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Judaísmo (9): el libro Levítico

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El Libro Levítico en la Biblia judía es el tercero de la Torá o Pentateuco. Deriva su nombre del término latino Leviticus («relacionado con los levitas»). El libro se centra en las leyes rituales y ceremoniales que gobiernan la vida religiosa de la comunidad israelita, así como en los deberes sacerdotales.

El texto del libro Levítico comienza con las palabras “El Señor llamó a Moisés y le habló así desde la Tienda de Reunión”, pero aunque se le dé la autoría al gran profeta, aunque así fuera en su origen en realidad fue escrito después, como veremos; pero la esencia es que Dios llamó al pueblo a su servicio y le dio normas para ello. La pregunta que se plantea es cómo obtener el perdón y vivir en santidad. Dios mismo ordena a su pueblo, por medio de Moisés, cómo ha de servirle en todo momento.

Dentro de los pasajes de tradición Sacerdotal tiene una particular importancia todo el libro del Levítico. Ahí se recogen leyes de distintas épocas, tiene una notable unidad y coherencia. Su punto culminante es la “Ley de la santidad”, el gran código legal sacerdotal.  Este código es el soporte sustancial del libro del Levítico y de toda la tradición Sacerdotal.

Alrededor del tema central, el culto al Dios tres veces santo, el autor sagrado fue acoplando escalonadamente materiales legislativos:  (1) los rituales que se seguían en la ofrenda de los sacrificios;  (2) los ritos para la institución de los hombres a los que correspondía ofrecer esos sacrificios: los sacerdotes;  (3) las normas que enseñan a los sacerdotes y al pueblo lo que es “puro”, es decir, adecuado para acceder al culto;  (4) las prescripciones acerca de lo que es propio del culto a Dios, esto es, lo “santo”, lo que está en el ámbito divino.

La redacción final de todo este bloque narrativo y legal acerca de la marcha de Israel por el desierto mantiene primordialmente el espíritu de la tradición Sacerdotal.

Leyes del culto y código de Santidad

La compilación legal del libro del Levítico se reparte fácilmente en dos partes y un apéndice.

La primera parte (cc. 1-16) se agrupa en torno a tres temas: los sacrificios (cc. 1-7), la investidura de los sacerdotes (cc. 8-10) y la pureza e impureza rituales (cc. 11 -16).

Sobre los sacrificios, Yahveh dicta primero los rituales de los holocaustos, de las ofrendas de harina, de los sacrificios de comunión, de los sacrificios por el pecado y de los sacrificios de reparación (cc. 1-5), y retoma a continuación la misma serie precisando los deberes y los derechos de los sacerdotes y recapitulando todo el conjunto (cc. 6-7).

El ritual de consagración sacerdotal (cc. 8-10) viene a ser la ejecución de lo que Yahveh había prescrito en Ex 29,1-35. Aquí el Levítico no sólo reanuda lo que había quedado pendiente de ejecución, sino que lo completa con el ejemplo de la muerte de los dos hijos de Aarón y con otras leyes referentes a los deberes de los sacerdotes.

Las leyes sobre la pureza e impureza rituales (cc. 11-16) recogen las prescripciones referentes a los animales puros o impuros, a la partera, a las enfermedades de la piel y mohos, y a las impurezas rituales en el ámbito del sexo. La recopilación acaba con la descripción solemne del gran día de la Expiación, que reaparecerá más adelante en el calendario de fiestas (23,26-32). La presencia del Señor en su tabernáculo en medio del pueblo es lo que da sentido a todas estas prescripciones.

La segunda parte (cc. 17-26) es conocida con el título de «código de Santidad».

Dentro de la complejidad de una compilación legal, mantiene las líneas características de un código de alianza. De todas formas, es mucho más amplio que Ex 20,22-23,33 y, comparado con el código deuteronómico (Dt 12-26; 28-30), si bien no contiene tantas prescripciones, en algunos puntos se extiende mucho más.

El centro del código de Santidad es la exhortación, a menudo repetida, que le ha dado el nombre: «Sed santos, porque yo soy santo.» Esta exhortación ya había aparecido anteriormente (11,44-45), y se reencuentra en sitios importantes del código (19,2; 20,7.26; 21,8).

