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Las “tres P” de Azaña. ¿Qué podemos aprender de ello?

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Manuel Azaña, quien fue presidente del Gobierno, primero, y después, Presidente de la República, pronunció en Barcelona, el 18 de julio de 1938, un notorio discurso llamado de las “tres P”: paz, piedad y perdón.

No es una cuestión menor que el dirigente republicano más destacado en su anticlericalismo, que contribuyó al encono entre hermanos, forjara uno de sus discursos más emotivos basándose —¿inconscientemente?— en la matriz cultural cristiana. El hombre que afirmó en las Cortes en 1931 su famosa frase: «España ha dejado de ser católica«, terminaba su vida política con un discurso que apelaba como solución a la guerra, aunque ya muy a deshora, a una fundamentada en la esencia de los valores cristianos: paz, piedad y perdón.

Azaña, que promovió la ley que discriminaba la actividad de las órdenes religiosas, les prohibía dedicarse a la enseñanza y suprimía la Compañía de Jesús, cerraba su aciaga vida política buscando una solución que solo resulta inteligible dentro de un marco de referencia cristiano. Porque, y esto lo pasamos por alto en demasiadas ocasiones, estamos familiarizados con el perdón porque nuestra cultura emana del cristianismo, pero es una obviedad que tal faceta era extraña en la antigüedad precristiana y lo es en gran medida en las otras grandes culturas actuales: sínica, hindú y musulmana. El perdón forma parte del tuétano del cristianismo, como nos lo recuerda la única oración que fue enseñada directamente por Jesús: el Padre Nuestro.

La paz, por su parte, es una realidad multidimensional en la doctrina cristiana que abarca desde la paz interior hasta la paz social y global. Se fundamenta en la justicia, el amor y la reconciliación, y es un componente esencial de la misión cristiana de transformar el mundo. La enseñanza de la Iglesia y la Biblia proporcionan una base sólida para entender y practicar la paz en la vida diaria, promoviendo la armonía y el bienestar integral de la humanidad. Esta visión de la paz como un deber integral de la fe cristiana refleja la llamada a ser agentes de paz en todos los aspectos de la vida, desde la vida personal hasta la acción social y política.

Desde el “shalom”, que se traduce generalmente como «paz», pero cuyo significado es mucho más amplio, abarcando bienestar, integridad, prosperidad y armonía con Dios, con los demás y con uno mismo, pasando por Isaías 9:6, que profetiza a Cristo como el «Príncipe de Paz», hasta la continuidad cristiana y eclesial en la que son bienaventurados los constructores de paz (Mateo 5:9): «Bienaventurados los pacíficos porque serán llamados hijos de Dios«. Y la advertencia tan necesaria en Juan 14:27: «La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da«. La paz integral concebida como un todo.

Dos teólogos cristianos definen dos ejes fundamentales. San Agustín define la paz como «la tranquilidad en el orden«, indicando que una sociedad justa y ordenada es esencial para lograrla y mantenerla, algo que seguramente Azaña no tuvo muy en cuenta en su ejercicio del poder. Santo Tomás de Aquino, por su parte, vincula la paz con la justicia, argumentando que la paz es fruto de ella.

Y para no alargarlo más, cerremos la paz con tres textos fundamentales: Pacem in Terris (1963), de Juan XXIII, subraya la paz como un derecho basado en el respeto a la dignidad humana y la justicia social. Populorum Progressio (1967), de Pablo VI, vincula el desarrollo humano integral con la paz mundial. Finalmente, Gaudium et Spes (1965): la Constitución Pastoral del Concilio Vaticano II que aboga por la paz como un deber que requiere justicia, amor y el reconocimiento de la dignidad de cada persona.

La piedad, tal y como la utiliza Azaña en su discurso, poco tiene que ver con tal virtud pagana en el Imperio Romano. La pietas era una virtud esencial, sí, pero se refería a la devoción a los dioses, la lealtad a la familia y el deber hacia la patria. No es eso lo que quiere promover Azaña en aquel momento final, sino que se refiere especialmente a una disposición de misericordia y compasión hacia los demás, que es la característica cristiana de esta virtud. La piedad también implica vivir de acuerdo con las virtudes cristianas, como la humildad, la caridad y la justicia.

Azaña descubre todo esto muy tarde, no necesita de la fe para ello aunque se forma a partir de ella, alcanzando una autonomía propia, y nos muestra, a través de un caso histórico concreto y muy trágico, cómo a la hora de la verdad la respuesta siempre se encuentra en la misma parte: en la cultura, en el humanismo cristiano.

Siendo así, viendo el grado de deterioro de nuestra vida política y de nuestra sociedad, de la falta de respuestas y, al revés, un encono creciente en la propia autodestrucción, ¿no va siendo hora de que nos dejemos de monsergas? De discursos católicos de circunvalación que nunca aterrizan (la Guía de trabajo para los seminarios de la XLV Semana Social: El diálogo camino para la Iglesia constituye un ejemplo) y ofrezcamos de una vez por todas debidamente aplicada la cultura cristiana y el cristianismo social como la alternativa al hundimiento de toda una sociedad.

Y si quieren ver la importancia del cristianismo hasta alcanzar el ridículo o el cinismo radical, admiren aquí la última de Maduro: consagrando Venezuela a Jesucristo (a ver si los de Podemos y Sumar toman ejemplo…).

Azaña afirmó que España ha dejado de ser católica. Sin embargo, sus últimas palabras políticas apelaron a valores cristianos como la paz, la piedad y el perdón. 🙏 ¿Cómo influyen estos valores en nuestra sociedad actual? 🧐 #España… Share on X

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2 Comentarios. Dejar nuevo

  • Ascensión
    3 julio, 2024 19:43

    Si los promotores de los Derechos Humanos levantaran la cabeza, la volverían a meter bajo tierra. Nos queda la esperanza cristiana en Dios que siempre es Creador. Pero no podemos olvidar la pregunta de Jesús sobre si a su vuelta encontraría fe en la tierra.

    Responder
  • Ascensión Zaldívar Puig
    3 julio, 2024 19:44

    Si los promotores de los Derechos Humanos levantaran la cabeza, la volverían a meter bajo tierra. Nos queda la esperanza cristiana en Dios que siempre es Creador. Pero no podemos olvidar la pregunta de Jesús sobre si a su vuelta encontraría fe en la tierra.

    Responder

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