No es aportar nada nuevo afirmar que la familia está siendo sometida en la actualidad a un acoso persistente, continuo. Se percibe todos los días en los medios de comunicación, en el cine, en series televisivas, en conferencias, en libros, en las más diversas conversaciones.
Algunos se proponen incluso erradicarla, pero la mayoría no abogan tanto por su desaparición como por su dilución: atribuir el concepto de familia a un abanico cada vez más amplio y heterogéneo de relaciones interpersonales que desvirtúan completamente el propio sentido de familia.
Más aún, desde instituciones públicas son promovidas, publicitadas y financiadas las más variopintas “formas de familia”. Eso sí, mientras no sea la familia de siempre, la familia natural formada a partir de la unión hombre-mujer y con objetivo de permanencia, la que muchas veces denominan despectivamente familia tradicional. La que es y ha sido el pilar básico en la organización social desde tiempos inmemoriales.
Los ataques a la familia suelen dirigirse más a la promoción práctica de aquellos “nuevos modelos de familia” que a pretender teorizar mucho sobre el tema.
Por ello resulta sorprendente un curso sobre la abolición de la familia del Instituto de Humanidades del Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB), organismo financiado en un 75 por ciento por la Diputación de Barcelona y el 25 por ciento por el Ayuntamiento.
Para darse cuenta de adónde lo dirigen, basta leer las primeras frases de la presentación del curso, redactadas por sus propios promotores.
“¿Es la familia la única forma posible de cuidarnos unos a otros? ¿De garantizar un techo? ¿De criar a las próximas generaciones? La familia es el último refugio del capitalismo y, al mismo tiempo, la madriguera donde nace. Es gracias a las curas privatizadas en este espacio que el capitalismo se puede sostener sobre las espaldas del trabajo no remunerado, y es gracias a la familia como fábrica que el capitalismo produce su bien más preciado: la siguiente generación de trabajadores y trabajadoras que perpetuarán el sistema”.
A partir de ahí temas de conferencias como “La familia, una jaula invisible”, “El amor es una coartada para el mal”, “Se le ha pasado el arroz” o “Una familia disfuncional”, todos ellos dirigidos, lo exponen los propios promotores y ponentes, a la deconstrucción de la familia.
El leer todo ello recuerda el retorno al libro “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, de Friedrich Engels, el compañero de Carlos Marx, pero con 150 años de retraso.
Como es bien sabido aquel pensador argumentó que en las sociedades primitivas la familia era principalmente matrilineal y comunal, no se basaba en la propiedad privada, sino que la producción se organizaba en torno a la comunidad, pero con el surgimiento de la propiedad privada y la división del trabajo la familia empezó a transformarse.
A raíz de la industrialización cambia la familia, el hombre va a trabajar fuera del hogar y la mujer se queda atendiendo la casa y los hijos, y con ello se produce opresión de las mujeres, que dependen del hombre.
El comunismo, siguiendo a Marx y Engels y aplicado por Lenin y correligionarios, intentó destruir la familia en la Unión Soviética a partir de 1917 y ya conocemos el resultado del sistema. Fracaso absoluto, aunque en el proceso dejaron mucho dolor y frustración.
Sus sucesores actuales, no en el poder, pero sí en la ideología, no parecen haber aprendido, si bien ahora pretendan destruir la familia desde perspectivas como el transfeminismo y lo que ellos denominan marxismo queer.
Uno llega a la conclusión de que tal ciclo pasará al más completo olvido, sea cual sea la audiencia que tenga, porque las luchas contra la naturaleza son causas perdidas.
Citando a Chesterton les diría que “quienes atacan a la familia no saben lo que hacen, porque no saben lo que deshacen”.
Añadiría una experiencia personal que no me atrevo a asegurar que sea generalizable, pero sí muy extendida: quienes son profundamente corrosivos con la familia suelen ser personas que no se sintieron queridos en su infancia o juventud o que han fracasado en el amor.
Citando a Chesterton les diría que “quienes atacan a la familia no saben lo que hacen, porque no saben lo que deshacen” Share on X