun así, habla usted de ello en las primeras páginas, ha recibido el epíteto de islamófobo. ¿Qué le ha hecho merecedor de semejante etiqueta? Porque se trata de eso, de poner etiquetas.
Rémi Brague-No ha provocado ningún efecto en mí el hecho de que me llamen islamófobo, puesto que la palabra islamofobia no tiene ningún sentido preciso.
Es una palabra que presenta significaciones muy diferentes, incluso contradictorias. Por ejemplo, hay gente a la que no le gustan los musulmanes, los árabes en general, porque fríen con aceite y no con mantequilla, como es costumbre en Francia. A otros les disgustan porque son ruidosos y alborotan demasiado en las noches del Ramadán. Son prejuicios estúpidos.
Otros, como algunos historiadores, aseguran que la aportación cultural del islam es menor de lo que nos figuramos. Me refiero a aquellos que destruyen la leyenda de Al Andalus, de la convivencia feliz de las tres confesiones religiosas, a los que dicen que no es posible que el Corán sea una obra de Dios…
No faltan tampoco los filólogos que dicen que no es posible que el Corán sea la obra de Dios, que sea de origen divino.
A estas tres posiciones se las califica de manera sistemática como islamófobas. Es importante distinguir entre el odio hacia las personas, que es condenable, porque es horrible, y la crítica científica que cuestiona el origen divino del Corán o el papel que ha desarrollado el islam en la historia de la cultura mundial.
Es importante distinguir entre el odio hacia las personas, que es condenable y la crítica científica que cuestiona el origen divino del Corán o el papel que ha desarrollado el islam en la historia de la cultura mundial.
O sea que cuando se califica a estos tres tipos de personas como islamófobos, lo que se pretende es impedir una reflexión seria y científica sobre, digamos, el mensaje del islam.
¡Claro! ¿Qué deberían hacer todas estas personas? ¿Callarse para no ser calificados de islamófobos? Piense en los griegos. Se podría afirmar que hay quien aduce que la Ilíada, el poema épico de Homero, no describe acontecimientos reales. En cuyo caso podrían ser etiquetados como «griegófobos». Resulta tan absurdo como hablar de islamofobia.
Mi primer capítulo, dedicado a este tema está escrito con cierta ironía, si bien es una ironía amarga sobre la acusación de islamofobia que llevaron a cabo contra mí.
Yo escribo en términos científicos, cito obras de teólogos o pensadores del medioevo, no pronuncio juicios de valor. En mi libro no hay un solo juicio de valor, ni a favor ni en contra del Islam.
Describo paisajes de autores islámicos que yo mismo he traducido con el objetivo de dar a conocer cómo ven el Islam los musulmanes, y no solo cómo lo ven quienes atacan o defienden el Islam.
Algo que me ha llamado mucho la atención en su libro es la precisión con la que utiliza los términos. Por ejemplo, usa «islam» con minúscula para referirse a la religión e «Islam» con mayúscula para referirse a la civilización. También aclara conceptos fundamentales como la «Edad Media» y la «tolerancia», conceptos que a menudo son mal interpretados o erróneamente empleados. Esta atención al detalle me recuerda a la obsesión de su compatriota Flaubert por introducir en cada momento la palabra exacta. En un escenario donde las simplificaciones y las etiquetas parecen ser la norma, ¿Qué importancia tiene la semántica?
Acaba usted de aludir a la diferencia entre islam con la minúscula e islam con la mayúscula. Es evidente que en una conversación oral no se puede hacer nada, pero cuando se escribe es muy útil distinguir el islam como objeto, del islam como una casi persona, una persona que ocupa un lugar en el tiempo y en el espacio y que, por eso, se parece mucho a una persona real, de carne y hueso. De ahí la distinción.
La mayor parte del libro trata del islam como religión, como sistema religioso con sus creencias, y prácticas. Solo al final, en los dos últimos capítulos, hablo de la contribución de la civilización islámica a la cultura mundial. Se puede hablar en términos muy positivos sobre esa aportación y, sin embargo, tener una mirada crítica sobre los dogmas de la religión islámica, incluso, de vez en cuando, también sobre sus prácticas.
La civilización islámica es o era el resultado de la colaboración entre una capa dirigente y el resto del pueblo.
La civilización islámica es o era el resultado de la colaboración entre una capa dirigente —una élite islámica— y sujetos que pudieran muy bien ser de confesión cristiana, judía, maniquea, o zoroastrista. Esto es, una colaboración entre una clase dominante y el resto del pueblo.
