Es evidente que estamos en unos tiempos de obsesión tecnológica. De una forma u otra todos hemos sido presos de esta fascinadora tendencia.
Afortunadamente, para maquillar tal horrenda inmolación, se comienza a debatir sobre los peligros que entrañan su uso en los más pequeños. Pero, ¿y los adultos? Y por otro lado, ¿Qué sucede con los niños que crecen apartados de la tecnología, porque es dañino para su desarrollo cognitivo e intelectual, pero sus padres viven atrapados inconscientemente de los tentáculos tecnológicos? Ellos serán otro tipo de hombres, descarnados desde su infancia más tierna de la sabiduría humana del patrimonio del pasado a través de sus padres. Abandonados afectivamente, sin nadie que les prepare para el futuro. No se sabe a qué tipo de deshumanización podrán enfrentarse ni que consecuencias traerá consigo. La tecnología nos ha traído también esta nueva realidad.
Paradójicamente hoy en día nos preocupamos mucho más por el bienestar de nuestros hijos, incluso de forma obsesiva. Sin embargo, el panorama previamente expuesto es alarmante, hasta el punto de que resulta inquietante la falta de reacción ante el mismo. Y es que la gravedad del problema se agudiza por nuestra propia causa; me refiero al abandono de nuestra responsabilidad como padres de cara al uso de las pantallas.
No podemos olvidar la subordinación emocional que los niños pueden desarrollar hacia nuestros teléfonos móviles o tablets; al sentirse desplazados, abandonados, sustituidos o ignorados a causa de la atención desmesurada que hacemos de los dispositivos.
Gregorio Luri, pedagogo, en varias ocasiones ha insistido en que el principal órgano educativo no es el oído sino el ojo. Los niños aprenden con el ejemplo que ven en las personas que consideran valiosas, como sus padres. Da igual lo que estos les digan, lo importante es lo que ven los chavales.
Por tanto, debemos relegar al máximo ese falso sustituto del afecto y de la realidad, sorprendentemente llamado mundo virtual y hacer un uso restringido y prudente de las pantallas y teléfonos.
No dejemos que nuestra vida cotidiana como padres se desarrolle, entre el bipolarismo de una atención sobreprotectora hacia nuestros hijos y una horrible falta de atención.
Superar esta tarea posmoderna, en combate directo con el dragón tecnológico, no es fácil, es casi heroíco. Pero ¿no somos acaso para nuestros hijos los héroes capaces de asumir cualquier reto? Pues continuemos siéndolo, o al menos esforcémonos en serlo. ¿Cómo? Frente a la tecnología otorgamos un espacio en nuestra vida al poder del «no». Con ello siempre ganaremos porque en un futuro podremos decir a nuestros hijos: «sé que es difícil pero estoy seguro que tú también puedes conseguirlo». No renunciemos, démosles nuestra atención y nuestras armas, su manejo y dejemos que combatan a nuestro lado “velad, manteneos firmes en la fe, sed hombres, sed fuertes” 1 Co 16,13.
No lo olvidemos, a los niños les gusta imitar a sus héroes.
No lo olvidemos, a los niños les gusta imitar a sus héroes. Share on X