Recientemente mi esposa y yo hicimos una escapada, necesaria, sin hijos a Madrid. Allí asistimos a una obra en el majestuoso Teatro Real. Era la Ópera Adriana Lecouvreur.
Soberana de las tragedias de Voltaire, la relación amorosa de Adriana con el mariscal Mauricio de Sajonia activa los celos de la duquesa de Bouillon y se produce un misterioso accidente. Un ramo envenenado, ofrecido por su rival, es el causante de su temprana muerte.
Su grandiosidad musical y la emoción trascendental en que nos sumergió la obra, me hicieron reflexionar en la vida como una Ópera diaria en la que se entremezclan dramas, alegrías, tristezas, lealtades, deslealtades, dolor del alma, …
Nuestras emociones afectan cada área de nuestra vida, la mente, la voluntad y el cuerpo. Si quedamos perturbadas emocionalmente no podemos pensar de manera ordenada. Las emociones quebrantan nuestra concentración y apagan nuestra creatividad.
René Descartes se dedicó a estudiar las emociones. Y en su tratado sobre las pasiones del alma distinguía seis emociones básicas: el amor, el odio, el deseo, la alegría, la tristeza y el asombro.
Hoy, según José R. Ayllón, autor de “Un mundo perplejo” (Palabra), existe un despiste existencial generalizado. Desconocemos las virtudes fundamentales, los sentimientos se imponen sobre la verdad, nos afiliamos de forma acrítica al agnosticismo.
No obstante, la adecuada gestión de las emociones se considera esencial para la educación del carácter y el pleno desarrollo de la persona.
Según el profesor Juan Fernando Sellés, el hombre es un ser social por naturaleza, sin sociedad no es viable. Es social por esencia, sin sociedad no se perfecciona con hábitos intelectuales y virtudes de la voluntad.
Las nociones de carácter y virtud están estrechamente vinculadas. El carácter viene a ser el perfil operativo que las virtudes me confieren.
El temperamento es la huella genética dada por Dios, nacemos con él. El carácter: lo que sí se mueve. Lo forjamos mediante hábitos, virtudes. Lo construimos.
Las virtudes cristianas: orden, alegría, paciencia, templanza, se adquieren en un ambiente relacional. Tienen como horizonte la apertura a los demás. Necesitar a los demás no limita nuestra libertad. Todas las personas que nos rodean son fuente de enseñanza para nosotros, y viceversa. Por ello debemos generar un ambiente de virtudes a nuestro alrededor.
Gerardo Castillo, autor de “La realización personal en el ámbito familiar” (Eunsa), afirma que si nos dejamos llevar en el conocer y en el actuar por el dictado de los instintos, deseos, apetencias y emociones de cada momento, nuestras facultades inferiores mandan sobre las superiores.
Un buen test ético es comprobar si somos capaces de contar nuestra vida a otra persona. Esa narrativa refleja el dramatismo de las prácticas que hemos acometido, cuyos motores son las virtudes.
No es buena señal que alabemos más los talentos que las virtudes.
Debemos educar la voluntad de nuestros hijos: la fortaleza, la tenacidad, la reciedumbre, la constancia, el esfuerzo continuado, el dominio de los instintos, y el desarrollo de las virtudes.
La familia, como lugar donde uno nace, crece y es amado incondicionalmente, es una escuela de mejora personal, de padres y de hijos. No por casarnos aprendemos a ser esposos, y no por tener hijos sabemos ser padres.
Pero Sí, se puede. Con amor, con generosidad, con ilusión, con esfuerzo, hablando, descansando, superando los problemas, la carrera de obstáculos. Cabe buscar raíces, modelos, argumentos, formación en profundidad, creatividad para el ocio y las buenas diversiones. Esto es, hogares luminosos, alegres.
La virtud de la esperanza está entre las virtudes que dejan más profunda huella en el ánimo humano. Un mismo hombre, según viva bajo el aliento de la esperanza o yazca bajo el peso de la desesperación, se nos presenta como un gigante o como un pigmeo.
Trini Puente y Alberto Baselga, autores de “Matrimonio para inconformistas” (Rialp), proclaman que la alegría, la lealtad y la prudencia son tres virtudes imprescindibles en la vida matrimonial.
Lo más importante en la vida se aprende en el seno de la familia, sobre todo a partir del ejemplo de los padres. Es imprescindible que nos empeñemos en ser mejor personas. El ejercicio de las virtudes y la lección más vivida que hablada son los mejores medios.
Las familias numerosas son una escuela de vida. Referentes, virtudes y valores para las nuevas generaciones, que nos sacan de nosotros mismos, nos ayudan a ser más responsables, más empáticos, más austeros y más alegres.
En el alma humana hay cuatro grandes capacidades: la inteligencia y la voluntad son las dos capacidades más altas del alma. Pero hay dos más que representan nuestra afectividad. El caballo negro representa el área de los deseos de placer, y el caballo blanco la capacidad de enamorarse de los ideales y pelear por ellos.
La prudencia es la virtud de la inteligencia para conducir bien el carro del alma. La justicia perfecciona la voluntad. La templanza gobierna el caballo de los deseos. Y la fortaleza guía el ánimo para afrontar y resistir las dificultades en la lucha por lo bueno.
Sostenía el profesor Alejandro Llano que la puesta en práctica de las virtudes es independiente de la frecuencia de las oportunidades que tengo para practicarlas. Siempre están “en el disparadero”. Soy virtuoso de modo habitual: siempre.
Parémonos, y pensemos sobre nuestra personalidad, nuestro carácter, experiencias, actitudes, virtudes, competencias,… Y lo que nos atrae, nos mueve, lo que nos encantaría, en lo que nos gustaría llegar a ser.
El profesor Raúl Alas nos invita a que quien se cruce en nuestro camino encuentre, siempre, alguien en quien confiar. Por la transparencia de nuestro comportamiento, por la estabilidad de nuestras virtudes y, sobre todo, por la firmeza de nuestro carácter.
La adecuada gestión de las emociones se considera esencial para la educación del carácter y el pleno desarrollo de la persona Share on X