¿Podría ilustrar dicha distinción con un ejemplo?
Uno muy sencillo: yo soy filósofo y está claro que me interesa la tradición filosófica medieval en el idioma árabe. Es un hecho bien conocido por los especialistas que las traducciones fueron realizadas por cristianos. Quienes traducían del griego o del siríaco al árabe, eran cristianos, sobre todo, de confesión nestoriana. Desde el punto de vista de la Iglesia ésta suponía una herejía. Sin embargo, las diferencias dogmáticas son mínimas.
Quienes traducían del griego o del siríaco al árabe, eran cristianos, sobre todo, de confesión nestoriana.
¿Por qué tradujeron esos traductores cristianos del griego al árabe? Muy simple: porque o hablaban o escribían en ambos idiomas. El griego, en las escuelas filosóficas, en los conventos, en la calle, o en el entorno familiar, hablaba árabe. El musulmán, en cambio, casi nunca aprendió idiomas de las religiones que precedieron al islam. Le bastaba con el árabe.
Había, por supuesto, alguna excepción. Al Biruni, un sabio, un personaje extraordinario al que sitúo en mi panteón personal, siempre encontraba oportunidades para aprender los idiomas de aquellos que el islam consideraba paganos. Era la excepción que confirma la regla. En el islam no había personajes comparables a los humanistas del Renacimiento. Dado que el árabe era el idioma de Dios, carecía de sentido aprender idiomas de religiones superadas, de religiones «falsas» como el cristianismo o, sobre todo, el judaísmo.
Es indudable que su esfuerzo por la precisión que, como muy bien señala, es propia del filósofo, nos ayuda a comprender mejor ese fenómeno islámico con el que, de una u otra manera, convivimos. Hace un momento hacía mención a religiones tenidas por el islam como falsas. En su libro centra bastante atención en el «verdadero islam». Le agradecería que explicara cuál es ese verdadero islam, entre comillas, y si es posible establecer una dicotomía entre éste y el falso islam.
Lo cierto es que hay multitud. Cada tendencia que surge pretende ser el verdadero islam. Los más modernos, los intelectuales islámicos de hoy, fundamentalmente en Europa, pero también en los países islámicos, afirman que el verdadero islam es el islam de la ilustración. Ahora bien, me temo que, salvo en reductos marginales, no existe tal islam.
Cada tendencia que surge pretende ser el verdadero islam
Los fundamentalistas, aquellos que hablan en nombre de Dios y que establecen que Dios quiere que los fieles hagan esto o lo otro, también pretenden ser los verdaderos islámicos, por entender que, ellos sí, son fieles al Corán.
Los musulmanes deberían decirnos qué entienden cuando se refieren al verdadero islam. Luego, a la luz de su respuesta, podremos opinar si ese verdadero islam nos gusta o no.
La confusión intelectual sobre este aspecto es enorme. Permítame un ejemplo: cuando un islámico degolla a un sacerdote, hecho que aconteció en mi país, como bien sabe usted, no representa al verdadero islam. Y pese a todo, hay quien asegura que eso es exactamente lo que hizo el profeta y lo que mandó que hiciesen sus discípulos. Pero ¿y si no fuera el verdadero islam? En ese caso el profeta sería un mal musulmán. Como ve todo se muestra muy confuso.
Desde luego, el libro no rehúye, y abundaremos en ello más adelante, cuestiones espinosas. Pero al principio de esta entrevista, usted hacía alusión a aquellos islámicos ilustrados y concretaba que cada vez son menos. Es obvio que se ha producido una involución. ¿Cómo explica ese retroceso?
Es verdad que la situación cultural e intelectual en los países islámicos de hoy ha empeorado. En Egipto, por ejemplo, durante años 20, 30, 40, e incluso después de la Segunda Guerra Mundial, se podían encontrar intelectuales que realizaban afirmaciones arriesgadas sobre la historia del islam.
Pienso en Taha Hussein, escritor, poeta y pensador, que fuera ministro de Educación a mediados del siglo XX. En su tesis doctoral demostró que poesía que se creía islámica había sido objeto de un trabajo de reescritura y adaptación a las normas gramaticales del siglo IX y X, razón por la cual no constituían un testimonio digno de fe de la situación cultural e intelectual de Arabia antes del islam. El suyo era un libro revolucionario que no tenía nada que ver con la autenticidad o ausencia de autenticidad del Corán y, sin embargo, le atacaron a él y a su libro porque cualquier duda sobre el periodo anterior o contemporáneo al nacimiento del islam podría ser peligroso.
