“El mañana nos pertenece”, oímos decir, y hasta hay quien lo escribe con tímida queja que no es más que gemido de dolor. Es una huida esquiva. Aun sabiéndolo, el tiempo transcurre y, en comparación con la cantidad de los afrentados, casi no hay quien se levante de la silla para protestar dando la cara en el foro (si es que le abren la puerta que no sea con el objetivo de dejarle entrar solo para tirarle tomates o pintura roja), y menos aún quien tiene la valentía de pasar a la acción (todos tienen miedo a ser excluidos de la paga a fin de mes, e incluso perder la herencia).
La sociedad en que vivimos se dedica a succionar efectivos monetarios y a expulsar desechos de todo tipo: sociales, políticos y culturales. Hasta el núcleo vivo de las familias gime ya de espanto ante todo lo que algunos de sus miembros importan del exterior, donde las inclemencias del tiempo que nos vienen con el cambio climático son nada comparadas con el miedo con que los integrantes de la familia se desintegran del conjunto entre sí, al tiempo que los “valientes” soldados de la infantería politiquera plantan cara a los progenitores que antaño dictaminaban. Son muchos los padres que hoy escurren el bulto de su cometido por una caridad y un amor paterno mal entendidos. Eso, quien entiende algo de caridad (los políticos, los que menos).
Hay quien −abrumado− afirma (lo escribí ya en mi artículo de hace dos viernes): “El objetivo no es caerles simpáticos a nuestros hijos, sino prepararlos para la vida”. Ahí radica la sabiduría de padres y madres que desean lo mejor para sus hijos, no solo de palabra, sino con hechos. Pues hay padres que presumen de grandes educadores solo porque cuelgan en redes frases del tipo “No te fíes de una persona por lo que dice, la conocerás por sus obras”, pero no dan ejemplo a sus hijos, y ni mucho menos el amor que necesitan (porque dan pensando en las endorfinas que su propio cerebro recibe cuando dan a sus hijos aquello que a los propios padres engríe). De hecho, ya lo afirma la sabiduría popular que antaño iba en vanguardia con proverbios como “obras son amores, y no buenas razones”. ¡Hay tantas personas que presumen de buenas obras porque es precisamente eso lo que les falta!…
Amar con hechos
Ciertamente, en familia como socialmente, el amor se hace con hechos que enriquecen a compañeros de profesión, trabajadores, niños de escuela, padres e hijos…; no tratando de acrecentar las propias endorfinas, sino procurando educar al educando en la Verdad del Amor, que o va con mayúscula o no pasará de “amor light” humano o aquello del “0’0” que ya no se lo creen ni ellos. El amor, lejos de ser algo meramente físico, se hace con obras buenas que enriquecen al ser amado. Cuando el emisor solo pretende procurar endorfinas (aun si las proporciona al receptor), tengamos por seguro que el efecto será aquel que estamos observando en la actualidad, y que algún enredado en redes denomina “cara de cortisol”, pues las redes sociales, aunque en ocasiones favorecen mucho, también pueden enredar.
¿Y por qué somos enredados? Porque cuando las endorfinas decaen (que siempre decaen si no se sabe estabilizar el propio ánimo), el estrépito que provocan con el cortisol es como para ir directos al profesional del coco o para autodiagnosticarse con etiquetas que −ante el horror de buenos y malos profesionales− corren de persona a persona contagiando tantas calamidades como si fueran virus de última generación. Los psiquiatras que ven potencial negocio procuran, entonces (como advierte más de uno de entre ellos), psiquiatralizar las emociones humanas naturales, que hoy parece que nos someten en lugar de dominarlas nosotros a ellas con rectitud de intención y asertividad (pues la vida conlleva problemas de manera natural, y es natural que nos afecten dentro de unos límites, como puede ser el duelo por la muerte de un ser querido). Por eso, con acento estentóreo se habla tanto de “hacer el amor». Como cuando el pez escasea todos sueñan con ser pescadores. ¡Amemos, pues, y nuestros males desaparecerán! −sin psiquiatra.
Twitter: @jordimariada
En familia como socialmente, el amor se hace con hechos que enriquecen a compañeros de profesión, trabajadores, niños de escuela, padres e hijos…; no tratando de acrecentar las propias endorfinas Share on X