Es domingo y me dispongo a ir a misa. Debo tomar el tranvía, pero me retraso y también lo hace el tranvía. Miro el reloj y llego a la conclusión de que hoy no llegaré a tiempo. Regreso a casa, enciendo el ordenador y busco en la internet el horario de misas vespertinas en Múnich. En la página del Arzobispado me topo con un servicio religioso que se celebra en la parroquia de San Pablo a las siete de la tarde y al que podría llegar sin apremios. Pero también descubro, con perplejidad, que se trata de una “misa queer”.
Con ayuda del ordenador empiezo a investigar. Descubro que tales servicios religiosos se celebran en esa parroquia desde hace dos décadas. Descubro también que en ellos “predica” un señor (laico) que proclama públicamente estar tan contento de ser homosexual como de ser católico. Descubro un montón de cosas más, entre ellas que desde hace dos años existe en el arzobispado una “pastoral arco iris” para personas del grupo denominado “LGTBI”. Y veo una foto de monseñor Reinhard Marx (desde 2007 Arzobispo de Múnich y Frisinga, desde 2010 Cardenal, de 2014 a 2023 muy destacado miembro del Consejo Cardenalicio del Papa Francisco I y de 2014 a 2020 Presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, entre otros altos cargos) celebrando una misa conmemorativa en la que se festeja el aniversario de los servicios religiosos “queer”.
A los pies del Arzobispo y Cardenal, una bandera con los colores del arco iris cubre los peldaños que llevan al altar (si no recuerdo mal, el altar debería representar al Gólgota y los peldaños a las virtudes teologales necesarias para ascender a Dios).
Podría continuar con la lista de mis descubrimientos, pero no quiero fatigar al lector.
Por otra parte, pronto saturado de tanto “queerismo”, interrumpí pronto mi indagación, sin haber echado una ojeada más que a una parte ínfima de la abrumadora masa de informaciones sobre la comunidad “LGTBI” católica y sus cada vez más asiduas actividades en la arquidiócesis de Múnich y Frisinga y otras circunscripciones de la Iglesia Católica en Alemania. Al parecer esta expansión que observamos en tantos ámbitos de la sociedad, está siendo especialmente exitosa en el seno del catolicismo alemán.
No desconocía la existencia de cosas como las que acabo de descubrir. Pero seguramente, de modo intuitivo, quería ignorar sus dimensiones, considerarlas marginales, pasarlas por alto, no saber nada de ellas… Es como si yo mismo hubiera dado un rodeo en torno a estos hechos, prefiriendo dejar en medio una gran laguna informativa (algo que en general detesto y en consecuencia evito tanto como puedo) antes que enfrentarme a estas inquietantes realidades.
El retraso de un tranvía me ha obligado a abrir los ojos y lo que he visto no me ha entusiasmado. ¿Por qué? Veamos lo que al respecto enseña el Catecismo de la Iglesia Católica:
castidad y homosexualidad
2357 La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf Gn 19, 1-29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Persona humana, 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso.
2358 Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.
2359 Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana.
Resumiendo podríamos decir que la homosexualidad es una imperfección humana que conlleva una mala inclinación. Es una entre muchas otras y desde luego no la más nefasta de todas: por ejemplo, la inclinación a la violencia sin duda es peor. Así pues, no es nada especial: imperfecciones tenemos todos, malas inclinaciones también. El Catecismo deja claro que debemos respetar a los homosexuales como a cualquier otro ser humano con sus defectos y virtudes, pero insistiendo en que el afectado por esta inclinación debe luchar contra ella.
En consecuencia, todo posible mal trato dado a los homosexuales por serlo es injusto y reprobable. Ahora bien ello no quiere decir que debamos, ni mucho menos, considerar su homosexualidad como aceptable: el homosexual es respetable, su homosexualidad no. Esto es la doctrina católica.
Entiendo que a los homosexuales pueda resultarles ardua, difícil de aceptar y más aún de realizar. A mí también me cuesta, y muchísimo, sobrellevar los mandamientos que entran en conflicto con mis propias malas inclinaciones, es una lucha continua y demasiado a menudo poco o nada exitosa. Los homosexuales son iguales a mí, que soy heterosexual, y a todos los demás, cada uno con sus debilidades y sus fortalezas. A causa de esta igualdad entre todos me resulta inexplicable que también en el seno de la Iglesia se acepte el convertirlos en un grupo especial.
Pero mucho más aún me sorprende el intento de presentar su imperfección como inocua y su mala inclinación como neutra y perfectamente tolerable, tal como se desprende de prédicas, de declaraciones de altos prelados, de sofísticas interpretaciones de los Evangelios y de otras muchas actitudes aprobatorias que encuentro en mi breve excursión virtual por el “queerismo” católico muniqués.
No es el único caso, desde luego, en el que los católicos hacemos manga ancha e incluso anchísima. Pondré un ejemplo.
No digo yo que haya que interpretar de modo literal aquello de que “antes pasará un camello por el ojo de una aguja que entrará un rico en el Reino de los Cielos”, pero lo cierto es que en ese ámbito somos también muy, pero que muy tolerantes y que hemos inventado una larga serie de subterfugios sofísticos para hacer pasar por bagatelas pecados que son bastante graves, tanto por sus consecuencias materiales para los que sufren por ellos, como espirituales para los que los cometen.