A través de este ejemplo vemos muy claramente, ambos lados de la cuestión: por un lado, el intelectual que se atreve a poner en duda la historia de los inicios del Islam; por otro, la reacción de las autoridades religiosas de su época. ¿Sugiere entonces que nadie hoy se atrevería a escribir un libro de esa naturaleza?
En un país islámico —no tanto en Europa— sería difícil escribir algo parecido. Para poder hacerlo soslayando el peligro, los intelectuales tienen que adoptar pseudónimos. La razón de que este peligro se haya incrementado en las últimas décadas tiene mucho que ver con la situación política y con el hecho de que el sueño de una Arabia políticamente progresista de países nacionalistas que podrían ir más allá de las determinaciones religiosas se ha desvanecido, eligiendo a representantes que encuentran la legitimidad de su poder político en la religión, que es el poder de la capa dominante.
El sueño de una Arabia políticamente progresista de países nacionalistas que podrían ir más allá de las determinaciones religiosas se ha desvanecido
Esto lo vemos en Argelia, país que mantiene, como usted sabe, particulares vínculos con Francia; allí la clase dirigente se apoya con fuerza sobre la religión popular. Es el principio de la legitimidad. En ausencia de ésta, se va el poder, se va la dominación y, con ella, también el dinero del petróleo.
Hay un aspecto, sr. Brague, en el que insiste mucho: la necesidad de integrar a los musulmanes. Aunque tal afirmación tiene todo el sentido del mundo, son muchos los que se muestran escépticos ante esta realidad. En España la inmigración es un fenómeno relativamente reciente si lo comparamos con Francia. La inmigración que recibimos se muestra muy plural en cuanto a su procedencia; vienen de Hispanoamérica, Centroamérica, Europa central, Europa del este…Aunque su entrada está siendo masiva en los últimos años, rara vez es cuestionada su integración. Más entredicho se pone la integración del islam en general y, en el caso de España, en particular, la procedente de Marruecos. ¿Por qué el inmigrante islámico despierta una controversia que resulta ajena a otros extranjeros?
El mayor problema, según mi parecer, reside en que el islam no es una religión en el sentido que nosotros entendemos la palabra religión. De hecho, el islam no es solo una religión.
Para un filósofo resulta interesante observar que el cristianismo es la única religión que solamente es religión. El judaísmo es una religión más un pueblo. El budismo es posiblemente una religión, no se sabe bien, más sabiduría, método de salvación, ascesis… El hinduismo es una religión más nacionalismo. Un hinduista que no sea indio constituye una excepción. Al igual que un shintoista que no sea japonés.
El mayor problema es que el islam no es una religión en el sentido que nosotros entendemos la palabra religión. De hecho, el islam no es solo una religión.
En el caso del islam nos encontramos con una religión más una ley. Una ley que constituye un sistema completo de reglas reguladoras de la vida en todas sus dimensiones: cómo cepillarse los dientes, cómo dejarse crecer la barba, como cortarse el bigote, cómo ha de ponerse el velo la mujer… La principal dificultad para integrar a los musulmanes es que nuestra civilización choca con una religión que conlleva ese sistema regulador de la existencia. Nos encontramos ante dos civilizaciones, ante dos sistemas de reglas, algunas de las cuales no son compatibles con las prácticas del Occidente cristiano, excristiano o postcristiano, como queramos decirlo: poligamia, situación de la mujer, determinados alimentos…
¿Cuál es entonces la solución? A medida que escucho sus palabras la integración del islam se me hace más cuesta arriba.
La única solución pasa por encontrar un equilibrio que la haga posible. Hay una serie de reglas que los musulmanes tendrían que borrar. El saber si eso es posible o no se erige en una cuestión de gran peso.
Ya nadie habla de asimilación. Ahora, por el contrario, hablamos de integración
De igual modo, los europeos tendrían que llevar a cabo algunas adaptaciones para posibilitar la integración de los musulmanes. Me llama la atención que ya nadie habla de asimilación, un concepto muy frecuente en los años 50-60. Ahora, por el contrario, hablamos de integración. Y si bien esta puede tener lugar en el campo económico —el profesional islámico puede desempeñar diferentes ocupaciones— la integración cultural se hace más difícil. Es en este punto donde duele y donde un filósofo tiene que poner el dedo.