El código de Santidad se agrupa en torno a los siguientes temas: prohibición de comer la sangre de los animales inmolados o bien muertos o destrozados por una fiera (c. 17); prohibición de las relaciones sexuales ilegítimas (c. 18); los diez mandamientos junto con algunos otros incluidos también en el código de la Alianza o en el código deuteronómico (c. 19); disposiciones penales relacionadas con las normas del capítulo 18 (c. 20); disposiciones sobre los sacerdotes y sobre los animales destinados a los sacrificios (cc. 21-22); el calendario anual de fiestas con el ritual que les corresponde (c. 23). Por último vienen prescripciones diversas relativas al mantenimiento constante de la luz del candelabro y de la ofrenda semanal de los panes (24,1-9). La parte legislativa del código de Santidad acaba con algunas leyes penales de carácter judicial (24,10-23) y, sobre todo, con la normativa del año sabático y de la liberación de los esclavos en el año jubilar (c. 25). El último capítulo del código anuncia las bendiciones o maldiciones que sancionarán a la fidelidad o la infidelidad en el cumplimiento de los preceptos del Señor. Pero, por encima de todo, el Señor asegura que nunca olvidará las promesas de la alianza hecha ya con los patriarcas (c. 26).

El apéndice (c. 27) indica brevemente la forma en que deben cumplirse ciertos votos y cómo deben ofrecerse los diezmos.

Origen e importancia del Levítico

El libro del Levítico, a pesar de referirse siempre al tabernáculo erigido por Moisés en el desierto, parece responder principalmente a las necesidades de reorganización del culto en el templo de Jerusalén tras el retorno del exilio babilónico (538 a.C). Por tanto, el texto no refleja directamente el tipo de vida cultual del pueblo mientras estaba en el desierto o durante el tiempo de su instalación en Canaán, aunque se pueden descubrir indicios de ese culto en algunas de las tradiciones antiguas recogidas en el Levítico. Tal y como lo tenemos ahora, podemos seguir en el libro buena parte de toda la historia cultual de Israel, con las innovaciones, adaptaciones y cambios que ha sufrido.

El Levítico muestra cómo Israel ha querido expresar su fe también en el culto. Las ofrendas, los sacrificios, las fiestas y el resto de prácticas rituales recogidas en el libro son el reflejo de la vida de un pueblo que se siente escogido por Dios y quiere vivir en relación con él. Un ejemplo característico de esto es la observancia del reposo en los días festivos. La legislación del Levítico ve el fundamento de este precepto en el reposo del Señor el séptimo día de la creación (Gn 2,2-3). En una narración del libro del Éxodo, que se encuentra antes de la ley de Ex 20,8-11, ya se ordenaba que el sábado la gente no saliera a recoger al maná (Ex 16,5.22-30). Más adelante, con ocasión de los trabajos del tabernáculo, por dos veces se recordaba el deber de observar este reposo como un signo perpetuo de la alianza (Ex 31,13-17; 35,1-3). El Levítico, pues, lo vuelve a recordar cuando repasa los diez mandamientos (19,3.30), cuando habla de las fiestas (16,31; 23,3-4) etc.

Küng, en su libro El judaísmo (Madrid, Trotta, 1993) ilustra bien la sensibilidad que tienen algunos judíos actuales. Eugene Borowitz cita un caso especialmente significativo, apasionadamente discutido en el Estado de Israel, y que, una vez más, tiene sobre todo que ver con el precepto sabático: a un judío que intentaba ayudar a un no judío gravemente herido en un accidente de tráfico, le fue negado el uso del teléfono en casa de un judío ortodoxo. ¿Por qué? ¡Porque era sábado! Ciertamente, puede quebrantarse el precepto del sábado cuando va en ello la vida o la muerte, pero con una condición: «que se trate de un judío, y no de un infiel».

Esta historia conecta con la reinterpretación que Jesús hace en el Evangelio. Parece que, en el caso referido por Borowitz, al menos se puede atender al compatriota judío en una situación que no cabe aplazar para el día siguiente. En el episodio del Evangelio, claro que se podía diferir para otro día la curación, como tuvo la oportunidad de recordarlo, en otro relato, un jefe de sinagoga. Y tampoco postergaban para el primer día de la semana la labor de sacar una bestia de carga que hubiera caído en un pozo. En cambio, una especie de entumecimiento mental y una verdadera dureza de corazón, incapacitaba a aquellos hombres para ver el sentido del sábado. ¿En qué consiste la santidad del sábado?… ¿No acabamos convirtiéndolo en un día moralmente neutro, salvíficamente vacío, teologalmente desustanciado?

Enseñanza de la historia de la marcha por el desierto

Yahveh aparece como el que guía a su pueblo a través del desierto, camino de la Tierra prometida.  El pueblo en el desierto no es una muchedumbre informe, como cuando salió de Egipto, sino una comunidad santa, formada en virtud de la Alianza narrada al principio de este gran relato.

