Es común pensar que lo agradable siempre traerá consigo cierta satisfacción, cierto placer sensorial o incluso un goce físico placentero. La belleza queda conceptualizada por el gusto y la sensación. La realidad de nuestros ojos, primer contacto existencial de impacto, se realiza ordinariamente en el transcurso del día, pasando por múltiples instantes que salvaguardan la estética presente en nuestra vida. “Un juicio estético presupone una distancia contemplativa”, expresa Byung-Chul Han en su ensayo analítico La salvación de lo bello. Interpretar los espacios en extensiones, medir el gusto en veredictos, también debería exponer otro presupuesto: una ética que origine una estética. O, dicho de otra manera, un modo que origine una forma. La forma como consecuencia del modo, el juicio como presagio de la distancia, la estética como antesala de la belleza.
Juicio
El modo de mirar es un modo de obrar. La obra se relata, en primer lugar, en la mirada. La mirada preconiza una acción, presagia un análisis, orienta una dirección de ejecución. Es, por tanto, la mirada, el lugar donde comienza todo. El origen causal del paradigma. Sin mirada no hay juicio porque no hay reflexión. Sin reflexión no puede haber casuística porque no hay acción determinada. El mirar, observación directa del ver, es voluntad. Requiere de un movimiento interior que se esfuerce por encontrar los matices y los detalles que no alcanza nuestro primer acercamiento visual. La realidad que nos concierne solo puede ser vivida, existida, plenificada, si la voluntad está dirigida desde el análisis concreto y sintético de la mirada. Es desde ahí donde se podrá, entonces, emitir un juicio. Un juicio que se encuentra tamizado por la reflexión previa, por el análisis vital, por la razón razonada, por la existencia discernida desde las lomas de la experiencia.
Estética
Comprendemos lo estético como el gusto por lo sensible, como el acercamiento al sujeto u objeto de sensación. Lo estético por lo estético conduce a una búsqueda de la forma sin tener en cuenta el modo. Una forma que, realizada desde la visión del esteta, solo esté ligada a la sensación. Relacionemos, pues, la sensación con el sujeto sensible, delimitando la impronta de cada uno y solo así alcanzaremos una altura mayor que nuestro propio efecto perceptivo. La sensación ofrece como resultado el goce, el disfrute, efectos consecuentes y vitales que nos regala la calidad de ser humanos. No por ello es un estadio estanco, hay que provocar un crecimiento, un salto cualitativo y cuantitativo en nuestra intención. La estética juzgada para otorgar una mirada consecuente solo puede nacer de una mirada que descubra la ontología original de la forma observada.
Distancia
Hay que salir de la escena para poder vislumbrar la dimensión del lugar donde nos encontramos. El paisaje se observa siempre desde lo alto de una montaña, desde las colinas orilladas de un inmenso mar. De esta manera, la longitud existente entre la mirada y la observación adquieren dimensión, anchura, profundidad, altura. Inmiscuirse en un paisaje no quiere decir ni difuminarse en él ni, por el contrario, encontrarse ajeno desde la elevación imperceptible. Llenar esa distancia requiere ser consciente del espacio que dejamos en medio, del vacío existente entre el sujeto y el objeto, de la realidad por significar que se encuentra en el abismo encontrado entre naturaleza y espíritu. Recorrer dicho camino me lleva a ser y a estar. Ser en el juicio para tener criterio; ser en la estética para gustar la situación; ser y estar en la distancia que une biología y trascendencia, humanidad y divinidad. Por consiguiente, la distancia se convertirá en cercanía y nos llevará a encontrarnos en el punto medio, en el intervalo –metaxu (1) – necesario. Como afirma Simone Weil, “toda separación es un vínculo” (2), una necesidad humana que hará nuestra vida reconocible:
“No quitarle a ningún ser humano sus metaxu, o sea esos bienes relativos e híbridos (familia, patria, tradiciones, cultura, etc.) que alientan y nutren el alma y sin los cuales ninguna vida humana, al margen de la santidad, es posible. Los verdaderos bienes terrenales son metaxu. No se pueden respetar los de otro más que en la medida en que se consideren los propios simplemente como metaxu, lo cual implica que ya se está camino de ese puente del que no se puede prescindir.”(3)
Contemplación
Realizado el juicio de la mirada que origina un movimiento estético no queda otra alternativa que la distancia imantada. La observancia no podrá desligarse del sentido al que se dirige y el cual anhela. El puente creado no es para estancarse en él, es para pisarlo, marcarlo, atravesarlo. Comprobar el puente es dirigirse hacia un lugar inequívoco, es traspasar mis propias fronteras, es bajar los brazos. Representará, entonces, rendirse a un bien mayor, esto es, a lo que es bello, verdadero, bueno. Porque la contemplación ya no quedará reducida -si puede hablarse de una reducción del acto contemplativo- a un mero gusto estético, o a una simple distancia superada. La contemplación tomará protagonismo en el anhelo del observante, del juez estético, tornando en él la posición de partida. La forma ha sido representada por el modo. La sensación quedará postergada a la donación, pues será en la donación donde adquirirá significado el sentido. Es en este momento cuando afirmaremos, sin otra mirada que la del modo donante, lo que Pavel Florenski resumirá, ya no solo con palabras estéticas sino contemplativas, en una máxima expresión: “La verdad manifestada es el amor, el amor realizado es la belleza.”(4)
1 Del griego μεταξύ: entre medio, situación entre dos polos de existencia.
2 Weil, Simone: La gravedad y la gracia.
3 Ibídem.
4 Florenski, Pavel: La columna y el fundamento de la verdad.
Es común pensar que lo agradable siempre traerá consigo cierta satisfacción, cierto placer sensorial o incluso un goce físico placentero. La belleza queda conceptualizada por el gusto y la sensación Share on X