Depende, en gran medida, el cómo será nuestra muerte de cómo sea nuestra vida. Una muerte en paz, llena de esperanza, como antesala de una vida bienaventurada, está, pues, a nuestro alcance. Y, en realidad, el verdadero sabio vive de tal manera que su último suspiro en este mundo sea como una suerte de liberación: por fin se le abren las puertas de la vida celestial, del gozo y la paz sin medida.
Ya en el Antiguo Testamento se nos describe la muerte del justo:
“Entonces estará el justo en gran seguridad, en presencia de quienes le persiguieron y menospreciaron sus trabajos”. -y los injustos se turbarán y exclamarán:- “¡Cómo son contados entre los hijos de Dios y tienen su heredad entre los santos!” (Sabiduría 5, 1-5). “Las almas de los justos están en manos de Dios, y el tormento no los alcanzará”. “A los ojos de los necios parecen haber muerto (…); pero ellos gozan de paz” (Sabiduría 3, 1-3).
La vida de los santos atestigua cómo esperan la muerte incluso con alegría. Muy conocido es el verso de Santa Teresa de Jesús: “Pues tan alta vida espero, que muero porque no muero” Y Santa Teresa de Lisieux, cuando sufre la primera hemorragia por la tuberculosis que le llevará a la muerte, comenta (era de noche): “Yo no sabía lo que era, pero pensé que a lo mejor me iba a morir, y mi alma se sentía inundada de gozo” (…) “Era como un tenue y lejano murmullo que me anunciaba la llegada del Esposo” (Santa Teresa de Lisieux, “Obras completas”, pág. 277).
Cualquier sufrimiento tiene el peso de una paja comparado con la felicidad de la muerte en paz del justo y del santo. E incluso la muerte temporal del cuerpo puede aceptarse con alegría, pues es la puerta, entonces, de la eterna bienaventuranza: y vale más perder cien vidas que perder la vida eterna, que perder la vida de la propia alma.
Como no puede menos que suceder en nuestra sociedad, que apaga la luz entrañable de la Fe, la muerte es vista como derrota irreparable, como un hecho fatal y sin sentido: La desesperación es tan grande que incluso se busca adelantar la propia muerte para evitar sus sufrimientos; por supuesto, nada de considerar la muerte como puerta a la eternidad.
Por ningún lado aparece la visión positiva y esperanzada de un San Francisco que la llamaba con ternura “hermana muerte”. O la doctrina luminosa de Juan Pablo II: “La muerte es algo más que una aventura sin esperanza: es la puerta de la existencia que se proyecta hacia la eternidad y, para quienes la viven en Cristo, es experiencia de participación en su misterio de muerte y resurrección” (Juan Pablo II, “Evangelium vitae”, 97).
No sólo participación en el misterio del dolor de Cristo, sino también en el misterio de su resurrección. “Si con Él morimos, viviremos con Él”. Las aristas amargas que siempre conlleva el último momento en este mundo se ven así dulcificadas. Incluso los sufrimientos se vuelven tolerables cuando se comprende que nos permiten colaborar en la misericordia sin límites del Señor en favor de nuestros hermanos y de nosotros mismos, en un acto de amor a Dios y a nuestros semejantes e incluso a uno mismo a quien no se defrauda el bien más elevado de la vida eterna: El amor es el licor fortificante que todo lo hace dulce y llevadero.
Así pues, preparemos ya desde ahora, con una vida concorde, nuestra muerte en la paz y la alegría. Y roguemos para que quienes ven la muerte con desesperación, como un absurdo punto final sin apelación, se abran a una visión menos pesimista y antinatural: se abran a la esperanza.
En la Naturaleza, vemos como al hambre del animal corresponde la existencia de alimentos, a su sed la existencia de agua, al instinto del bebé que busca mamar corresponde la existencia del seno materno. ¿Sería sólo ante necesidades y deseos más elevados, tales como el ansia de inmortalidad o de felicidad perfecta, cuando nos toparíamos con una realidad opaca y desesperanzadora? En realidad el ser natural de las cosas es el optimismo: el pesimismo es antinatural. Y además, para quien cree en Dios, sería la negación de su infinita bondad, pues habría puesto en lo más hondo de nuestro corazón deseos imposibles de cumplir.
Cantemos pues los creyentes un himno de alabanza al Señor, fuente de nuestra alegría: “En la vida y en la muerte somos del Señor”.
2 Comentarios. Dejar nuevo
Muerte del Justo: la muerte del justo es en la que hay sufrimiento ?
Por ejemplo morir dormido en casa ?
hace poco falleció un familiar muy cercano de esa forma, este texto realmente me da consuelo y me deja más tranquila, gracias