De los que te llaman santurrón o mojigato los ha habido en todas las fases de la historia. Pero este tema va más allá de reducir la cuestión a la ñoñería. Se trata de saber adaptarse a las circunstancias y al contexto, algo poco común en los tiempos que corren. No es un Cristo distinto, es una pintura. No es una obra de arte sacro. Los dones pictóricos del autor no se ponen en duda, pero el resultado final no se aproxima ni un poquito a la función que debería de cumplir su creación. Repito, no es una obra de arte sacro. Porque aunque se nos olvide, las circunstancias de contorno siempre fueron importantes, más allá de plantar nuestro propio mogote. A pesar de la perseverancia de crear una sociedad embadurnada de relativismo, no todo vale. Lo inadecuado e impropio siempre existió y seguirá existiendo.
Obra y espectador
Es evidente el valor histórico, espiritual y artístico de la Semana Santa de Sevilla. Las obras de arte que procesionan por sus calles pertenecen a épocas históricas en las que el arte sacro defendió su función: la obra orientaba al espectador hacia el punto vivificante, Cristo. Su propósito fue esencial y hoy sigue siendo el mismo.
Esto es como lo que decía el maestro Ciruela, que no sabía leer y puso escuela. «Yo quería hacer un cuadro respetuoso con la entidad que me lo ha encargado», dice Salustiano, el autor de la obra «Si alguien ve en mi cuadro algo sucio, es su propia suciedad interna la que está proyectando».
Una vez más estamos ante una sociedad líquida que ha perdido todo nexo con lo trascendente. Como ya dijo en su momento Benedicto XVI, la crisis del arte es un “síntoma de la crisis existencial de la persona” y por ello es justo aclarar ciertos factores en un momento tan confuso.
Se trata del cartel de la Semana Santa de Sevilla. Por tanto, debería de tratarse el tema no solo como decoración o publicidad, sino como manifestación, para todo hombre, del Misterio que se hace presente.
El arte puede servir mejor
El autor en varias entrevistas ha hecho especial hincapié en que su objetivo no era que estuviera bien pintado, «sino que comunique y emocione». La materia de la obra no es, como reconoce el autor, opacidad del espíritu, sino comunicación. Estamos de acuerdo en que la obra está animada de una voluntad intrínseca y reveladora. Pero, ¿qué comunica? ¿el artista permanece atento a no imponer su idea, está en diálogo con el Misterio?
La imagen del cartel aparece desencarnada y no adecuada a la devoción. En la Sacrosanctum Concilium está escrito: “La Iglesia católica nunca consideró como propio ningún estilo artístico, sino que acomodándose al carácter y condiciones de los pueblos y a las necesidades de los diversos ritos, aceptó las formas de cada tiempo, creando en el curso de los siglos un tesoro artístico digno de ser conservado cuidadosamente”.
Por lo cual, quizás habría que preguntarse “qué” forma artística puede responder mejor a las necesidades de un arte para una manifestación de la fe católica, o lo que es lo mismo, “cómo” el arte puede servir mejor con conciencia y veneración.
El cartel de la Semana Santa, al recoger una expresión de la fe católica, debería de huir de un contexto saturado de novedad y provocaciones. Simplemente tendría que estar al servicio del culto religioso de forma creativa e iluminado por la fe.
El artista, si se mete en estos jardines, debería de ser consciente de que ha sido elegido para servir a Dios en la Iglesia. Por tanto, no puede tan solo medir la imagen a ojos del mundo visible. En el cartel de la Semana Santa de Sevilla no se echa de menos la realidad creada. Sino que, a través de ella , ese “más Allá” que la explica, la funda y la redime se mantiene totalmente ausente. Fácil y simple: La materia no da testimonio de Su presencia.
Fácil y simple: La materia no da testimonio de Su presencia. Share on X
2 Comentarios. Dejar nuevo
Ciertamente, el cuadro resulta del todo profano. Yo no diría que sea descarnado, sino por el contrario demasiado carnal y sensual. Lo que echo de menos es trascendencia. Es un desnudo sin más, que no refleja el contenido y el sentido de lo que nominalmente representa, incluso podría decirse que se trata de una figura bastante «sexualizada». Hay que reconocer, sin embargo, que no es, ni muchísimo menos, la primera vez que sucede algo así. En la historia del arte hay incontables representaciones de asuntos religiosos que, por un motivo u otro, en nada reflejan el significado trascendente de la materia tratada y que sin embargo están presentes en templos y santuarios y a veces hasta tienen inmensa fama. Es posible que el autor del cartel quisiera dar una imagen adecuada de Cristo y que no lo haya logrado, que haya fallado en su intento. No sería la primera vez que sucede algo así. No debemos olvidar que las circunstancias ayudan muy poco. Por una parte, la santurronería ñoña, a la que con acierto se refiere la autora del artículo, sigue existiendo y me temo que en ciertos medios resurge con bastante fuerza, como erróneo antídoto contra el relativismo. Por otra, ciertas formas de «pornografización» se generalizan entre católicos de las más diversas tendencias. A veces, paradójicamente, ambos fenómenos aparecen juntos. Me pregunto si alguien hay que se libre totalmente de uno u otro desvarío. No es extraño que los laicos anden desorientados, cuando las más altas instancias de la Iglesia se hayan sumidas en la confusión.
La cuestión es que el cartel resulta ser homoerótico