Y así hasta tenemos entidades católicas que muy amistosamente ofrecen actividades especiales, incluso “espirituales”, exclusivas para altos ejecutivos (sí, esto también existe y me consta) o servicios que simplemente sólo pueden pagarse los más ricos (como escuelas carísimas e innecesariamente lujosas, en contradicción con los principios del cristianismo). Pero, que yo sepa no hay, gracias a Dios, ninguna pastoral especial para millonarios. ¿O quizá también aquí estoy mal informado?
En todo caso esta especie de favorable segregación de los homosexuales es infiel a la doctrina católica, socialmente perjudicial y engañosa y dañina para los propios homosexuales, a quienes se hace creer que su imperfección y su mala inclinación no son tales. Es algo así como si a una persona que peca de soberbia le hiciéramos creer que su vicio es lícito e inofensivo.
Hasta ahora me he referido a los homosexuales, pero las siglas LGBTI hacen referencia también a los bisexuales, transexuales e intersexuales. Evidentemente, todo lo dicho vale también para los bisexuales. ¿Pero qué hay de los transexuales y los intersexuales?
Transexuales
El transexual es, según el Diccionario de la Real Academia, una persona “que se siente del sexo opuesto y adopta sus atuendos y comportamientos” o la que “mediante tratamiento hormonal e intervención quirúrgica adquiere caracteres sexuales del sexo opuesto”. Es decir, estamos ante alguien que se niega a aceptar una parte fundamental e inmodificable de su propia naturaleza, de su propio ser, de su propia personalidad. Por lo tanto existe una discrepancia radical entre lo deseado y lo que es.
La verdad es la coincidencia de la realidad con el pensamiento y con la percepción que tenemos de ella. Esta idea fue ya formulada, de uno u otro modo, por Sócrates, Platón, San Agustín y Santo Tomás. Con toda probabilidad no fueron los primeros en reconocer este hecho. La actitud del transexual contradice diametralmente este principio, está en abierto conflicto con él. Es inevitable que todos tengamos una percepción imperfecta y no del todo real de nuestra propia persona. Pero también es cierto que cuando la imagen que el sujeto tiene de sí mismo está radicalmente distorsionada, lo que hay es un fenómeno patológico. La transexualidad es un claro ejemplo de ello.
En este sentido, la transexualidad no tiene mucho que ver con la homosexualidad y la bisexualidad. Meter todo en el mismo saco es erróneo y sólo crea confusión. Pero aún más preocupante es el hecho de presentar a la transexualidad como “normal”. Es como si dijéramos que la depresión o la esquizofrenia son “normales”. No lo son, son trastornos y por lo tanto deben ser reconocidos como tales. En consecuencia, desde el punto de vista de la moral cristiana, no reconocer a la transexualidad como perturbación no es solamente una traición a la verdad, sino también una falta de caridad respecto a quienes la sufren.
Intersexuales
Por lo que respecta a la intersexualidad, por decirlo de modo muy simple, se trata de un concepto que da nombre a un conjunto muy variado de malformaciones cromosómicas y/o anatómicas que perturban la sexualidad del individuo afectado, ya que en él se dan características propias tanto del sexo masculino como del femenino. Así como hay otras clases de malformaciones que afectan a otros ámbitos de la vida (sería el caso de los hermanos siameses o de personas que nacen ciegas o sin brazos, etc.) éstas afectan a la sexualidad.
Igual que en el caso de la transexualidad, a la persona intersexual no le decimos la verdad ni le hacemos ningún favor si negamos que su problema sea tal y si pretendemos hacerle creer que es una variante totalmente normal de la realidad humana. Pero igualmente sería falso tratar intersexualidad y transexualidad estigmatizando o culpabilizando a quien las sufre, sería como volver a la cruel discriminación a la que en el pasado se sometía a los leprosos o a otros enfermos.
Y tampoco se debe olvidar que fuera de estas anomalías puntuales la persona puede ser totalmente normal y que en todo caso merece respeto y afecto. Por otro lado, todos tenemos, en mayor o menor medida, nuestras pequeñas o grandes anomalías, nadie es perfecto y reconocerlo no es ni una afrenta ni motivo de vergüenza.
Lo único que homosexualidad/bisexualidad, transexualidad e intersexualidad tienen en común es que distorsionan la denominada “identidad sexual” de la persona afectada. Pero esta distorsión es algo así como un síntoma que tres diversos problemas tienen en común, aunque sus causas sean muy distintas. También el dolor de cabeza puede tener orígenes muy diferentes, que deben ser abordados cada uno de un modo específico.
A los católicos que tenemos una cierta edad la “misa queer” y demás manifestaciones semejantes quizá nos dejarán perplejos, a alguno le indignarán, a otro le producirán escándalo y a otro le inspirarán desconfianza hacia el clero, pero difícilmente podrán confundirnos o conmover nuestras convicciones.
Distinto es el caso de los más jóvenes, a los que estas extrañas innovaciones pueden desorientar y conducir a mayores extravíos. Sin duda todos tenemos una responsabilidad en este asunto. Si no estamos en condiciones de decidir, como lo está la jerarquía eclesiástica, sí tenemos el deber de reflexionar, de razonar y de llamar la atención de esa jerarquía sobre la senda errónea por la que marchamos. No es una falta de respeto corregir al que se equivoca, ni siquiera si es un superior jerárquico. Sería una cobardía y una gran falta de caridad no avisarle del precipicio al que se dirige y al que conduce a muchos otros.
A los pies del Arzobispo y Cardenal, una bandera con los colores del arco iris cubre los peldaños que llevan al altar (si no recuerdo mal, el altar debería representar al Gólgota y los peldaños a las virtudes teologales necesarias… Share on X