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¿Hijos o perros?

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Siempre leo con gran interés los artículos de Míriam Esteban en Forum Libertas. Recientemente fue publicado uno suyo bajo el largo título de “Crece el número de mascotas en los hogares españoles: casi seis animales de compañía por cada menor” , en el que se establecía una relación entre el aumento del número de animales domésticos y el descenso del número de hijos en las familias españolas en los últimos tiempos, un poco como si ambas cosas fueran dos caras de una misma moneda.

Sin duda un artículo interesante, pero que no acabó de convencerme en determinados aspectos, pues no tengo pruebas de que las cosas sean exactamente como se las presenta en el mencionado texto.

De entrada me planteo dos preguntas:

¿De dónde sacamos eso de que la gente tiene animales porque no quiere tener hijos, que una cosa es consecuencia o al menos síntoma de la otra?

¿Qué datos fehacientes hay para establecer una relación entre ambos hechos?

Recordando la vida de mi abuela, nacida hace 120 años y que tuvo ocho hermanos, no veo que haya ninguna incompatibilidad entre tener hijos y tener animales domésticos: en la casa de su infancia había tres perros, al menos un gato y cada miembro de la familia, los niños incluidos, tenía su propio caballo…

Pero dejando las anécdotas aparte, si consideramos la situación en toda su complejidad, comprobaremos que, paralelamente al descenso de la natalidad, se han dado fenómenos tan variados como la globalización, la digitalización, el aumento del consumo de carne, el de productos tecnológicos, el inmenso crecimiento de la movilidad mundial y una gigantesca degradación del medio ambiente natural, entre otros incontables fenómenos sociales, políticos, etc., que suponen cambios sin precedentes en un mundo aceleradamente enloquecido.

Sin embargo, no se nos ocurre poner estos fenómenos en relación con la actual tendencia demográfica en España. Mientras no haya datos fidedignos, contrastados y debidamente confirmados que demuestren lo contrario, la relación entre el número de animales domésticos y el descenso del número de partos no es más que una sensación subjetiva sin fundamento demostrable.

Por otra parte, si bien no hay ninguna duda de que, como se apunta en el artículo, el egoísmo puede decidir a algunas personas a prescindir de una familia, este factor no se puede generalizar, ni muchísimo menos. Sería muy injusto y peligroso estigmatizar el hecho de no tener hijos. Hay bastantes otros motivos, algunos de los cuales también se mencionan en el artículo de la Sra. Esteban, y que pesan más que el egoísmo. Por ejemplo:

  1. El entendidísimo fenómeno del trabajo precario por mal pagado y/o inseguro.
  2. Los cada vez más escandalosos precios de la vivienda, que imposibilitan el acceso a ella a millones de personas.
  3. El radical empeoramiento del sistema educativo.
  4. La nefasta injerencia ideológica (por ejemplo, de la ideología de género y de la “corrección política”) en la educación.
  5. La pérdida de autoridad y de poder de decisión de los padres en la educación de los hijos.
  6. La exigencia de prestaciones materiales desproporcionadas (ropa de moda, automóvil, viajes, equipamiento tecnológico, consumo desmedido de toda clase de bienes, etc.) con las que la sociedad sobrecarga a todos en general y a las familias en particular.

Todos estos factores (y la lista podría alargarse indefinidamente) no existían o apenas tenían importancia hace 50 o 60 años, pero ahora sí y dificultan inmensamente el desarrollo normal de las familias.

Yo vivo en Alemania, un país europeo más próspero que España (todavía…), en una ciudad especialmente rica, Múnich, y en un barrio pudiente, Schwabing, y observo que aquí hay muchísimos más niños y padres mucho más jóvenes que en zonas urbanas de clase media en España. Es algo que no solamente me ha llamado la atención a mí, sino a otros, como me consta personalmente. En todo caso, la solución no puede consistir en subvencionar la natalidad, ni en crear incentivos artificiales. Hay que cambiar de raíz nuestro sistema cada vez más podrido social y económico y nuestro mundo en general.

Hace poco una joven de 26 años, en situación laboral y económica muy satisfactoria, me confesaba que ella y su novio no saben si llegarán a tener hijos, pues tienen miedo al futuro en un mundo cada día más inseguro, deshumanizado, amenazado, violento, lleno de armas atómicas, guerras, catástrofes ecológicas, crisis económicas, crisis migratorias, depravación moral, codicia, materialismo, desorientación… Y añadía que otras parejas amigas suyas tienen la misma duda. Tristísimo, pero comprensible.

Por otra parte, hay mucha gente que simplemente no puede tener hijos por las causas que sean (solteros, ancianos, personas estériles, etc.). ¿Por qué no van a poder añadir un perro o un gato a su familia? Además de que hay numerosísimas familias que tienen hijos y animales al mismo tiempo. También hay muchas personas que de ningún modo están en condiciones económicas de mantener a un hijo, pero sí a un gato o a un perro, que, por caros que puedan ser, provocan gastos muy inferiores que los que requiere el mantenimiento y la educación de un niño.

Al margen de todo esto, los efectos benéficos de convivir con un animal como un perro o un gato están demostrados abundante y objetivamente, pero quien quiera tener un hijo no hallará un buen substituto ni en un perro ni en un gato. Y viceversa, quien quiera tener un animal y, por el motivo que sea, no pueda hacerlo, difícilmente resolverá el problema teniendo un hijo. Ni un hijo substituye a un perro ni un perro a un hijo. No se pueden sumar manzanas y peras. Si lo hacemos, contribuimos a crear un chivo expiatorio que solo sirve para causar más confusión y enmascarar las causas verdaderas y hondas de un extendido fenómeno social.

¿De dónde sacamos eso de que la gente tiene animales porque no quiere tener hijos, que una cosa es consecuencia o al menos síntoma de la otra? Share on X

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1 Comentario. Dejar nuevo

  • antiguamente la gente vivía en general peor y aún así tenían muchos hijos, porque valoraban la familia sobre todo. Los animales muchas veces se convierten en sucedáneos afectivos de la familia. y yo quiero mucho a mi gato.

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