El desierto es un lugar de paso, lleno de dificultades, ante las que el pueblo experimenta la tentación del desánimo, y la rebeldía contra Dios que les ha llevado allí; pero también conoce el perdón y la misericordia divinas.  A pesar de la actitud rebelde del pueblo, Dios lleva a cabo sus designios de conducirlo hasta la tierra de Canaán.

La presencia misteriosa de Dios en medio de su pueblo, mientras éste va peregrinando, está simbolizada en la Nube. Es Dios mismo quien conduce a su pueblo de una parte a otra, por donde Él quiere, aunque el pueblo no comprenda a veces la razón de tales caminos.  Testimonio del reconocimiento de la presencia divina son la Tienda reservada al encuentro con Dios y el Arca de la Alianza, donde se guardan las tablas de la Ley. Pero Dios se manifiesta también a través de los acontecimientos.

En el desierto el relato nos dice que Dios va purificando a su pueblo mediante pruebas sucesivas antes de introducirlo en la Tierra prometida, haciendo que aquella generación muera en el desierto; pero no destruye al pueblo. El pueblo que entrará en la Tierra es un pueblo renovado.  Dios cuida al pueblo y le guía, no sólo en el camino a recorrer, sino en su forma de vivir y servirle, mediante intermediarios que Él mismo legitima.

El tiempo de estancia y peregrinación por el desierto pervivió en la memoria de Israel como una época dorada de relación con Dios, en contraposición al aburguesamiento y relajación que se produjeron en época posterior de la monarquía. Recordando lo sucedido en el desierto, los Salmos también urgen a la conversión a Dios en el momento presente en que se recitan: hoy (cfr Salmo 95,7-11). Las tradiciones del desierto vienen a dar un sentido a la peregrinación del pueblo de Dios a través de su historia. En ella se dan constantemente, en efecto, los factores que aparecen en estos relatos.

La Alianza del Sinaí será también modelo de otros tantos pactos que Dios ha venido realizando en tiempos anteriores con Adán, Noé o Abrahám, y en época posterior, mediante Josué (Josué 24) o mediante David; y en los tiempos mesiánicos se establecerá una alianza nueva (cfr Jeremías 19,7) que tendrá su cumplimiento mediante la sangre de Cristo.

Las normas legales contenidas en las leyes que regulan el culto y las relativas al sacerdocio así como a las normas de “santidad” encierran profundas enseñanzas:

(a) Dios es el Creador y Soberano de cuanto existe. Así pues, el sacrificio era el acto de culto por excelencia, la manifestación más adecuada de los sentimientos del hombre hacia Dios: adoración, reconocimiento, gratitud, súplica.

(b) Poco a poco el culto a Dios se iba ordenando y se hizo necesaria la función sacerdotal y personas que la ejercieran, los sacerdotes. En la antigüedad, durante el sistema de vida tribal, el padre de familia hacía las veces de sacerdote. Luego sería el rey quien ejerciera al mismo tiempo la realeza y el sacerdocio.

Más tarde el rey delegaría esta función. Además de la celebración del culto, los sacerdotes deberían desarrollar una importante labor docente, explicando la Ley y transmitiendo, de generación en generación, la legislación nacida de las costumbres y tradiciones de los padres. Eran, en una palabra, los que proclamaban al pueblo el querer de Dios. Ejercían, por tanto, una mediación doble, una de culto y otra de la palabra. En el primer aspecto intercedían ante Dios en favor de los hombres, mientras que en la mediación de la palabra los sacerdotes se dirigían a los hombres de parte de Dios.

(c) Se considera «impuro» a lo que no es adecuado para el culto a Dios. La «pureza» en estas prescripciones es externa y ritual, aunque tiene un profundo sentido religioso. En cambio, la «santidad» es una cualidad interna del hombre. Es «santo» el que interna y externamente vive para Dios, el que se mantiene dentro de su ámbito. Y a eso llama el Señor a todos los hombres: “sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo” (Lev 19,2).

El Levítico no sólo ofrece una normativa meramente formal, sino que en él se encuentran unas normas morales que reflejan una particular enseñanza sobre Dios y hombre, así como sobre las relaciones entre éste y su Señor. En todas ellas, y por encima de las especificaciones que responden a unas circunstancias culturales e históricas determinadas, emerge un profundo sentido religioso de valor permanente.

Twitter: @lluciapou

Las ofrendas, los sacrificios, las fiestas y el resto de prácticas rituales recogidas en el libro son el reflejo de la vida de un pueblo que se siente escogido por Dios y quiere vivir en relación con él Share on X

 

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