Su libro, lo anticipábamos con anterioridad, no rehúye cuestiones controvertidas. Una que me ha interesado en particular, es el capítulo que usted dedica a la Yihad. En esta conversación ha mencionado los atentados que se han producido en Europa en los últimos años. Cuando un islamista comete un atentado ¿está rompiendo el corsé de los principios que establece su religión o, por el contrario, está siendo fiel a esa religión?
Quien así obra es fiel, cuanto menos, a algunas dimensiones del mensaje del profeta. He leído varios libros de derecho islámico. Cuando se habla de Yihad, no se dice nada, por ejemplo, sobre la distinción de la cual todos hablan, esto es, entre el «gran yihad», que sería de naturaleza meramente espiritual, y el «pequeño Yihad», con la espada.
En sus tratados de derecho se habla del uso de máquinas de guerra; del modo en el que se pueden intercambiar prisioneros, de lo que se ha de proponer a una ciudad que se quiere conquistar… Son reglas bélicas que abordan problemas muy concretos, a través de la espada.
Todo lo que dice el profeta tiene el valor de una ley, de una regla de acción.
Ahora bien, cuando se habla del gran Yihad, se alude a una declaración puesta en la boca del profeta dos siglos o tres siglos después de su muerte. Es una mera invención de algunos místicos que, como todos los musulmanes, pretendían dotar de legitimidad a sus prácticas, atribuyéndoselas al profeta. El razonamiento es sencillo. Todo lo que dice el profeta tiene el valor de una ley, de una regla de acción. Es fácil hacer lo que dice el profeta que debemos hacer. De este modo, al profeta le puede atribuir absolutamente todo: lo bueno y lo malo.
En 1974 Bumedian pronunció ante las Naciones Unidas un célebre discurso. Digo célebre porque todavía se sigue recordando. En aquel discurso, al parecer, Bumedian anticipó que se produciría una gran migración por parte de hombres del hemisferio sur hacia el hemisferio norte, añadiendo que no lo harían como amigos. Sumaba a esta declaración el hecho de que la conquista tendría lugar a través del vientre de las mujeres. ¿Resultaría simplificador afirmar que en este momento sus palabras se están haciendo realidad?
En primer lugar, no estoy muy seguro de que esa declaración sea auténtica. Me gustaría leer en las actas oficiales si Bumedian pronunció tales afirmaciones.
El segundo punto sería que se atribuyen, acabo de decirlo, muchas cosas al profeta y entre ellas se contemplan también mandamientos de fecundidad para el islam supere a las demás religiones. Cito tales declaraciones en mi libro.
La inmigración es una consecuencia de nuestro invierno demográfico.
El problema, a mi entender, no es la fuerza demográfica que exhiben los países musulmanes, de origen musulmán, o de dominación islámica. sino más bien la debilidad de los países de Europa o de Occidente en general. La inmigración es una consecuencia de nuestro invierno demográfico. Lo dije recientemente en una ponencia: ¿de qué se quejan ustedes? Podría responder a los europeos que ellos dicen no a la vida. No hay que extrañarse de que necesiten la importación de material humano externo.
A lo largo de sus respuestas ha concretado muy bien cuáles son los pros y los contras de tener el islam con nosotros. Pero si tuviera que destacarlo muy sintéticamente ¿cuáles serían esas aportaciones que ofrece a Europa el islam, y cuáles las amenazas?
Yo diría que, si la convivencia con el islam es imposible, la convivencia con los musulmanes es posible y necesaria. La trampa consiste en que cuando llamamos a esa gente musulmanes jugamos los naipes de los islamistas, que quisieran reducir la identidad de quienes viven bajo la dominación islámica a su dimensión religiosa.
Yo diría que, si la convivencia con el islam es imposible, la convivencia con los musulmanes es posible y necesaria.
Me decía un amigo de espíritu muy irónico, que hace 20 años no había ningún musulmán en Francia, pero teníamos un montón de árabes. Hoy, por el contrario, no nos referimos a ellos como árabes de Argelia, o de Marruecos. Los denominamos con el nombre de una religión con la que tienen relación, ya sea esta relación de fuerte identidad, o de carácter cultural.
