El profesor emérito de filosofía medieval en la Sorbona de París, Rémi Brague ofreció el pasado 18 de noviembre una conferencia apasionante bajo el título «¿Por qué el hombre occidental se odia a sí mismo?», en el marco del ciclo organizado por la Fundación Neos.
La reflexión de Brague, que tuvo lugar en el auditorio de la Mutua Madrileña, se centró en la crisis global que afecta al mundo occidental, una crisis que, según el pensador, tiene raíces profundas y múltiples facetas, pero todas convergen en un fenómeno inquietante: el odio del hombre occidental hacia sí mismo.
Una gran crisis
Brague comenzó su intervención reconociendo la dificultad de abordar una crisis de tal magnitud y complejidad. Según el filósofo, es imposible ofrecer un análisis exhaustivo de la crisis, pero sí es posible enumerar algunos de los aspectos que reflejan lo que va mal en nuestro mundo. Y fue precisamente esto lo que se dispuso a hacer, identificando cinco grandes áreas de conflicto, desde fenómenos locales y recientes hasta cuestiones de mayor envergadura y más largo alcance.
Uno de los aspectos que señaló fue la cuestión de la inmigración. Brague destacó que este fenómeno es, ante todo, una consecuencia del invierno demográfico que afecta a los países industrializados del llamado «Norte».
Según el pensador, el problema de la inmigración no puede entenderse sin tener en cuenta el hecho de que Occidente ha dejado de tener hijos, un hecho que tiene repercusiones profundas no solo en el ámbito económico, sino también en el social y cultural.
Otro punto clave que abordó fue la visión que Occidente tiene de su propia historia, una historia que, según Rémi, se percibe hoy exclusivamente como una sucesión de crímenes.
Desde la celebración del descubrimiento de América, que se ha convertido en un ejercicio de autoflagelación, hasta la destrucción de estatuas de personajes históricos, el filósofo denunció una tendencia a despreciar el pasado occidental sin reconocer los aspectos positivos que también forman parte de ese legado.
Para Brague, esta visión unilateral y negativa de la historia es una forma de odio a sí mismo, un intento de borrar todo aquello que ha definido a Occidente a lo largo de los siglos.
El tercer punto que destacó fue el odio al cristianismo, un fenómeno que, según el pensador, no es simplemente una desafección hacia la práctica religiosa, sino un deseo activo de acabar con la Iglesia y con la religión, especialmente la religión católica.
Rémi mencionó cómo este odio se manifiesta en la destrucción de iglesias, la burla constante hacia el cristianismo en los medios de comunicación y el deseo de eliminar todo rastro de religiosidad de la esfera pública.
Este odio al cristianismo es una prueba de la importancia decisiva que esta religión ha tenido en la historia de la cultura europea. «Quien se odia a sí mismo, rechaza aquello que lo define en lo más profundo», sentenció Brague, subrayando que el odio al cristianismo es, en realidad, una forma de odio hacia la propia identidad occidental.
El profesor Brague también se refirió a la percepción de las instituciones sociales como meras construcciones sin base en la naturaleza humana, una visión que ha llevado a que todo pueda ser «deconstruido», desde las estructuras políticas y económicas hasta las más fundamentales, como la familia o la identidad sexual.
Esta visión, según Brague, se basa en la idea de que la naturaleza humana no existe y que todo lo que consideramos «natural» es, en realidad, una construcción cultural.
Intento de eliminar al ser humano
Esta negación de la naturaleza humana es otro ejemplo del odio a sí mismo del hombre occidental, un intento de eliminar todo aquello que lo define como ser humano.
El último aspecto que mencionó fue la visión del hombre como un mero depredador del planeta.
La ecología profunda, que considera al ser humano como el mayor enemigo de la naturaleza, es una manifestación más del odio a sí mismo que caracteriza al hombre occidental.
Esta visión, que aboga por la desaparición del ser humano para que la Tierra pueda «respirar» en paz, es, para Rémi, un reflejo extremo del rechazo a la propia existencia. «El planeta sería más hermoso sin hombres», citó Brague, recordando palabras del escritor Flaubert, y planteó la pregunta retórica: «¿La Tierra sería más hermosa, para quién? ¿Quién gozará de esa belleza si no hay seres humanos para apreciarla?».
Brague explicó que todos estos fenómenos tienen un punto en común: el odio a sí mismo del hombre occidental, un odio que se manifiesta de diferentes formas, pero que siempre tiene el mismo origen.
Este odio es una forma de envidia hacia lo que somos, una envidia que nos lleva a rechazar nuestra propia identidad y a desear nuestra autodestrucción. «La envidia es un pecado diabólico», afirmó Brague, explicando que se trata de un pecado que no procura placer, sino tristeza, y que es, en última instancia, un pecado contra uno mismo.
Elegir la vida, una visión positiva de lo que somos
En este sentido, Brague también mencionó la teoría de la evolución, señalando que la idea de que la especie humana es simplemente el resultado del azar ha contribuido a esta visión negativa de la humanidad.
«Si somos el resultado del azar, ¿por qué deberíamos valorarnos a nosotros mismos?».
La negación de una razón creadora y benévola lleva inevitablemente a la negación del valor del ser humano y, en última instancia, al deseo de desaparecer.
El filósofo avanzó en su razonamiento, señalando que este odio a sí mismo no se limita al hombre occidental en general, sino que también se dirige a un tipo concreto de hombre: el hombre blanco, varón y, culturalmente, cristiano.
El hecho de que Occidente haya sido más poderoso que otras culturas ha llevado a que se le considere responsable de todos los males del mundo, cuando en realidad su poder fue simplemente una consecuencia de su avance en el campo de la ciencia y la técnica. «Occidente debe pedir perdón y esperar recibirlo», afirmó Remí, pero también instó a las demás culturas a hacer lo mismo y reconocer sus propios errores.
En su conclusión, Remí subrayó la importancia de recuperar una visión positiva de lo que somos y de aceptar nuestra identidad con gratitud. «Sin un punto de referencia exterior, el hombre no puede decir que vale más que un caracol ni reclamar una dignidad especial», afirmó, haciendo referencia a la necesidad de una visión trascendente que dé sentido a nuestra existencia.
La supuesta «muerte de Dios» que proclaman algunos intelectuales lleva inevitablemente a la muerte del hombre, no en un sentido metafórico, sino en un sentido real y concreto.
Sin embargo, Remí cerró su intervención con un mensaje de esperanza. «Lo bueno en la situación actual es que nos da la oportunidad de redescubrir la urgencia vital de la fe», animando a los presentes a recuperar la fe en un amor providente y en una razón creadora que dé sentido a nuestra existencia.
«He puesto delante de ti la vida y la muerte, a ti toca escoger la vida», concluyó Remí Brague, citando el Deuteronomio e impulsando a todos a elegir la vida, a valorar lo que somos y a defender nuestra identidad con orgullo y gratitud.