«Somos de cultura islámica» enfatizan algunos intelectuales. No dicen «somos musulmanes». Nada de eso: «somos de cultura islámica». Es diferente. Cuando nos dirigimos a ellos como musulmanes, sobra todo lo demás: país de origen, ocupación, edad, pertenencia a un grupo… Todo esto se olvida. Al dirigirnos a ellos de este modo, hacemos exactamente lo que quieren los islamistas, convirtiéndonos en sus mejores aliados.
En alguna ocasión he leído que usted acusaba a los “laicoides” de explotar el miedo al islam para acabar con el cristianismo. Esta frase me llamó poderosamente la atención. Habida cuenta del interés que tiene por el lenguaje y que deja notar en esta entrevista, me gustaría preguntarle, en primer lugar ¿qué entiende por un «laicoide»? En segundo lugar, le pediría que profundizase en la citada frase.
Aquí nos encontramos con la misma táctica que se usaba hace 30 años con la ideología comunista leninista. Incluso entre los curas, da pena decirlo, se hablaba de las ideologías, refiriéndose tanto a la ideología comunista como al capitalismo. Lo cual es un tremendo error, toda vez que el capitalismo no era una ideología, sino un sistema económico.
Ahora, no se habla de ideologías, pero se habla de las religiones, señalando que constituyen un peligro para la democracia, para el laicismo, para la neutralidad del Estado, etc.
Ahora, no se habla de ideologías, pero se habla de las religiones
En verdad, se trata de una hoja de ruta que pretende disimular el islam, pues no hay ningún peligro cristiano, como tampoco hay ningún peligro judaico en la Europa de hoy. Lo que sí puede ser es que haya un peligro islámico. Hay pocos judíos que degollen curas cristianos en la Europa de hoy, al igual que eran pocos los judíos que lo hacían en los años 30.
Cuando se establecen paralelismos entre la situación de los musulmanes en la Europa de hoy y la situación de los judíos en la Europa de los años 30 me dan ganas de sacar el revolver. Los judíos de los años 30 degollaron muy poca gente. Por el contrario, algunos islamistas de hoy lo hacen sin gran dificultad.
Y ya para terminar. En la introducción, destacaba que usted es medievalista. Será por eso que ha puesto sobre la mesa la noción de Edad Media. Otro historiador, también medievalista, me comentaba que el propio término ya denigra en sí mismo aquella etapa y sin embargo más allá del mundo especializado en el que usted se mueve, para aquellos que somos ajenos a dicho periodo histórico, o que lo conocemos en una escala más genérica, tenemos la impresión de que poco a poco va ganando un reconocimiento que había perdido en los últimos tiempos…
Hay muchas cuestiones que decir sobre ese tema. Escribí acerca del mismo un pequeño libro hace diez años. La dificultad es que existen dos leyendas contradictorias sobre el medioevo: una leyenda negra, por usar una expresión española, y una leyenda rosa, muy positiva. La segunda surge como reacción contra la primera.
No creo en el progreso moral de la humanidad
La palabra misma, medioevo, es interesantísima. Cuando se escucha tal palabra, de inmediato se entiende como una especie de vacío entre dos periodos de luz: la antigüedad clásica y la Ilustración. El regreso de la luz después de siglos de tinieblas no tiene nada de raro. Para un historiador, el hombre del medioevo era exactamente tan tonto y malo como nosotros, o como lo fueron los hombres de la antigüedad clásica. No creo en el progreso moral de la humanidad. El progreso material y del conocimiento es evidente, pero no diría lo mismo del progreso moral.
Al fin y al cabo, el hombre es el hombre, su naturaleza no cambia con el paso de las décadas, ni de los siglos.
¡Exacto! El hombre es hijo de Adán y heredero del pecado original. Basta con leer a Tucídides para comprobar que los griegos de la antigüedad clásica no eran, lo que diríamos hijos del corazón.
Somos los herederos de la Edad Media y las catedrales el testigo visible de que no fue precisamente una época de oscuridad.
El hecho de que se hable de la Edad Media no puede hacerme olvidar las aportaciones fantásticas del medioevo, de sus descubrimientos técnicos en el campo de la agricultura. Descubrimientos que hicieron posible el despegue económico de Europa, su crecimiento demográfico y el progreso de las técnicas de navegación. Si existe un nuevo mundo se lo debemos a los descubrimientos técnicos de aquella época. Somos los herederos de la Edad Media y las catedrales el testigo visible de que no fue precisamente una época de oscuridad.